DONOSTIA
Si, tal y como asegura la Policía británica, existía un plan para hacer estallar varios aviones en pleno vuelo, esto pondría de manifiesto una vez más la exposición de Gran Bretaña a amenazas de ese tipo. Significativamente, los supuestos autores del plan se habían fijado como objetivo, según los servicios de seguridad, los vuelos entre Gran Bretaña y Estados Unidos, los dos países que tomaron la iniciativa en la ocupación de Irak y los que más han apoyado a Israel en su actual operación para devastar Líbano.
En vano ha tratado una y otra vez el primer ministro británico, Tony Blair, de desvincular los atentados del 7 de julio de 2005 en Londres del pasado de la invasión anglo-estadounidense del país árabe con el pretexto de encontrar unas inexistentes armas de destrucción masiva. No hallaron las armas, pero aprovecharon para derrocar el Gobierno de Saddam Hussein, quien otrora fuera aliado de Washington.
Esta actitud de Blair, y su negativa a reconocer la conexión entre los problemas de Oriente Medio y el creciente resentimiento de muchos sectores musulmanes contra los todopoderosos gobiernos de Occidente, que hacen y deshacen en los países árabes a su conveniencia, ha causado un fuerte malestar en sus propias filas laboristas además de un profundo desgaste electoral del partido.
Al conflicto iraquí, en el que han muerto ya 115 soldados británicos, se ha sumado a la negativa de Blair, otra vez de la mano del presidente de EEUU, George W. Bush, a exigir un alto el fuego inmediato en Líbano que detenga a Israel en su campaña de destrucción total del país y la matanza indiscriminada de al menos mil personas en Líbano, la mayoría civiles.
El miércoles pasado, el diputado laborista Jim Sheridan, dimitió como asistente parlamentario del Ministerio de Defensa en protesta por la actitud del Gobierno en el conflicto libanés así como por permitir que Estados Unidos utilice el aeropuerto de Prestwick, cerca de Glasgow, para reabastecer a los aviones que llevan armas a Israel. Sheridan citó como motivos de su renuncia el actual conflicto en Oriente Medio y la falta de solución a la crisis palestina, algo que indigna a los musulmanes británicos y en lo que muchos ven el mayor estímulo para la captación de potenciales muyahidines.
Pero el descontento dentro del seno del Partido Laborista va más allá de Sheridan. Esta semana 130 diputados laboristas dirigieron una carta al líder de la Cámara de los Comunes, el ex ministro de Exteriores Jack Straw, para que suspenda las vacaciones de los parlamentarios a fin de que sigan trabajando por que la crisis del Líbano acabe sin tener que esperar a octubre, mes en que se reanuda la actividad parlamentaria.
El descubrimiento de este «nuevo complot», que Scotland Yard calificó de «dimensiones globales» y que podría haber tenido «terroríficas» consecuencias, podría ser conveniente para el primer ministro británico, quien ha luchado contra viento y marea, hasta dentro de su propio partido, para endurecer la política «antiterrorista».
Casualmente, el titular de Interior, John Reid insistió, en la víspera del descubrimiento de este complot, en que el Gobierno británico tendría que recortar las libertades civiles para ganar la batalla contra el «terrorismo internacional».
Al igual que Blair, su ministro de Interior expresó su frustración ante el hecho de que los jueces, los medios de comunicación y los políticos que critican al Gobierno «parezcan no comprender la magnitud real de la amenaza terrorista».
Según Reid, «los terroristas no se sienten limitados en su capacidad de hacer mal por tratados o normas internacionales ni por escrúpulos morales sino que tratan de usar y abusar de los derechos y libertades de una sociedad libre para convertirlos precisamente en los puntos débiles de esta última». Curioso argumento: si los terroristas no respetan los derechos humanos, los gobiernos «democráticos» tampoco tienen por qué hacerlo.
Reid criticó incluso la Convención Europea de Derechos Humanos y, repitiendo las palabras de Blair, dijo que las democracias occidentales tratan de librar una batalla propia del siglo XXI con un marco legal diseñado para el siglo XX. Además, se quejó de que la sacrosanta «seguridad nacional» está en riesgo por culpa de esa falta de adaptación.
El tremendo caos en los aeropuertos británicos también podría ayudar a desviar la atención mediática de la cada vez más denunciada masacre israelí en Líbano.