Es sabido que muchas de las grandes decisiones que afectan a buena parte de la humanidad se adoptan lejos de los centros de poder designados o elegidos por los ciudadanos. Se trata de cónclaves poco o nada transparentes cuyas decisiones tienen consecuencias en millones de personas, aunque poco o nada sepamos sobre sus discusiones, negociaciones, negocios y acuerdos. La cumbre del G8 que ha tenido lugar en San Petersburgo es una de esas citas. Otras, como las de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y, sobre todo, las de las grandes compañías multinacionales, son incluso mucho más opacas. De San Petersburgo conocemos la declaración final, y muchas de las declaraciones que los mandatarios allí congregados han realizado. Sabemos que han hablado de energía, del clima y de la salud, pero también de Israel y Líbano, para alegría de los primeros, que ayer aplaudieron con ganas la declaración de los líderes de los países más ricos del planeta. En esa declaración, el G8 reclama la retirada siria de Líbano y el desarme de Hizbula. Nada dicen, claro está, del incumplimiento por parte israelí de resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas mucho menos favorables a los intereses de Israel. >>>

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