BEIRUT

Esa fue la tónica general durante todo el día y en todo el país. Apenas unos minutos después de que entrara en vigor el alto el fuego y sin tener la menor idea de si éste iba a ser respetado, decenas de miles de libaneses se lanzaron a las carreteras en todo tipo de vehículos cargados hasta los topes colapsando las desvastadas carreteras del país.

La mayoría de ellos no sabía si sus casas seguían en pie o si habían sido dañadas por la furia destructora israelí, especialmente en las poblaciones al sur del río Litani, pero había llegado la hora de regresar a casa.

No obstante, el peligro entre las ruinas y las carreteras acechaba. Hizbula advirtió del riesgo de las bombas sin estallar y acusó a Israel de abandonar explosivos para seguir dañando a los civiles. En una declaración emitida por Al Manar se pidió al pueblo de que se mantenga alejado de cualquier objeto sospechoso, especialmente juguetes. Así una niña murió ayer y otras cinco resultaron heridas al explotar un artefacto den Habbouche, a 15 kilómetros de la frontera.

Cuanto más hacia el sur, la destrucción era más intensa, y pasando la ciudad de Sidón, además de puentes y carreteras, aparecían edificios de varias plantas aplastados.

Aún así, en las caravanas de coches que avanzaban hacia el sur se percibían rostros de alegría con una mezcla de temor y esperanza en los ojos. «Hemos ganado», gritaban unos adolescentes apelotonados en la parte trasera de un desvencijado coche camino de Tiro.

«Me da igual cómo esté, yo quiero volver a mi tierra antes de que se la apropien los israelíes», comentaba una mujer, que junto a sus hijos, su marido y varias de sus hermanas se habían cobijado en las montañas que rodean Sidón.

Algunos vehículos llevaban banderas de Hizbula o fotos de Nasrallah, otros banderas del Líbano y, la mayoría, grandes torres sobre el capó formadas por viejos colchones de goma.

Otro tanto ocurrió en el sur de Beirut, convertido en «símbolo del desafío libanés».