Escarmentados por el ridículo hecho en la Eurocopa de fútbol de hace dos años en Lisboa, la prensa española, deportiva y generalista, eufórica, patriotera y rayana en el jingoísmo, que previamente presentaba al combinado estatal como una apisonadora que barrería a los rivales sin despeinarse, ha optado en el Mundial de Alemania por tentarse más la ropa e ir de «humildes» y hasta con cierto aire pesimista no fuera a ser que se dieran otro ostión mayúsculo y la «tragedia» se volviera grotesca comedia y pasto de la facecia popular. En vez de bajarse de la nube, la lerdería periodística se preguntaba qué males incógnitos o ingénitos aquejaban a la selección española. Los más posmodernos, obviando la pedestre «furia española» y el gonadismo viril testosterónico, argumentaban (¿) la falta de «carácter» del equipo español. Se volvieron, sin sospecharlo por supuesto, románticos y etnicistas, y así como, por ejemplo, los ingleses tienen garra y los alemanes cerebro, pero aburridos, o los italianos picardía latina, el seleccionado español no tenía estilo ni patrón de juego. Carecía de volkgeist, de espíritu.

Mas Dios aprieta, pero no ahoga. Las victorias ante las potentísimas Ucrania y Túnez han devuelto el orgullo patrio. Así como la prensa amarilla de la época de la caída de Cuba (y Filipinas) en 1898 se reía del potencial naval yanki, a quien se creía poder vencer con rogativas, novenas y misas, ahora vuelve a rebrotar la inflamada oratoria triunfalista trufada de manolería y majeza. Le ha faltado tiempo al hooliganismo periodístico para desmadrarse a la primera ocasión que la pinten calva. Y españolear, que es tema serio. El insufrible y empalagoso cobista Pepe Domingo Castaño, cuando suena el himno nacional español (sin letra), escupe en la Cadena Ser: «Todos en pie, que suena el himno, señores». Sólo le faltó cuadrarse.

Personalmente, me la suda lo que haga España, pero no deseo enfermizamente que pierda, aunque tentado estoy. Ni siquiera pienso que el fútbol sea un opio del pueblo, pues no creo en la minoría de edad de los pueblos, a pesar del populacherismo de baja estofa con que le tratan quienes lo quieren alienado. El problema del nacionalismo español que, por supuesto, no se reconoce como tal, es que siempre se afirma contra alguien. Subliman y eliminan los complejos de esta manera. Ayer la «pérfida Albión» y hoy los «polacos» catalanes o «la basca». Enseñan la patita, les pierde la boca y apenas disimulan. Vacunémonos para que no nos pase a nosotros lo mismo cuando seamos independientes. -