Kepa Ibarra Erkoreka - Director de Gaitzerdi Teatro
Un piano desafinado
Todavía recuerdo y mantengo en la memoria aquella frase que se acuñó durante la época de la guerra fría, justo cuando los intereses geoestratégicos de las grandes potencias andaban merodeando por espacios y latitudes allende nuestros conocimientos, unos metiendo una patita en el Africa austral, otros intentando mantener el francés a base de tiros y los más guardando el tipo para no quedar mal ni con unos ni con otros pero haciendo el mismo daño en base al todo vale con tal de proteger intereses transfronterizos. Aquella máxima que se guardaba con absoluto celo respecto a mandatarios que se perpetuaban en el poder matando de hambre y miseria a su pueblo, aquel «puede ser un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta», con el transcurrir de los años parecía apartado e incluso olvidado de la jerga común, como si el derecho internacional y los nuevos políticos con talante dudosamente renovado hubiesen tomado las riendas de un talante basado en la palabra distorsionada, el diálogo con uno mismo y un mínimo equilibrio didáctico a la hora de cómo organizar el tablero internacional. Ni por esas.Antaño a los dictadores de etiqueta se les protegía con mucho pesar, mientras que públicamente siempre recibían algún tirón de orejas y se les animaba a respetar aquello de los derechos humanos y esas cosas, aunque nos recordaban continuamente que el verdadero enemigo estaba en el otro lado, que había que tener mucho cuidado con él y de ahí la necesidad de mantener al finado e incluso aumentarle el arsenal militar por si las moscas se rebelaban. Después Clinton y cía decidieron rejuvenecer aquel desaguisado rancio y caduco, y pensaron que la política era materia flexible, que necesitaba de muchas manos y que Sharon (como ejemplo) no era más que un hombre al servicio de un pueblo agredido. Talante por aquí, gobiernos títere por allá, lo que significaba el cuadro ideal para desarticular ofensivas y sobre todo anestesiar conceptos básicos que poco tenían que ver con una voluntad popular siempre silenciada y abaratada. Esto y más está ocurriendo en zonas como Líbano, que continúa siendo fuente inagotable de explicación e inspiración para analistas y politicólogos (o politicones), que han encontrado en esta zona del mundo una fortuna monológica y un campo abonado para la explicación fructífera cuando se trata de exprimir la noticia y no hay manera de justificarla si no es con la palabra endeble y el contenido formal. Es la denuncia de cartón. Funciona lo general, lo que implica a dos partes en un conflicto, sin que nadie se muestre cotundente ante lo que está ocurriendo intentando explicar cómo es posible una agresión sobre un país soberano, con un Estado sionista absolutamente entregado en su cometido belicista, provocando de manera letal a toda la comunidad internacional, insensibilizando posturas otrora críticas e incluso enfrentadas con esa posición de destrucción masiva, llegando en ocasiones al delirio legal cuando se abren investigaciones formales sobre el asesinato de cuatro funcionarios de la ONU, y el derecho a veto sobre cualquier resolución condenatoria no lo pueden ejercer ni Burkina Fasso ni Togo, ni siquiera los propios interesados, y sí Condoleezza Rice que no está para alegrías y por eso le da al piano y a Brahms. No hay treguas humanitarias, ni corredores fiables, ni resoluciones de la ONU, todo está incluido en un paquete letal que sólo habla de destrucción masiva, agresión directa, más material de guerra, y una fortaleza descomunal mostrada que tiene a los aliados fácticos de siempre (EEUU y Reino Unido) como mentores de un despropósito criminal adornado de legalidad compartida. Mientras tanto el mundo espera con los brazos cruzados a que finalice esta carnicería, y que los niños muertos no vuelvan a conmover los corazones televisivos, avanzando poco a poco hacia una galopante insensibilización internacional, más preocupados de montar la bronca en el aeropuerto del Prat porque las vacaciones se atrasan un poco más, no se encuentran las maletas y cuatro trabajadores y un tambor reivindican, con el único arma posible del grito, su derecho a trabajar. Con este panorama contradictorio y a puertas de todo, resulta lógico pensar que a partir de cualquier tragedia televisada los estados plenipotenciarios recurran a sus cancillerías para ser informadas y a sus ruedas de prensa para otorgar parte de su condolencia, en una imagen coreografiada que lo mismo vale para Oslo que para París, para un escrito conciliador que para otro provocador donde el saco está lleno de unos y de otros, revueltos y aireados a punto de plancha. Todo limpio y saneado. En el año 1998 Clinton y sus asesores se dieron una vuelta por Africa para apoyar a los nuevos líderes africanos, jóvenes y demócratas, intentando resarcirse de la derrota y la humillación sufrida en Somalia en 1993. Era el momento de dar un impulso a una nueva era. Y era mentira. Más guerra, más miseria, más Africa convulsa. Hoy, la chopiniana Rice visita Oriente Medio para acelerar acuerdos, limpiar conciencias y llenarse la boca de más proyectos bélicos. Imagino que buscará soluciones frescas para su jefe, sin pensar siquiera que lo único que ha conseguido es cercenar vidas mucho más frescas e inocentes que la suya, en una cruzada impecable contra toda criatura viviente de corta edad que osa estar a la hora precisa y en el momento preciso para ser carne de misil. Mala suerte. Una pena. Los malos andaban por allí. Y Brahms preguntándose todavía qué habrá hecho para merecer esto. -
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