DONOSTIA
«Cuando a una persona se le dibuja una pequeña sonrisa en el rostro al hablar de un ser que está muerto, quiere decir que el sufrimiento ha desaparecido, que sólo queda dolor, y que el duelo ya está superado». Superar la pérdida de un ser querido no es una tarea fácil. La culpa es el principal sentimiento que interfiere en el bienestar de las personas que siguen viviendo. Según Carlos Odriozola, que suscribe estas afirmaciones y creador del MAR, siglas correspondientes al bautizado por él como Movimiento hacia el Agradecido Recuerdo, es necesario convertir el sufrimiento en dolor. «Si tras un año o año y medio de sufrir una pérdida se sigue sufriendo, hay evidencia de un duelo enquistado».‘‘Muerte, duelo y esperanza’’ ha sido uno de los recientes temas analizados en los Cursos de Verano de la UPV-EHU que se celebran en el Palacio Miramar de Donostia y que acaban de iniciar un periodo de descanso hasta el 21 de agosto, cuando se retomará esta actividad entre académica y vacacional.
La terapia MAR, en la que este sicólogo lleva trabajando 18 años, está teniendo, según él, buenos resultados tanto a nivel grupal, familiar, como individual, es aplicable también para la vida en general. «Es una filosofía para mantener vivas y ricas las relaciones con los demás».
Según su precursor, el paciente debe distinguir primero entre el miedo y el amor. «El miedo aísla, mientras que el amor es una fuerza integradora». Una vez de elegir la óptica del amor, una de las tareas más difíciles, se trabaja con todas las áreas del paciente, sea intelectual, emocional, física o espiritual, para que haya una compensación entre todas y el paciente no carezca de ninguna de las áreas. El tercer paso es hacer una distinción entre el sufrimiento y el dolor. El sufrimiento entendido como sentimiento de rencor y culpa; y el dolor como un sentimiento de perdón, de amor que vive el presente.
En opinión de este experto es un trabajo introspectivo. «Existen muchos sentimientos de culpa tras la muerte de un ser querido: culpa por seguir viviendo, por no haberle dicho te quiero tantas veces como se hubiese querido, por ser feliz, por decisiones tomadasŠ» Es lo que se trata de cambiar en esta terapia. Se está utilizando mucho a nivel grupal, de modo que el paciente pueda ser también terapeuta. «El objetivo es que la pérdida deje de ser una lacra para convertirse en estímulo», concluye.
Carlos Odriozola insiste en lo importante que es trabajar en ese sentimiento de culpa, principal causante del malestar físico y sicológico de las personas, no sólo tras la pérdida de un ser querido. Esta terapia, que recomienda realizarla tras un año de haber sufrido la pérdida, «sirve para liberarse de ese sentimiento de culpa».
Mantener la esperanza
Pero ¿cómo mantener la esperanza de seguir viviendo tras una pérdida significativa? A ésta y otras cuestiones trató de dar respuestas en el mismo curso el también sicólogo Patxi Izagirre Ormazabal.Cuando fallece una persona muy cercana a nosotros iniciamos un proceso de duelo, de aceptación de esa pérdida. El hilo conductor en este recorrido es la esperanza. Este habitual experto en cursos y conferencias sobre esta materia, define el duelo como «el proceso de transformación del dolor al amor». Y la esperanza es «la capacidad de esperar». Perder un vínculo importante no significa perder la capacidad de vincularse, es preciso, dice, «confiar de nuevo en la relación y en el afecto. El duelo es un proceso activo y requiere de la participación del afectado».
En ese proceso de aceptación de la pérdida, el doliente atraviesa diversas etapas. La siquiatra suiza Elisabeth Kublër-Ross estableció cinco fases. La primera de ellas es el impacto o shock. Cuando se produce, principalmente, una muerte sin avisar, por ejemplo en un accidente de tráfico, en términos simbólicos se crea en el cerebro del afectado un «coágulo emocional» que hace que la noticia sea indigerible. En las primeras semanas hay que ayudarle a que vaya reabsorbiendo ese coágulo. Uno de los puntos clave es que el terapeuta establezca un vínculo afectivo con el paciente que favorezca la escucha y la motivación. Tiene que hacerle ver que le interesa y conmueve aquello que le está contando. De entre todos los tratamientos que el sicólogo puede aplicar, Patxi Izagirre subraya el EMDR (Eye Movement Desensitation Reprocessing). La doctora Francine Shapiro lo descubrió durante la guerra de Vietnam tratando de dar solución al estrés post-traumático de los afectados. Consiste en movimientos oculares voluntarios que reducen la intensidad de la angustia.
Después del impacto, el doliente empieza a tomar conciencia de lo ocurrido y se niega a creerlo. Esta etapa recibe el nombre de incredulidad o negación. Muchas veces pensamos que «nuestro ego es inmortal», y éste nos impide aceptar que alguien querido haya desaparecido de nuestras vidas.
