El proceso político abierto en Euskal Herria atraviesa un momento difícil. No es exagerado asegurarlo a la vista de lo que todos, sin excepción, proclaman día va y día viene. Y en medio de tanta dificultad, resulta imprescindible detenerse, aunque sólo sea un segundo, y dibujar en el croquis de la hoja de ruta los puntos en los que, cada cual, señala las minas que pudieran hacer saltar en pedazos las esperanzas y la ilusión de la inmensa mayoría de la ciudadanía. Y ahí topamos con las curiosidades del complejo mundo de la política vasca.
Y es que, ahora, Josu Jon Imaz, presidente de la ejecutiva jelkide, sitúa la dispersión como obstáculo insalvable para afrontar una nueva fase de diálogo multipartito. Lo dice, por si alguien no lo recuerda, el presidente de un partido fundamental en el diseño, justificación y desarrollo de esa misma dispersión. Curioso, ¿verdad?
El PSOE de Zapatero, el que propuso y aprobó el «Pacto Antiterrorista» en connivencia con el neofascista Aznar para votar, codo con codo con los hijos y nietos de Franco, la ilegalización de Batasuna, señala ahora a esa misma ilegalización como el mayor de los problemas habidos y por haber. Y coloca, además, la pelota de la legalización en el tejado de las víctimas de su pacto con Aznar. ¿No les llama la atención?
Aralar, la formación nacida de la escisión que lideró Patxi Zabaleta en la izquierda abertzale con la demanda de una tregua de ETA por bandera, a la vista del alto el fuego decidido por la organización armada, antepone el reconocimiento y la asunción de la partición territorial a la apertura del diálogo entre todos los agentes de Euskal Herria. Lo que Monzón vino a llamar, «el jarrón roto». También tiene su miga.
Eusko Alkartasuna, que en el proceso de Lizarra y el acuerdo a tres bandas con ETA y el PNV, aportó su particular e inestimable grano de arena para obstruir el engranaje de la unidad de acción abertzale, antepone ahora esa misma unidad a la apertura de una mesa de diálogo abierta a todas las bandas.
Y, por entrar en temas menores, aquellos que apostaron por ahorcar a buena parte del empresariado vasco «Obrero despedido, patrón colgado». ¿Recuerdan? centran ahora sus esfuerzos en denunciar las «extorsiones» a empresarios que hacen inviable el proceso.
Alguien dirá que falta aquí la crítica a otros, a los ausentes. Pero, claro, si no existen... -