Iñaki Urdanibia - Profesor de Filosofía
¡Hace falta valor, Yavé!
En tiempos en que las tropas del gran Israel campan por sus respetos, sanguinarios, por tierras ajenas, como siempreŠ suenan como puñetazos en los morros palabras que con su supuesto buen sentido se difunden un día sí y otro también. ¿Qué pensar de las palabras de Claude Lanzmann? ¿Y del manifiesto de varios escritores israelíes? ¿Y de las lecciones de no mezclar a los palestinos olvidarse del asunto con el Holocausto, de los Baer, apoyado por Reyes Mate? Hace falta valor, oh señor, para mantener sin pestañear algunas de estas posturas.Diré, de entrada, que me parecieron y me siguen pareciendo acertadas las palabras de Edgar Morin (parejas a unas de Saramago), por las que fue llevado a los tribunales bajo la acusación de «antisemitismo», en las que mostraba su extrañeza de cómo era posible que un pueblo que había sufrido tanto fuese tan insensible a la hora de tratar a sus vecinos; en los mismos términos se ha pronunciado cantidad de gente, me atrevería a decir que cualquiera que tenga un mínimo sentido de la probidad. Dicho lo cual, y dejándonos de zarandajas, ahí reside el quid de la cuestión, y no en tener que hacer equilibrios mil para evitar ser acusado a la mínima de cambio de los deshonrosos «filoterrorista» y/o «antisemita», no se trata de si se puede, o se debe, mezclar o no mezclar... pues, desde luego, mezcladas están las cosas desde años ha. Mezclados y hasta confundidos están el judaísmo y el sionismo, la religión, la cultura, los supuestos orígenes étnicos, la nacionalidad (¿de qué nacionalidad, a no ser absolutamente forzada y artificial, común pueden reclamarse seres venidos de la cultura alemana, o yanki, o soviética, o hispana, o magrebí, o árabe, o...?), lo judío con lo israelí, y de todo ello con el llamado Holocausto (término con indudable sentido sacrificial religioso, por otro lado). Precisamente debido al Texto, los judíos, «pueblo elegido», conocen cuál es la tierra de la que hubieron de huir tras la destrucción del Tercer Templo, fue la diáspora. Luego, con el apoyo de las potencias occidentales fomentada por la culpabilidad del intento de genocidio con ellos cometido, se les dio una tierra que no era desierto, ni arena ocupada por holgazanes nómadas medio negros (léanse algunos textos de los primeros sionistas llegados), sino la patria de los palestinos (también herederos de Sem, es decir, semitas). Se les quitó la tierra, cierto que algunos árabes ricos se la vendieron bon prix (money is money), y allá montaron un estado-gendarme que defendería los valores occidentales en el revuelto Oriente Medio. Estado, cuyos cimientos iban a ser la religión judía y la lengua hebrea, y la genealogía judía (proceder de madre judía)... En espera de nuevas vueltas de la gente de la diáspora, previsible era desde el inicio que el nuevo Estado iba a necesitar más tierra, especialmente las más ricas, además era preciso trocear la posible tierra palestinaŠ para hacer imposible la instalación de un Estado palestino. Las características del estado colonialista estaban servidas, como lo dejaban ver múltiples declaraciones de los primeros sionistas que hablaban de posibles ampliaciones hasta la mismísima India). Luego... mucho ha llovido, en especial muchas bombas... ¡y no sigo! Trato de mantenerme sereno al leer opiniones que me sugieren el título del presente grito. Mientras, el nombre de Cana viene a engrosar, una vez más, la fatídica lista de la infamia criminal del Ejército israelita: Sabra, Chatila, Jenin... Eso sí, siempre queda el consuelo de saber que el máximo dirigente de tal estado, Ehoud Olmert, afirma que «no enseñamos a nuestros soldados a matar inocentes. Tal no es la doctrina del ejército de Israel» (¡Ah!), o, para más consuelo aún, nos hace saber el laborista (¿de qué labor?) Simon Peres que «cuando lanzan ataques, los israelíes diferencian entre objetivos civiles y militares» (¡menos mal!)... si ya en 1996, un fatídico 18 de abril, la sofisticada maquinaria de guerra israelí asesinó a 102 refugiados protegidos cerca del cuartel de los cascos azules de la ONU, ahora todos conocemos la reincidencia en atacar posiciones civiles o liquidar a los observadores de la ONU que fueron alcanzados por un «accidente», después de que los miembros de la citada organización internacional avisaran más de seis veces que sus obuses caían muy cerca de donde estaban ubicados. ¡Nada! Pura casualidad, especialmente creíble cuando un ministro del estado sionista declaraba sin tapujos que iban a hacer retroceder al Líbano veinte años atrás. ¡Pura labor humanitaria la de estos crueles matones! El director de la inigualable y escalofiante película “Shoah” escribe en las páginas de “Le Monde” (4 de agosto) que si no llega a ser por la «desmesura» el Estado de Israel no existiría ya, para añadir líneas después que no hay desproporción en la invasión bipolar de la franja de Gaza y del Líbano, en absoluta consonancia con el testigo de la camisita blanca, Bernard-Henri Lévy que días antes contaba la guerra desde el lado israelí. Leo, también, un esperanzador manifiesto de tres erscritores israelíes (David Grossman, Abraham B. Yehoshua, Asmos Oz), y digo esperanzador sólo por el título de la noticia dada en “La Vanguardia” (9 de agosto): «Tres escritores israelíes contra las bombas», en el que piden que paren las bombas como quien dice vamos a parar que ya les hemos dado suficiente caña... Entre los firmantes, el brillante novelista y autor de un equilibrado “Contra el fanatismo”; siempre limpio de polvo y paja. Por último, en un reciente libro de Alejandro Baer, “Holocausto. Recuerdo y representación” se viene a afirmar que la falta de cultura en lo que hace a los estudios sobre tal horrendo acontecimiento lleva a unir la palabra Holocausto con los crímenes que actualmente cometen los militares israelíes contra los palestinos... No hay indebida mezcla que valga. La mezcla viene dada desde el momento en que el Estado de Israel se presenta como representante de los judíos todos, religión, lengua y etnia incluidas; la mezcla viene pro- movida por los mismos que un día sí y otro también se proclaman herederos únicos del intento de exterminación nazi (cuántas veces se ha manejado la cifra de los seis millones para dar a entender que ellos son las víctimas por excelencia, en el libro Guinnes del horror y las víctimas)... La tarea de quienes pretenden aclarar las tropelías cometidas contra los judíos, convertidos en cabeza de turco antes de la «solución final» ideada y puesta en marcha por los nazis, habría de ser subrayar las diferencias entre judaísmo y sionismo, entre judíos e israelitas, entre agresores y agredidos, entre verdugos y víctimas. Para ello habría de huirse de «la sacralización nominal de la palabra ‘judío’» como escudo para mantenerse más allá del bien y del mal, fuera de la historia, y huir del continuo recurso a la memoria como monopolio de los judíos de Israel, de la Shoah como patente de corso para hacer lo que les venga en gana sin la admonición de nadie a riesgo de ser tratado, como decía, de «antisemita, judeófobo, racista, nazi, o ignorante». Imposible, por otra parte, solucionar los problemas de vecindad cuando se mantiene un ideario de continuo repliegue sobre sí mismos, desprecio al otro especialmente si es palestino, impermeabilidad a las costumbres de los otros habitantes originarios de la zona, etc... Hay muchos judíos que no están en el metonímico Estado, y bastantes que han tenido una ejemplar visión universalista a lo largo de la historia... Ahí están los Spinoza, Marx, Einstein o Freud... ¡admirables judíos! -
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