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Gara > Idatzia > Jendartea 2006-08-11
Martin GARITANO
Un encuentro fugaz en la ermita
LA VIDA SIGUE IGUAL (L)

Al acercarse a Behitene percibieron el inconfundible aroma del sofrito de la paella. Joakin había instalado el quemador y la bombona de butano en el portalón del caserío y Mila manejaba con mano diestra una espumadera con la que remover los ingredientes del banquete.

­¡Qué bien huele aquí! ¿Qué has puesto hoy?

­Pues para no discutir con Huesitos si hay que hacer el caldo con congrio o sin congrio, la estoy haciendo con pollo y conejo, ¿qué te parece?

El cura sonrió:

­Ya sabes que todo lo que haces me gusta, Mila.

Gotzon aprovechó el equívoco:

­¿Todo? No sabía que supieras cómo hace ‘todo’ mi mujer...

­Bueno, me refería a la comida.

Todos rieron la broma. Sergio, además, sintió un calambre que le llegaba al vientre.

Mientras Xuxú y Gotzon ponían la mesa, Sergio se sumó a Mila y Miren en el equipo de cocina. Distribuyeron los fiambres en varios platos, prepararon una vinagreta para acompañar a los espárragos y le dieron el último toque de sal al arroz. En un momento, Mila marchó al baño. Miren aprovechó el inciso:

­O sea que no tuvisteis tiempo ni de recoger las tazas de café...

­Por favor, Miren. Se nos hizo tarde charlando y salimos a toda prisa para hacer la compra. No pienses otra cosa.

­Esta noche, después de cenar, saldré a dar un paseo. A las once te espero en la ermita, ¿De acuerdo?

­¿En la ermita? Nos puede ver cualquiera que pase...

­A esa hora no pasa nadie, tonto.

La voz de Mila se oyó en todo el caserío:

­¡Atención la tropa! El arroz está en su punto, así que todo el mundo a la mesa.

Nadie escatimó elogios para el banquete. Joakin aportó unas botellas de buen vino, así que todo resultó perfecto. Incluso la tertulia, en la que todos evitaron hablar del asunto que había llevado a Josefo hasta el caserío de Basalur.

De vuelta a Uriondo, todos marcharon a casa. Eran las seis de la tarde y aún faltaba una hora para el txikiteo. Tenían tiempo para darse una ducha y cambiar las ropas de campo por otras más apropiadas para andar en el pueblo. Xuxú tenía, además, otra idea:

­Tenemos tiempo, Miren...

­¿Ahora? Si hemos quedado dentro de nada en el K.O...

­Mujer, si quieres, puedes. Nos da tiempo de sobra.

Miren pensó en la cita con Sergio y sintió una flojera característica.

­Venga, vamos a la cama.

Media hora más tarde, mientras se duchaba Xuxú, Miren se peinaba ante el espejo del cuarto de baño:

­La historia de Miguel, los chicos degollados y todo eso... me ha revuelto a mí también. Hoy, cuando he visto a Josefo, me he puesto nerviosa. No sé. Es todo tan impactante...

­Sí. A todos nos pasa algo parecido, pero hay que zanjar ese asunto y olvidarnos de él.

­Lo que pasa es que estamos todo el día todos juntos y hablando del mismo asunto. Yo necesito un poco de tranquilidad, estar a solas, despejarme. Hoy, después de cenar me voy a ir a dar un paseo, a ver si se me aclaran las ideas.

­Me parece bien. De vez en cuando todos necesitamos un rato de soledad.

Sonaban las campanas de las siete de la tarde cuando Huesitos cruzaba el umbral del K.O. Ese era su momento estelar y Eusebio lo sabía:

­Llevo cincuenta años en el bar y no he tenido un cliente como tú, Huesitos. Puedo servir tu txikito en cuanto suena la primera campanada con la seguridad de que te lo tomarás antes de que suene la séptima.

­En esta vida hay que ser riguroso con las cosas serias, Eusebio. Y el txikiteo es una de esas cosas serias de la vida.

El siguiente en hacer acto de presencia fue Simón. Sergio se había quedado en el kiosco de Juanjosito ojeando revistas de informática.

Eusebio hizo un comentario jocoso:

­Como en las procesiones, el cura después del monaguillo.

­Hala, deja de decir chorradas y sácale un pote a Simón.

Intercambio de Opiniones

Los dos hombres se retiraron al fondo de la barra y, antes de que llegara el resto de la cuadrilla intercambiaron unas pocas frases.

­¿Qué te ha parecido lo de Josefo? A mí me ha dejado un sabor de boca...

­Sí, a mí también me ha sonado todo demasiado extraño.

­Ahora vendrán todos. ¿Qué te parece si quedamos después de cenar para tomar algo y charlar con más tranquilidad?

­De acuerdo. ¿A las diez y media en el Itsasalde?

­Allí estaré.

El txikiteo de aquella tarde fue más corto que en días anteriores. Después de toda la jornada en Basalur, con paseo incluido, todos estaban cansados y, pasadas las nueve y media, Huesitos dio un toque de atención:

­Habrá que retirarse, muchachos. Después de todo el día de juerga, hay que descansar. Mañana también corremos otra etapa.

Simón cenó poco y, cuando el reloj marcaba las diez un cuarto se dispuso a salir:

­Voy al Itsasalde. He quedado allí con Luis Mari. Tenemos que hablar de algunos asuntos nuestros.

­De acuerdo, tío. Yo también saldré a dar un paseo. Hace una noche tan buena...

A las diez y media, Huesitos y Simón tomaban asiento en la terraza de la cafetería. Y cinco minutos más tarde Miren pasaba por delante suyo sin percatarse de su presencia.

­Qué, ¿ya no saludas a los amigos?

­¡Ah! Perdona. No os había visto. Hace una noche tan bonita que he pensado dar un paseo.

­¿Y Xuxú?

­Ese cada vez está más viejo y más vago. Ha preferido quedarse a ver la tele. Se ha servido un chupito de hierbas y se ha apoltronado en el sofá. Yo voy a pasear.

A las once, Sergio la abrazó en el pórtico de la ermita de Santa Ana. La luna iluminaba a los amantes y en medio del silencio de aquel paraje los jadeos podían escucharse a distancia.

En Uriondo, Huesitos fue tajante en su conclusión:

­No sé por qué, Simón, pero he llegado a la conclusión de que Josefo nos ha mentido.

­Y si no ha mentido, tampoco ha dicho toda la verdad. También yo he llegado a esa conclusión. Mañana iré a Bergara, a hablar con el juez.

­¿Te acompaño?

­No. Es mejor que vaya solo.

(CONTINUARA)


 
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