A las seis y media de la mañana, Sergio cruzaba la plaza en dirección al kiosco de Juanjosito. Xuxú se encontraba ya en el lugar de la cita y junto a ellos había, además, un tercer hombre. Al acercarse distinguió la inconfundible figura de Huesitos. Sentado en una tumbona playera y abrigado con una cazadora a modo de manta, Luis Mari parecía un convidado ajeno a la reunión de la primera hora de la mañana.

­Esto es macanudo, che. Vos también venís a pescar.

­¡Qué coño voy a ir yo a pescar! Eso sólo lo hacéis los que no queréis pagar por el pescado. Yo estoy aquí, a lo mío.

Sergio calló. Un bufido de Huesitos a tan temprana hora no era plato de gusto para nadie y menos aún para un recién llegado.

­Hala, Sergio. Tú y yo, a pescar. Estos ya se arreglan solos.

Camino de Santa Ana, Sergio no dijo una palabra y Xuxú entendió el disgusto o la extrañeza del muchacho.

­No te extrañes, hombre. Huesitos ha madrugado mucho hoy. Dice Juanjosito que el chico que vivía en casa de Josefo anda rondando el pueblo y ahora nos turnamos Huesitos y yo para ver si lo cazamos. No es que haya hecho nada malo, pero tenemos un mosqueo queŠ

Sergio no había arribado a Uriondo cuando se sucedieron los acontecimientos y la historia se le antojaba demasiado complicada.

­No te puedes imaginar lo que ha supuesto ese asunto en la vida del pueblo. No conocíamos a ninguno de los implicados, supimos, de repente, que implicaban a Josefo y luego todo se ha desarrollado a una velocidad de vértigo. Por eso nos hemos mosqueado con ese chico que, dice Juanjosito, anda por ahí. No vayas a creer que nos hemos vuelto paranoicos.

­No, yo no digo eso. Pero si están tan alarmados, deberían acudir a la Policía, ¿no crees?

­Aquí tenemos poca afición a llamar a la poli. Si podemos aclararlo solos, mejor que mejor. Yo no tengo buen recuerdo de la Policía.

­¿Te jodieron?

­Nunca mejor dichoŠ

Xuxú y Sergio estuvieron en las rocas de Santa Ana hasta pasadas las once de la mañana. El resultado de la pesca fue magro, casi ruinoso. Apenas tres muxarras ocupaban la cesta que esperaban llenar para convidar al resto de los amigos.

­Pues con esta birria de pesca, ya me contarás lo que vamos a cenar. Se van a reír de nosotros hasta hartarse.

-No te creás. Con los peces organizamos el entremés y para comer ya haré unas buenas tortillas. Como las de ayer.

­Vale, ahora vamos a comer. En mi casa seguro que Miren ha preparado comida como para cuatro. Todos los días nos pasa lo mismo.

Antes de ir a casa, Xuxú y Sergio visitaron a la cuadrilla. A las doce y cuarto los encontraron en el Gureak y Huesitos comandaba la tropa.

­Mira, aquí llegan los pescadores de almas, porque de pecesŠ

­Pues con lo que hemos pescado y unas tortillas que va a preparar Sergio, hay cena para todos. ¿Quién se apunta?

La pregunta tenía carácter retórico. Todos a una levantaron el dedo y Sergio quedó encargado de preparar la cena.

­Si vienes a casa a comer, puedes preparar allí las tortillas. Ya te echaré una mano.

Xuxú matizó:

­Pues miel sobre hojuelas, porque yo tenía pensado ir a jugar una partida a la sociedadŠ

­Quedamos antes para tomar un café, ¿te parece?

La invitación de Huesitos, por infrecuente, tenía un tono misterioso. Algo, sin duda, había ocurrido aquel amanecer en Uriondo, durante la ‘guardia’ de Luis Mari.

En casa de Xuxú y Miren siempre había comida para dos comensales más. Por eso tenían el congelador siempre a rebosar y a Xuxú le llevaban los diablos:

Tenemos un congelador digno de un restaurante y no hay sitio ni para la cubitera de hielos.

­Ni falta que hace, Xuxú. Ni puta falta que hace hielo en esta casa. Bastante chupáis ya en los bares como para prepararos un cubata después de cenar. Y si no, pregúntale a HuesitosŠ

­¿Qué le pasa ahora a Huesitos?

­¿No os lo ha contado? A mí me lo ha dicho el médico. Parece que tiene terminantemente prohibido tomar una copa más. Y potes, también, los justos. Debe tener unos análisis de escándaloŠ

­¿Y lo que no ha contado el interesado te lo ha contado a ti el médico? Pues vaya código deontológico de las pelotasŠ

­Oye, que me lo ha dicho para que le ayudemos, no por cotillear.

­Ya, pero esa infomación debería ser confidencial y no estar en boca de todo pichichi.

­Bueno, déjalo ahí.

­Sí y, además, me voy porque he quedado para tomar un café con Huesillos en el Itsasalde. No sé qué habrá pasado esta mañana en el kiosco, pero se me ha puesto en plan misteriosoŠ

Xuxú salió de casa mientras Sergio se aprestaba a recoger la mesa y disponerlo todo para preparar la cena.

En el mismo momento en que Xuxú abandonó el portal, con el consiguiente e inevitable portazo, Miren entró en el dormitorio.

Salió pasados cinco minutos, vestida sólo con una bata que, de escote generoso, dejaba entrever un pecho exhuberante. A Sergio se le transformó el rostro:

­Pero que hacés, Xuxú puede regresar en cualquier momento. No me comprometás, por favor.

El ruego no fue atendido. Antes de un minuto, el argentinito estaba desnudo sobre el sofá mientras Miren, arrodillada frente a él daba buena cuenta de aquel obscuro objeto del deseo.

­No sigas, por favor, Miren. Me voy aŠ

Miren no le dejó terminar la frase y el salpicón alcanzó hasta la pared. A Sergio sólo le dio tiempo para murmurar:

­¡Qué puta casualidad! ¡Qué puta casualidad!

Por la noche, todos brindaron por les tortillas sel. Pibe. -

(CONTINUARA)