Dicen que el del periodismo es uno de los oficios más corporativistas. Puede. Lo que nos movió a algunos a reaccionar frente a las informaciones publicadas tras la detención, entre, otros de Juan Pedro Harocarene no fue corporativismo, fue primero la amistad y segundo el hecho de que por arte de birlibirloque el principio de la presunción de inocencia se había esfumado, o sea que algunos consciente o inconscientemente erraron y se saltaron en rojo uno de los semáforos más importantes del código deontológico de este oficio.

No es nuevo, pero por ello no es menos inquietante. Porque cuando detienen a cualquiera que haya presuntamente cometido algún delito, siempre se publican iniciales; pero cuando se trata de este conflicto que desgraciadamente arrastramos desde hace demasiado tiempo, no sólo se difunden los nombres en el minuto uno, sino que se les imputa un delito y se les condena en el mismo párrafo.

Y a los dos días de incomunicación nos desayunamos con nuevas informaciones. «Fulanito ha reconocido a los policías que le interrogaron que participó en el incendio de San Francisco de 1906». Y entre el cruasán y el café con leche nos tragamos la rosquilla que nos acaban de meter doblada. Porque independientemente de que sea cierto o no, quien ha publicado la información comete dos delitos. Primero, pasarse por el forro de la toga del juez el secreto de sumario y, segundo, saltarse el derecho del detenido ­que nada puede rebatir­ a una defensa justa.

Y en el caso de que no haya sido cierto que Fulanito reconociera su participación en el incendio, ¿a quién le importa? Seguro que algo tuvo que ver. Y si es vasco, la certeza es de un trescientos por cien. Y al loro, que todavía al Fulanito ése le pringamos en el 11-M, que como todo el mundo sabe, lo organizó Julen Madariaga mientras se atusaba el bigote entre vapores etílicos en una herriko taberna de Bilbao.

En estos momentos en los que por fin parece ponerse en marcha un proceso ilusionante en esta tierra, los miembros de nuestra profesión, así como las empresas en las que ejercemos, deberíamos interrogarnos sobre el papel que los medios de comunicación y los propios profesionales estamos jugando, incluido el que esto suscribe. Y por salud democrática deberíamos atenernos algo más al código deontológico y dejar de cometer errores . -