La población vasca ha sufrido penalidades y vicisitudes sin cuento a manos de los estados vecinos, que la han invadido y conquistado. En el siglo XX los militares espa- ñoles nos sometieron a sesenta años de dictadura castrense y nos han intentado enredar con diversos estatutos autonómicos. Antes, en el siglo XIX, la derrota en dos guerras carlistas les sirvió de excusa para arrebatarnos los últimos vestigios de independencia. En el siglo XVII el rey de Francia se adueñó del territorio de Nafarroa Beherea. En 1512 Castilla conquistó la Alta Nafarroa, cuando era reino soberanoŠ Y, pese a todo, Euskal Herria todavía vive y resiste.
Fundación de villas. En 1200 Castilla ocupó por la fuerza Bizkaia, Araba y Gipuzkoa, territorios occidentales del reino de Navarra, partiendo en dos la originaria comunidad vasca.
En 1256 Castilla creó en la nueva frontera villas fortificadas como Kanpetzu, Agurain, Segura, Ordizia, Tolosa y Hondarribia. Fundó estas villas con el objetivo de abrir una vía al mar para exportar a Europa la lana que producía. Así, para asegurarse el comercio y garantizar sus intereses, levantó esas poblaciones amuralladas a la vez que fortalecía la frontera frente a lo que quedaba de reino independiente. Aquel fue uno de los ataques más crueles que ha sufrido Euskal Herria, que partió en dos el estado de Navarra.
Agurain, Ordizia... Antes de la conquista castellana de 1200 y de la fundación de las citadas villas, existían núcleos de población, de mayor o menor tamaño, con distintos nombres, asentados en esos mismos entornos naturales. Varios siglos antes ya aparecen topónimos y referencias de distintos enclaves. Los nuevos emplazamientos se levantaron aprovechando aquellos asentamientos o en sitios cercanos. Se conocen algunos de los nombres originales (Agurain, Ordizia...), y otros se han perdido.
Los habitantes y poblaciones previos a la conquista se organizaban mediante fueros, leyes derivadas de la costumbre (ley consuetudinaria), también conocidas como Fuero General. En cambio, las villas fundadas mediante la concesión de la Carta-Puebla de Castilla se gobernaban por otras leyes, el Fuero Nuevo, normas decretadas por reyes extranjeros en defensa de sus propios intereses militares y comerciales. Eran muy diferentes a las leyes del fuero antiguo, establecidas en favor de los intereses y la comprensión de la población nativa a lo largo de varios siglos. Por este motivo fueron abundantes los conflictos y las batallas. De paso, no hay que olvidar que quien se arrogaba autoridad para conceder esas cartas-puebla también la tenía para quitarlas o modificarlas.
En aquella época la sociedad estaba muy jerarquizada y estamentada; Euskal Herria no era una excepción en la Europa de entonces. Además de los reyes estaban los señores terrate- nientes, los labradores libres y los siervos. Al fundar las villas, el rey castellano favorecía la preeminencia de los mercaderes extranjeros sobre los naturales, condenados a la servidumbre y la pobreza.
Reino de Navarra. En la actualidad el concepto de reino suena negativo y retrógrado. Pero hay que tener presente que la organización política de aquella época giraba en torno a la monarquía, aunque la distancia entre el monarca y las personas del pueblo era enorme. En cualquier caso, para entender el modo de vida de aquellas colectividades hay que apuntar a la población que forma su soporte, su lengua, su cultura, historia, su trabajo, sus leyes y ámbito de asentamiento. En la Edad Media el Reino de Navarra daba cuerpo político a la población vasca. Una de las calamidades de la conquista castellana fue la ruptura de esa colectividad, Nafarroa-Euskal Herria, y el posterior distanciamiento entre las dos partes.
