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Gara > Idatzia > Euskal Herria 2006-08-31
«Antesala» para la ejecucion
Hacinamiento, hambre, enfermedades, muerte.Ese el panorama que presentaban la cárcel de Ondarreta, la de Saturraran, el penal de San Cristobal o el de Santoña. En los primerosaños de la guerra del 36 fueron la «antesalade las ejecuciones», según Josu Txueka.

Entre las rejas de San Cristobal y el hierro oxidado del Peine del Viento, me quedo con este último. En vez de hacer rejas, el hierro debería servir para construir esculturas». De esta forma concluyó ayer su intervención el profesor de Ciencias Sociales y de la Comunicación de la UPV Josu Txueka, que, en el marco de los Cursos de Verano de la UPV, trazó «una aproximación al universo carcerlario de la posguerra», desde la prisión de Ondarreta hasta Santoña, pasando por el penal de mujeres de Saturraran y el de San Cristobal en el monte Ezkaba de Iruñea.

Las cárceles, sobre todo en los primeros años de la guerra del 36, se convirtieron «en la antesala para la ejecución» de centenares de presos, tal y como subrayó Txueka. La población reclusa aumentó de forma considerable y, por consiguiente, el hacinamiento, las enfermedades como el tifus o la tuberculosis, y la mortandad no se hicieron esperar. En Santoña, por ejemplo, en 1938 llegó a haber más de 3.000 presos cuando la prisión únicamente tenía 312 celdas individuales.

La vida en estos centros penitenciarios estuvo marcada por la militarización, «a toque de corneta desde la mañana», y por «un régimen de mortificación»: canto de himnos, obligatoriedad de ir a misa... Y muchos de aquellos prisioneros fueron fusilados extrajudicialmente. «Hasta 1943, las ejecuciones fueron el pan de cada día», destacó Txueka. Se calcula que, al día, había diez ejecuciones.

El mismo patron

«Eran las seis de la mañana cuando oí gritos, luego tiros y, después, silencio», relató en euskara Salbador Zapirain Ataño. Sus hermanos fueron fusilados en los muros de la prisión de Ondarreta. El se salvó. Como éste, hay un sinfín de relatos que han perdurado en el tiempo y han podido ser rescatados del olvido. «Existe una exquisita y concienzuda documentación, es abundantísima. El problema está en qué se ha hecho con esa documentación y en qué estado está», remarcó Txueka.

Calificó de «mentira» argumentos tales como la inexistencia de documentos. «Siempre hay una huella documental de las entradas y salidas de los presos. Hasta el guardia civil más analfabeto, con dos dedos, registraba cada uno de los movimientos», resaltó. Estos registros han servido para sacar a la luz el verdadero destino que tuvieron aquellos presos que «oficialmente» habían quedado en libertad.

El patrón siempre era el mismo: detención, encarcelamiento, traslado y fusilamiento bajo la apariencia de que iban a salir libres. En la noche del 17 de octubre de 1936, por ejemplo, 191 personas, entre ellas 17 sacerdotes, fueron sacadas de Ondarreta y llevadas a Hernani para ser fusiladas. Se da la circunstancia de que casi ninguno había estado en el campo de batalla. No ocurría lo mismo con los de Santoña que, en su mayoría, eran miembros de batallones.

Cuando las tropas franquistas tomaron el mando de esta prisión, relegando en esta función a los italianos, ejecutaron a 14 personas representantes de todas las formaciones políticas que había en la Segunda República. De esta manera, quisieron dejar claro que «ante la represión todos eran iguales».

De Santoña a Saturraran, donde estuvo situada una de las mayores cárceles de mujeres del Estado español después de la de Las Ventas en Madrid. Txueka lamentó que, a día de hoy, todavía no haya «ni la más mínima placa en recuerdo a las miles de mujeres que sufrieron la represión franquista».

Las monjas de La Merced y la Guardia Civil eran las encargadas de custodiar esta cárcel que en 1943 albergaba a mil reclusas. Los niños podían permanecer junto a sus madres hasta cumplir los tres años.

«Uno de los mas duros»

Aunque parezca paradójico, abundan las fotografías que mostraban, por citar un ejemplo, a los presos haciendo algo similar a gimnasia o jugando a pelota. Este tipo de imágenes solían tomarse el día de La Merced. Una de ellas es la que, de manera clandestina, se hizo el 5 de noviembre de 1939 en prisión a un nutrido grupo de sacerdotes encarcelados por defender la legalidad de la República. La foto, sacada en el doble fondo de una caja de cartón, fue reproducida en París. Su publicación dio paso a una gran polémica.

Si de la cárcel de Saturraran no se conserva nada, no ocurre lo mismo con la de San Cristobal, ubicada en las faldas del monte Ezkaba en Iruñerria. Sus rejas y muros hablan por sí mismos. «Fue uno de los penales más duros, siniestros y, hasta hace poco, más desconocido de nuestra historia», manifestó Txueka. «Cuando Miguel Sanz dice que el Canal de Navarra es la mayor obra que se ha hecho en Nafarroa, es que no sabe nada de San Cristobal, porque brigadas enteras de canteros tardaron 22 años en construir esta fortaleza pensada para albergar a 200 soldados», recordó.

Este penal fue tristemente conocido por sus duras condiciones de vida y por la alta tasa de mortandad. En 1938 se fugaron casi 800 presos. Sólo tres lograron pasar el paso fronterizo. Unos 200 fueron muertos en los días posteriores a la evasión mientras que 14 fueron detenidos, procesados y ejecutados.

«En un viaje de ida y vuelta» al panorama carcelario, lamentó que ni antes ni ahora nadie ponga en cuestión la política penitenciaria. «Hay cosas que suenan a las de aquella época. Suena increíble que un Gobierno socialista aplique políticas de carácter retroactivo e imponga penas de prisión por escribir dos artículos de opinión a alguien que lleva 19 años preso», criticó. Concluyó que «la sociedad en su conjunto ha fracasado» en esta materia y que «hay una tarea pendiente en el mundo académico y político». Reclamó también un reconocimiento a todo ese sufrimiento. -



«Enséñales a respetar mi memoria»
«Enséñales a nuestras hijas a respetar mi memoria». De esta manera se despidió por carta Secundino Antón de su esposa. Jefe de estación en Andoain, fue detenido en esta localidad y fusilado en los patios de la cárcel de Ondarreta en Donostia. Su expediente tiene cien páginas. «‘Enséñales a respetar mi memoria’. Esta es la clave de lo que estamos haciendo, en eso estamos todos y en esta tarea nadie sobra», resaltó el médico forense y miembro de Aranzadi Francisco Etxeberria. Lleva seis años realizando exhumaciones en Euskal Herria y en otros puntos del Estado español. Su labor no ha estado exenta de críticas y acusaciones. «Hemos recibido más insultos por parte de la izquierda que de la derecha. Algunas personas nos dicen que no se debe exhumar porque es un lugar para la memoria. Yo les digo que les digan eso a los familiares de los fusilados», subrayó Etxeberria durante su intervención en el Curso de Verano de la UPV. «Con las exhumaciones hemos podido contener la secuencia que nos lleva del miedo a la inexistencia, pasando por el olvido, la ignorancia y la negación», prosiguió. De esta manera lograron rescatar la última carta escrita desde la cárcel de Iruñea por Pedro Basurto. En ella decía que ha tenido «una muerte muy buena». «Esta carta no tiene precio para sus familiares, a quienes nadie les ha dado una palmada en la espalda», destacó. También criticó las limitaciones para acceder a registros y archivos. -


 
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