Lo de Le Tour es una fantasía multicolor. Yo diría que más que estar pendiente de la delirante porra se debe estar pendiente del porrón. O del porro. Para darle algo de aliciente, mayormente. En la etapa más larga de esta edición, se produjo una distancia de treinta minutos entre los primeros en llegar y el pelotón. Dicho en términos jurídicos: un cachondeo. Treinta minutos es media hora. Premio a la obviedad. Treinta minutos en la que los comentarista de TVE debieron mantener la atención y solamente tenían un clavo: la posibilidad de que el gallego Oscar Pereiro alcanzase el maillot amarillo. Al final lo consiguió. Un regalo de sus ex compañeros de equipo que no quisieron apretar el paso para que en lo que resta de carrera tener a unos amigos para que les ayuden a que su líder sea el ganador cuando lleguen a París.

Un día de gloria para un corredor sencillo, comunicador, que hablaba con una seguridad y sentido común fuera de lo común. Vaya, tengo el día ripioso. Un sueño hecho realidad. Pero previamente los telespectadores sufrimos treinta minutos de pesadilla, de reiteraciones, aunque se animó con la presencia de José Miguel Angel Etxabarri, que mostró todo su señorío, toda su retranca, toda su sabiduría. Sin un aspaviento, reconociendo el valor del corredor, de su equipo y la estrategia que se estaba poniendo en práctica en el grupo de penalistas que iban dándose un paseo. ¿Hay algo más que decir cuando se deja que cuatro corredores tomen una distancia de media hora? ¿Es casualidad, farmacología, despiste o pacto?

Lo que sea sonará. El hombre afable va de amarillo, su equipo tiene unos momentos apropiados para que los patrocinadores se sientan felices, los comentarista televisivos ya pueden dar datos de la última vez que un ciclista estatal se viste de líder en esta carrera y esperemos que los treinta minutos se acorten. Estaba pensando que si no hubieran tenido al gallego en la escapada, ¿de qué hubieran hablado? Perico Delgado se lo veía venir y le advirtió a su compañero sobre lo que les esperaba esperar. Treinta minutos es siempre una eternidad televisiva. Y si se trata de ciclo turismo, un auténtico aburrimiento. -