En aquella época los señores se organizaban en bandos, cada uno de los cuales reunía a varias familias de linaje. Los más conocidos de este país fueron los oñacinos y los gamboínos (equivalentes a beamonteses y agramonteses). A pesar de ser originarios del país, a menudo operaban en provecho de reyes extranjeros; pero todos jugaban a conveniencia.
Es necesario aclarar si la conquista castellana de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa (la Navarra occidental) fue «voluntaria entrega», como a veces se sostiene, o simple y llana ocupación, porque bien sabemos que la historia la escriben los vencedores a la medida de sus intereses.
En nuestro caso es lo que sucede. Quienes han escrito nuestra historia siempre han sido los castellanos, españoles o, en cualquier caso, sus cómplices entre nosotros dando por buena esa versión. La tesis de la «voluntaria entrega» no se sostiene en absoluto, y lo que ocurrió fue simple colonización. Los intereses que movieron a aquella ocupación castellana fueron los de asegurar una salida al mar con miras comerciales, y para lograrla se dio la invasión militar con el asalto a numerosos castillos, para luego asegurar el territorio a base de villas guerreras (Gasteiz, Kanpezu, Agurain, Segura, Ordizia, Tolosa, Hondarribia y otras). Aquellas nuevas poblaciones se convirtieron en centros mercantiles que favorecieron la llegada de comerciantes y artesanos francos, en detrimento de los naturales del país. Las consecuencias que se derivaron fueron la división de la comunidad vasca, la asimilación cultural, la sustitución lingüística, simbólica (los propios nombres de los lugares), una legislación y una administración extrañas; en resumen el genocidio cultural. Castilla aplicó el modelo de colonización más cruel.
¿Historia pasada? Aunque algunos entiendan estos datos como viejas historias, son imprescindibles para entender el presente y prever el futuro. En efecto, quien ignora de dónde viene no sabe dónde está. Y mucho menos a dónde va.
Está muy extendida la idea de que la historia de Euskal Herria comienza en el siglo XIX. Para quienes celebran el 750 aniversario de aquellas fundaciones nuestro pueblo aparece en 1256. Sin embargo, los primeros vestigios vascos se remontan a 40.000 años antes de nuestra era. La lengua se data por lo menos de 10.000 años atrás, y la primera unidad política vasca aparece en el siglo VIII, ya en la ciudad de Pamplona, arrasada por Carlomagno (y la posterior batalla de Orreaga), para dar forma primero al reino de Pamplona y luego conformarse en el de Navarra.
Volviendo al presente, ¿qué se puede hacer ante este «750» aniversario? ¿Celebrarlo? ¿Rechazarlo? Hay que valorarlo con detenimiento. Los conquistadores celebran sus victorias; en este caso Castilla fue el vencedor que aumentó sus territorios a nuestras expensas. Desde una perspectiva nacional vasca deberíamos rechazar esa conmemoración, porque sería celebrar nuestra caída y derrota a manos enemigas. «Geure arima hiltzen uzteko bezain odol galduak al gara?».
Es necesario revisar toda esta enmarañada historia, tan manipulada, para conocer quiénes somos y cómo nos constituimos en sujeto histórico, de reconocimiento internacional. Lo que no se conoce no se estima, ni se defiende, y debemos asumir nuestra realidad para construir nuestro futuro.
En efecto, Euskal Herria existe todavía y existirá. Eso es lo que debemos celebrar. Después de tanto ataque, tanta violencia, de tanta voluntad de asimilación, de traiciones e intentos de genocidio, todavía existe nuestro pueblo. Esto es motivo de orgullo y celebración. Porque nuestro pueblo tiene profundas y abundantes raíces y todavía no ha nacido quien nos deshaga. -
(*) Junto a Anparo Lasheras (Gasteiz) firman este artículo Jon Bazterra (Kanpetzu), Nuria Gartzia de Andoin (Agurain), Xabier Albizu (Segura), Erramun Amundarain (Ordizia), Antton Izagirre (Tolosa) y Enrike Lekuona (Hondarribia), de Euskal Herria-Nafarroa