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Gara > Idatzia > Jendartea 2006-07-16
Martin GARITANO
Y de vuelta a casa...
·LA VIDA SIGUE IGUAL (XXIV)

El aplauso fue unánime al término de la zampada. Las tortillas de patata de Mila y Miren fueron objeto de admiración y hasta de culto por parte de los asistentes. Del trabajo, silencioso y discreto, de Sergio, nadie dijo nada.

­Comparto el aplauso a las pebetas, queridos, pero las patatas las pelé yo, las cebollas me hicieron llorar a mí y también le tocó a este otario batir los huevos. ¿No les sobra una ovación?

­Los argentinos sois especialistas en vender caro vuestro producto. Total, ¿qué has hecho? Freír unas patatas, un poco de cebolla y batir media docena de huevos...

­Pues eso, no más. Hacer dos tortillas para ustedes mientras Miren y Mila cuchicheaban junto a la cafetera de la sociedad.

A Miren no se le escapaba un detalle. Menos aún uno de aquellas dimensiones. La conversación había sido, entre amigas, de alta tensión.

­Tú te has liado con el argentinito, ¿verdad? A mí no me engañas.

­¿Qué estás diciendo? Eso no tiene ni pies ni cabeza. Una cosa es que tenga problemas con Gotzon y otra que me líe con el primer argentino que pase.

­Pues en la sociedad a mí me ha parecido que...

­Pues te ha parecido mal. Y, además, te pido, por favor, que no insistas en lo que no hay. Sólo faltaba que se corriera el rumor...

­No diré más, Mila. Pero que conste que a mí me interesa mucho el pibe.

­¿Te interesa? Eso es nuevo.

­No es que me interese porque me lleve mal con Xuxú, no es tu caso, pero el chico me gusta.

­¿Y eres capaz de ser infiel?

­Concho, Mila. Yo no he dicho eso. Sólo he dicho que me gusta. ¿A tí no?

­Sí. Pero tú, además, has dicho que te interesa...

­Bueno, es una forma de hablar.

La conversación terminó, empleando el símil del ajedrez, en tablas. Cada una sabía lo que la otra deseaba. Y coincidían en gustos.

El tema de la tarde, animado por el escenario, era obligado pero una suerte de pudor los frenaba. Fue Huesitos el encargado de romper el hielo:

­Bueno, y de los crímenes de aquí, de Santa Ana, ¿qué sabemos?

La pregunta estaba dirigida, como no podía ser de otra manera, al cura.

­Pues si quieres que sea sincero, no sabemos nada. Yo he preguntado a la Ertzaintza; he ido al juzgado de Bergara, he hablado con Josefo... y nadie sabe nada. Y no creáis que no tengo interés. Para mí es angustioso saber que han matado a alguien en una ermita a mi cargo... y encima sin forzar la cerradura.

­Es que lo grave, además ­intervino Xuxú­ no es eso, sino que el criminal ande suelto por nuestro pueblo. ¿Quién sabe el nombre del siguiente?

­Hombre, tampoco es eso. Habrá sido algún ajuste de cuentas o algo así. Entre ellos, vamos.

Huesitos cerró la discusión...

­Lo que está claro es que ahí abajo apareció un fiambre; que a los días apareció otro ahí adentro y que, si fuéramos prudentes, nos largaríamos de aquí antes de que el siguiente aparezca en esta campa. ¡Hala! De vuelta al pueblo.

Xuxú miró al reloj y comprobó que eran las seis y media.

­A tí lo de los crímenes te da igual. Lo que te angustia no es el del cuchillo jamonero sino llegar puntual al txikiteo.

­Y si es así, ¿qué? Gotzon vendrá, el pobre, desde Burgos y nosotros tocándonos la pera en Santa Ana, como si fuéramos ermitaños. Pues no. La puntualidad es la puntualidad.

La cuadrilla inició el regreso desde la campa que se extendía entre la ermita y la costa. En veinte minutos estarían todos en el pueblo. Todos salvo Mila, encargada de llevar las fiambreras a casa. Y Sergio, que se ofreció a acompañarle.

­A las siete en punto en el K.O. Voy a ayudar a Mila a limpiar los tupper. No va a hacer todo el trabajo ella. Los argentinos también trabajamos...

­Jodé con los modernos. A la fiambrera le llamáis ‘tupper’ y a la mañana Juanjosito les ha llamado ‘calamares’ a las rabas. Pareceis madrileños. Sólo os falta desayunar con ‘porras’ en lugar de churros...

­Hala, Huesitos, corre y calla, que vas a llegar tarde al txikiteo. Ya nos encargamos nosotros de la infraestructura.

La cuadrilla enfiló hacia el casco de la localidad mientras Sergio y Mila se desviaban hacia casa de ésta, una pequeña villa unifamiliar ubicada a las afueras del pueblo, cerca de la casa de Josefo.

­Esto es una locura, Sergio. Podría ser tu madre.

­No te creás tan mayor, pebeta. Sólo nos llevamos unos años...

­Pero yo estoy casada y esto...

­No sigás, mi amor. Hablaremos al llegar a casa.

A tres metros del portalón de la casa, Mila sintió la mano de Sergio en su cadera. Un sudor frío por todo el cuerpo y un escalofrío que le recorrió la columna vertebral le anunciaron lo que estaba por venir:

­Es un locura, Sergio. Una locura.

Cruzaron el umbral de la puerta y no llegaron más allá. Las fiambreras con los restos de la merienda cayeron al suelo, en el mismo lugar donde quedaron las ropas de los dos enfebrecidos amantes. Sergio presentaba un estado de excitación fuera de lo normal y Mila, presa también de un furor que no recordaba desde la adolescencia, lo hizo suyo. No tardaron más de veinte minutos.

En el Gureak, Miren ya había hecho notar la falta de los dos voluntarios:

­Deben estar sacando brillo a las fiambreras,,,

­Hablar por no callar... Ahí vienen.

Xuxú no se percató del tono, entre irónico y celoso, de su mujer.

­¿Ya habéis recogido todo? La verdad es que hoy os habéis portado. A ver si cunde el ejemplo y mañana se estiran otros...

­Pues yo me apunto. Si quiere Sergio, mañana preparamos una comida. Podemos cocinar en casa un marmitako de primera categoría.

­Pues si se anima el pibe... yo voy a ir a pescar a primera hora. A ver si tengo más suerte que la vez anterior y no me encuentro a ningún fiambre...

Simón quiso hacerse el simpático:

­A ningún ‘mortadela’, como dice Sergio.

­Pues eso.

(CONTINUARA)


 
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