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Gara > Idatzia > Jendartea 2006-08-14
Martin GARITANO
Huesitos prepara la incursión
·La vida sigue igual (LIII)

Mila sacó su teléfono móvil del bolso y se lo pasó a Huesitos. Luis Mari sostenía el aparato en una mano y una pequeña agenda en la otra. Marcó el número de la casa parroquial y Simón no tardó en contestar:

­Dígame.

­Simón, soy Luis Mari. Estábamos extrañados por que no has dado señales de vida. ¿Te encuentras bien?

­Sí, sí. La comida me ha debido sentar mal y me duele un poco el estómago, pero no os preocupéis. He preferido quedarme en casa y adelantar algunas tareas del despacho. Mañana a mediodía estaré con vosotros.

­Bien, bien. Me había preocupado un poco. Mañana nos vemos.

­Pero...

­Pero, ¿qué?

­Pues que si mañana por la mañana no tienes nada que hacer, me gustaría que pasaras por aquí antes del txikiteo. Quiero comentarte algo.

­¿A las once está bien?

­Sí. Perfecto.

La conversación terminó con la cita para la mañana siguiente. Huesitos había salido del bar para hablar con tranquilidad y al regresar el resto de la cuadrilla le interrogaba con la mirada:

­Nada, nada. Dice que la comida no le ha sentado bien y que ha preferido quedarse a terminar algún trabajo. Que ya nos verá mañana.

Sergio apostilló:

­El médico ya le dijo que se cuidara con la comida y la bebida, pero...

­Eso lo dicen todos los médicos a todos los pacientes. Lo que quieren es acabar con el txikiteo y con las sociedades.

Huesitos no podía ocultar su disgusto. Tenía demasiado presente la seria advertencia de su propio médico de cabecera.

Cuando Sergio regresó a la casa parroquial, la luz de la habitación de Simón estaba apagada. Parecía que no había nadie en la casa. Tocó la puerta de la habitación y abrió la puerta.

­Tío, ¿estas ahí?

Simón encendió la lampara de la mesilla de noche:

­Sí, Sergio. Algo me ha sentado mal y me he metido en la cama. Mañana estaré mejor.

­¿Quieres que te prepare algo? Yo voy a cenar ahora.

­No, gracias. Ya he tomado una manzanilla... y creo que me ha sentado peor aún. Lo mejor será ayunar y dormir. Hasta mañana.

­Hasta mañana, tío.

A Huesitos le costó conciliar el sueño. El repentino malestar de Simón, el recuerdo de las advertencias del médico y la inquietud que le creaba el tono de misterio del cura al citarle para la mañana siguiente le bullían en la cabeza en el momento de acostarse. Es tan larga la noche cuando asaltan las preocupaciones...

Incertidumbre

A las once en punto de la mañana, Luis Mari tocaba el timbre del despacho parroquial. Lo hizo por tres veces y no contestó nadie. Empezaba a preocuparse cuando Simón le saludó desde la otra esquina de la calle.

­Buenos días, Luis Mari. Perdona el retraso, pero he tenido que hacer una visita a los Zabaleta. Ya sabes que han ingresado a los padres en una residencia, en Mendaro, y quieren tramitar las ayudas sociales y todo el papeleo a través de la parroquia. Total, un follón.

­La burocracia, Simón, es uno de los poderosos instrumentos del Estado para controlar a la ciudadanía y así dominarla mejor.

­Bueno, menos rollos, que lo que la gente quiere es que las cosas se solucionen de manera rápida y eficaz. Y si para eso hace falta burocracia, pues que haya burocracia.

Simón y Huesitos, amigos desde hacía muchos años, habían renunciado a discutir de política. Aunque no pensaran de forma muy distinta, lograban contraponer los argumentos suficientes como para parecer dos extremistas, de izquierda y derecha, a los ojos de quien asistiera a la conversación.

Al cerrar la puerta de la casa, Huesitos preguntó:

­Tú me contarás. ¿Qué asunto es ese del que me querías hablar? Me has tenido intrigado toda la noche.

­Ya sabes que no me gusta hablar de este asunto por el teléfono. Yo creo que están todos pinchados.

­Bueno, pues aquí me tienes, de cuerpo presente como decís los curas.

­El caso es que Lurdes, la viuda de Miguel, me llamó ayer. Fui a Landatxo y me contó que, bajo la ermita, discurre un túnel o una galería que excavaron los gudaris durante la guerra para desembarcar armas.

A vuelTas con la galeria

­¿Una galería?

­Sí. Empieza en la ermita y llega hasta las rocas. Parece que metían las armas por allí, las almacenaban bajo la ermita y las sacaban, poco a poco, por el monte, para que los espías de los nacionales no se percataran. Ten en cuenta que el frente estaba muy cerca de aquí y los hubieran podido bombardear.

­Y, ¿qué tiene que ver esa galería con todo este asunto?

­Lurdes cree que Miguel y esos chicos usaban la galería para alguna de sus andanzas.

­¿Se lo has dicho al juez?

­No, aún no. Habrá que comunicárselo, pero antes me gustaría echar una ojeada. Para eso te he hecho venir. Podemos ir hoy mismo, después de comer.

­Será mejor que se lo comentemos a Xuxú. Si hay que hacer algún esfuerzo físico, mejor tres que dos.

­Para hacer esfuerzos, tampoco estaría mal que le dijéramos a Gotzon que nos eche una mano, ¿no crees?

­Bien. Pues vamos los cuatro. Se lo diré durante el txikiteo.

­Sí, pero con discreción. Estamos bordeando la ley...

­¿Bordeando la ley? ¿Qué estamos haciendo mal?

­Hombre, en teoría, cualquier dato que tuviéramos deberíamos ponerlo en conocimiento del juez o de la Policía...

­Pero eso será después de comprobar que es cierto, ¿o no?

­Tienes razón.

A las doce en punto, con la última campanada, la cuadrilla al completo iniciaba la enésima ronda del verano. Huesitos apartó a Xuxú y a Gotzon del grupo y les citó con aire de misterio:

­Hoy, a las cuatro, os espero junto a la casa parroquial. Venid con ropa deportiva. Si os preguntan a dónde vais, decid que a dar un paseo con Simón, que le vendrá bien después del arrechucho de ayer.

Los dos hombres asintieron.

(CONTINUARA)


 
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