Cada cierto tiempo es necesario ir de tiendas sin moverse de casa. Tenemos más ofertas que si sales a la calle. Y las veinticuatro horas, todos los días de la semana. Desde Internet, ese gran zoco, mentidero, ventana, portal, autopista hacia la verdad, la mentira o la perplejidad. Pero también desde el otro electrodoméstico esencial, la televisión, ese armatoste que cada día se hace más magro y rectangular, nos arrullan de madrugada. En ciertos canales pasan de la superchería de la adivinación del futuro, a la constatación del pasado en forma de porno ortopédico. En la mayoría nos venden aparatos para ser más felices. O los consumidores más crédulos.

El pasado viene y se va. El pasado cuando cabalga a lomos de la memoria se camufla en nostalgia, en justicia, en dolor o en catarsis. Desenterrar a los que les dieron el “paseo” por las cunetas es un ejercicio de múltiples reflejos condicionados. Veo y recuerdo que hace unas décadas se logró en la Ribera de Navarra señalar fosas comunes, recordar a los muertos por defender la República. Pero fue algo que se hizo en la ola de la transición, antes de todos los desencantos.

En las tiendas catódicas se preocupan mucho por nuestro cuerpo. Las mañanas de los domingos siguen siendo escandalosamente religiosas en las televisiones públicas. Están muy preocupados por nuestra alma. Estas son otras tiendas más sibilinas. Venden salvación, felicidad después de la muerte. Puestos a elegir prefiero el cuerpo y la felicidad o sus apariencias y homologaciones, aquí, en la tierra, mientras pueda reconocerla y abrazarla.

Las tiendas para el cuerpo me dejan absolutamente traspuesto. Creo que son anuncios subliminales de la dermoestética universal. Esos cuerpos no los pueden modelar las máquinas y el esfuerzo sino las químicas y las físicas. Si antes se decía que a partir de los cuarenta cada persona tenía la cara que se había creado, ahora sabemos que desde muy joven, el culo, las narices, las orejas, los pectorales bisexuales o las pantorrillas se crean y remodelan a voluntad quirúrgica por elección de catálogo. Así que las teletiendas solamente son subliminales sesiones de erotismo basal. -