La despedida es fundamental
Para hacer frente a la negación son esenciales los rituales funerarios, esto es, los actos de despedida en el tanatorio, el esparcimiento de las cenizas o el entierro. Estos ayudan a que la persona fije la idea de que lo que ha ocurrido es muy doloroso pero está en la realidad.Y es que el duelo es un proceso dual en el que, a la vez que evitamos el dolor, también tenemos que expresarlo. Lo que ocurre es que en nuestra sociedad se tiende más a lo primero que a lo segundo. Cuando únicamente negamos, evitamos, racionalizamos o minimizamos el dolor «ponemos los puntos a la herida antes de supurarla». Nos enfrentamos, así, a tres riesgos: los trastornos depresivos, los trastornos de tipo ansiolítico y los trastornos sicosomáticos.
En la siguiente fase de dolor-rabia, la clave está en las tareas encomendadas. Cuando se da una sintonía afectiva entre el terapeuta y el paciente, en lo que se dice, en el gesto espontáneo o en el silencio cómplice, este último entiende que las tareas propuestas son actos de cariño, de ayuda, impulsos, no agresiones. Es importante conocer cómo fija el sujeto el vínculo de apego afectivo durante su infancia porque a lo largo de su vida echará mano de esos recursos para afrontar todas las muertes cercanas.
En la fase de negociación es fundamental la meditación filosófica, existencial. El doliente tiene que reflexionar para «recobrar un sentido de realidad y transformar la esperanza de vida». A los niños les gusta que les cuenten una y otra vez los mismos relatos porque aprenden que después del trauma, llega la esperanza que restaura el equilibrio.
Terminar por aceptarlo
Cuando una persona pierde a un ser querido, se encuentra en el momento de trauma, y depende de él, sólo de él, que la historia termine bien. Ahí subyace la idea de esperanza, la que va transformándose a lo largo del tiempo. Hasta el punto de que «las personas en duelo terminan, aceptando, adquiriendo una conciencia de la muerte». En este proceso de toma de conciencia de la muerte, el doliente va a encontrarse con una serie de obstáculos. Estos son la culpa, el resentimiento o la idealización del fallecido, por la que «enterramos el sentido de nuestras vidas junto a los muertos». Asimismo, el miedo y la fidelidad, este último uno de los obstáculos más frecuentes, por el que se renuncia a la propia vida como ofrenda al fallecido. El terapeuta tiene que evitar que se conviertan en «colapso crónico». En esta tarea debe regirse por «las tres haches: honestidad, humildad y humor».
«A los médicos no nos han ayudado a convivir con
las muertes»
DONOSTIA
Mercedes Zabarte, médica en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Donostia, habló en este mismo curso sobre otro aspecto muy relacionado con ese final de la vida, el que tiene que ver con las diversas fases por las cuales pasa el enfermo y su familia y de la importancia del personal sanitario durante todo el proceso.
En una Unidad de Medicina Intensiva no se trata a enfermos terminales sino que todos los pacientes son en principio recuperables. Son unidades en «las que se sufre muchísimo». Existen tres protagonistas en todo el proceso: el paciente, la familia y el personal sanitario. Entre todos ellos es necesario que haya una interrelación, un flujo de información en todo momento. Al final todos tienen que estar satisfechos con el esfuerzo médico y para ello es clave «conocer, comunicar y entender».
Zabarte señala cómo «la tensión emocional llega al límite» si el paciente fallece. En nuestra sociedad la muerte es difícil de entender y nadie quiere «que el enfermo muera en casa». Enfatiza que «a los médicos no nos han enseñado en las facultades a convivir con la muerte, sólo nos han enseñado a combatirla». Para poder empezar a ayudar a las familias en duelo, los médicos «necesitaríamos haber reflexionado sobre la muerte, tener experiencias vitales de contacto con los sentimientos, querer consolar y conocer el proceso que sigue el doliente».
En la fase inicial «de extrema gravedad de la enfermedad» se trata de aliviar los síntomas del enfermo y de reducir su ansiedad. Además se le dan informaciones sencillas que puedan tranquilizarle. En la fase de recuperación, el paciente ha mejorado y despierta. No recuerda nada, oye voces extrañas y «está lleno de dolores». En muchas ocasiones el propio enfermo le comunica al médico «que se quiere morir». En esta fase comienzan a aparecer la angustia, el dolor o el insomnio. Necesitan a la familia cerca pero cuando entran a verles «les culpabilizan de la situación que viven, de haberles abandonado allí». Muchos ancianos incluso creen que han sido abandonados en una residencia de ancianos.
Hay determinadas fases que atraviesan muchas familias: fase de negación, de enojo, de tristeza y de reequilibrio.
La fase de enojo resulta un tanto conflictiva ya que los familiares se enfrentan al propio personal sanitario, «lo rechazan». En estos casos es muy importante el apoyo emocional e información muy cuidada. Están pidiendo respuestas certeras «pero realmente no quieren oírlas».
En la fase de reequilibrio, la familia se siente apegada al personal sanitario. Los médicos deben ofrecer una disponibilidad informativa, «deben estar ahí cuando les necesiten», concluyó.