Sí, tengo miedo de que el proceso de pacificación y de normalización política apenas iniciado en el País Vasco o, más exactamente, aún sin comenzar siquiera, no llegue a ninguna parte, que todo se frustre de manera cruel. Son tantas las dificultades que se avistan por todas partes que uno tiene la impresión de que todo se puede venir abajo en cualquier momento dejando tras de sí un reguero de amargura y frustraciones. O que todo resulte al final un puro fiasco.Los políticos e instancias públicas que debieran apoyarlo con todas sus fuerzas, si es que, como dicen, aman y luchan por la justicia y por la paz, ponen, al parecer, todos los obstáculos que pueden, y algunos hacen profesión de un desdén absoluto hacia él. Algunos tratan a toda costa de impedirlo.
Comenzaré con lo que para mí es más próximo y conozco mejor, el campo de la Iglesia y en concreto de los obispos. Es cierto que el Papa se mostró más digno que ellos y habló reiteradamente a favor del proceso, pero ellos no le han seguido, no le han obedecido como debían. Quisieran incluso que se hubiera posicionado en contra en su reciente viaje a Valencia. No lo consiguieron. El Papa se mostró más correcto que ellos en sus palabras y en su actitud hacia Zapatero, al que a toda costa querían que desautorizase. No lo hizo y fue para todos un alivio gratificante. El Papa distingue mejor que nuestros obispos la religión y la política, e incluso ha mostrado más claridad entre la moral de la Iglesia y la moral de un estado laico. Apoyó de hecho al presidente de la Conferencia Episcopal, el obispo de Bilbao, que puso firmes a Cañizares y a Rouco y a otros que se mostraron más próximos al PP que al Papa. «El tema de la unidad de España es un tema estrictamente político. No nos concierne», dijo Blázquez. No creo que se encuentre por el mundo un episcopado igual, que no se preocupe por la paz de su pueblo, incluso que se oponga a ella. Cañizares y Rouco vienen ahora a Navarra a evangelizar esta tierra. Poco bueno podemos esperar de ellos.
Los partidos políticos van a lo suyo. Uno tiene la impresión de que los intereses de partido son siempre para ellos el tamiz a través del cual ven los intereses del pueblo. Esto está siendo grave. Todos hablan y más hablan sobre el particular, expresando cada uno los intereses de su partido más que el deseo y el propósito de pacificación y de normalización política del País Vasco y de España entera, que sería el objetivo del proceso de marras. Si el conflicto político se arreglase en su raíz, nadie podría decir que se paga un precio político por la paz. El que de salida niega derechos fundamentales de un pueblo no puede afirmar que trabaja por la paz y por la normalización política. Las impide más bien. El PNV nos puede hacer una pifia mortal, como hizo CiU en Cataluña.
Nadie hasta ahora parece estar dispuesto a ceder un ápice en sus posiciones. Dijeron que había que ser discretos y esta discreción necesaria no se ve por nin- guna parte. Nadie remueve obstáculos que impidan el proceso, como leyes aberrantes, tribunales de excepción o represión políti-ca a todas horas. El tema de los presos está intacto, cruel.
Pasa el verano con su caminar inexorable y todo parece que se adormece, que se enmaraña incluso, y que así llegará septiembre, el mes mágico, para que comience en serio el proceso que ha de ir concretando las cosas y solucionando los problemas y dando cuerpo a los objetivos del proceso. Muchas cosas que dicen los partidos parecen más bien condiciones precisas que se ponen unos a otros, con lo que, antes de comenzar, todo se vendrá abajo. Beldur naiz, beldur naiz.
Al PP se le deja impune, permitiéndole que dicte sus feroces campañas, que denigre y amenace a todos. Acosan a Zapatero hasta extremos inauditos. Este parece temer, encogerse, dudar, acaso retroceder. Así se podrían pudrir las cosas. Tendrá que ser mucho más firme y no tolerar tanta afrenta, dar los puñetazos en la mesa que hicieran falta. El Gobierno tiene medios y apoyos suficientes para poner firme al PP y a los obispos recalcitrantes que apoyan a aquél. La libertad de expresión tiene sus límites para todos. ¿O no?
Demócratas cristianos desfachatados y algunos obispos obtusos y belicosos han sobrepasado ya todos los límites tolerables. La paz, la justicia, los derechos de los pueblos son para ellos por lo visto cosas baladíes. La democracia en serio es cosa despreciable para ellos. No la conocen siquiera.
A mí me parece que debe ser el pueblo como tal el que tome en sus manos la tarea de obligar a los agentes a que actúen con decisión, a que concreten las cosas como deben, y no dejarles que se pierdan en tanto cavilar y borbotear, que no se enzarcen en sus confusas maniobras. El pueblo debe presionar con fuerza y sin dilación para que se abra el proceso de una vez. Exigir a todos espíritu de lealtad y anchura de miras. Que no sean cicateros, dogmáticos, que no jueguen a malabarismos y fricciones. El pueblo los espera con ansiedad y no está dispuesto a esperar más. La historia los va a juzgar a todos con rigor. Se va a poder ver con claridad quién es quién, cuál es la catadura moral de cada uno, va a juzgar qué es España. Para todos ha llegado la hora de la verdad. Vamos a ver a todos con nitidez y sin posibilidad de engaño esta vez. ¿Qué se busca en Navarra con el demencial montaje que levantan? Es de verdadero horror. Beldur naiz, de nuevo y especialmente. -