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Gara > Idatzia > Jendartea 2006-09-17
Adaptación escolar, ¿desesperación familiar?
Desde hace unos días, miles de criaturas se enfrentan a su primer contacto con el sistema educativo. Lo hacen a través del llamado periodo de adaptación, donde durante dos, tres semanas o más de un mes, se facilita ese acceso de forma gradual, aunque en unos horarios difícil de compaginar para las familias.

Lloros, lloros y más lloros. Es la fotografía más habitual estos días entre aquellos niños y niñas que por primera vez se suman al sistema de enseñanza y que, muchos de ellos, por primera vez se enfrentan a una nueva experiencia vital sin la presencia constante de su principal referente hasta entonces: la familia. Desde que a esa nueva vida, la de la escuela pública, se sumaran hace ya una década los niños y niñas de dos años, las administraciones responsables comenzaron a aplicar lo que se han dado en llamar periodos de adaptación, es decir, que el menor «llore», por simplificarlo de forma gráfica, lo menos posible durante esos primeros días de clase. Sin embargo, esos días se han convertido en semanas y en muchos casos en hasta un mes o incluso más. Y la conciliación de la vida familiar y laboral de las madres y padres se resiente y de qué manera.

Santa González es coordinadora de la asociación alavesa de padres y madres de la escuela pública Denon Eskola, y reconoce que durante estos primeros días de curso escolar son muchas las personas que le han hecho llegar quejas, en la calle o a través de llamadas, en este sentido. «Hay gente que te explica que se ha tenido que coger vacaciones en setiembre para poder llevar a su hijo a este periodo de adaptación, gente que te dice que no puede ser, que está de los nervios», relata.

Un ejemplo de este malestar al que nos remite es la ikastola Toki Eder, en la capital gasteiztarra. El periodo de adaptación se alarga hasta nada menos que el 23 de octubre. Soledad es una de esas madres que tiene a su criatura aclimatándose a esta nueva situación en este centro educativo. Sin embargo, su visión sobre el problema va más allá del incordio que este tiempo tan largo pueda suponer. «Lo que debemos pensar es en las criaturas y los padres y madres debemos adaptarnos a ellas y no al revés. Si el periodo de adaptación tiene que ser largo, pues deberá serlo. Mi pregunta es por qué no se trabaja en la conciliación de la vida familiar y laboral también aquí. Lo mismo que se dan días libres por tener un hijo o hija, se podría hacer algo similar o facilitar la reducción de jornada también en estos casos».

Santa González, por contra, insiste en calificar la extensión de esta fase por parte de algunos centros como «una auténtica pasada», ya que entiende que «pedagógicamente hay que hacer un periodo de adaptación, pero tan largo me parece ya superproteger a los críos y crías, y qué decir para las familias, que resulta fatal. Tus jefes pueden ser flexibles, pero estamos hablando ya de un mes».

Media hora, tres cuartos o una hora al día durante la primera semana, con algún familiar dentro de la clase. Ese tiempo se va ampliando según avanzan las jornadas y la presencia en el aula del padre o la madre, u otros allegados, se va limitando, pero siempre deben permanecer cerca. Horarios difíciles de asumir si no se dispone del tiempo libre para ello.

Así como en la sede alavesa de Denon Eskola reconocen la recepción de quejas a nivel personal, no les ha llegado un malestar a nivel de asociaciones de padres y madres. Así lo corrobora también Imanol Zubizarreta, presidente de Baikara, la agrupación que trabaja en el mismo campo pero en la red pública vizcaina. «Hasta ahora no hemos tenido ninguna queja, ya que las familias son conscientes de la necesidad de esta adaptación. Respecto a la duración en el tiempo de esta medida, pienso que cada centro tiene sus propios planteamientos que van siempre en función de la realidad de cada alumna y alumno, por lo que no se puede hablar de que los centros tengan una duración estándar, ni de que todos los niños y niñas estén el mismo tiempo en la escuela».

Sin embargo, la realidad es otra y las diferencias entre centros son evidentes. Desde quienes establecen un periodo de dos a tres semanas, a quienes se van casi hasta finales del mes de octubre.

Se da la circunstancia, además, de que en el caso del Departamento de Educación de Lakua, como novedad para este curso y con fecha de 27 de julio pasado, se remitió una circular a todos los centros escolares para que dicho periodo de aclimatación «en ningún caso» fuera más allá del mes de setiembre. Sin embargo, desde Denon Eskola, por ejemplo, citaban hasta cuatro colegios o ikastolas alavesas de los que tuvieran constancia que el plazo abarcaba hasta bien entrado octubre. Pero la lista es mayor, con lo que se observa que muchos centros vascos han hecho caso omiso de esta circular. «O no se han leído la resolución o han hecho oídos sordos, porque en algunos centros, como la ikastola Abendaño, se informó a las madres y padres de que el periodo de adaptación previsto se modificaba y acababa en setiembre», afirman.

Las personas afectadas hablan

Uno de esos casos bien puede ser el de Etxaurren, en el municipio alavés de Aiara. Una ikastola que da servicio a una zona rural, dispersa, y cuyo plazo de adaptación marcado para este curso está trayendo de cabeza a muchas parejas. Nerea es una de ellas. Reside en Luiaondo y sus vacaciones se han alargado hasta el 15 de setiembre para poder compaginar el horario de adaptación de su crío de dos años. Sin embargo, la fase no acabará hasta el nueve de octubre. «Es el comentario general mientras esperamos y es más duro para quienes ya pasaron el proceso de adaptación el curso pasado. Hay una madre que además acaba de tener mellizos, con uno aún en el hospital, con lo cual la situación es difícil. En mi caso tendré que pedir a mi jefe que me deje hacer horario sólo de tarde durante unas semanas, porque además aquí el problema es que es difícil echar mano de alguien, ya que en cualquier caso necesitas además un coche para desplazarte al centro», explica.

Es el caso de Virginia Albiraz, que lleva a su criatura Asier, de tres años, al centro Arturo Campión, en el barrio de la Txantrea de la capital navarra, después de dos años de pasar por una escuela infantil. Durante dos semanas acudirá hora y media al aula y la última semana de setiembre, cuatro horas. «Un poco caos», resume. «Me las apaño como puedo, porque trabajo, y no sé muy bien cómo lo hago porque el tiempo no me da. Con mis tías, con algún amigo y corriendo como una loca y dejando de hacer cosas... pero bueno», asiente. «Anda todo el mundo igual».

Menos problemas le plantea este proceso de adaptación a Reyes. Y es que en su caso hace las veces de «canguro» con sus dos sobrinos, Joan y Ane, porque sus padres no pueden hacerlo. «Soy la tía que no trabaja», ríe. Acuden al colegio Zurbaran, situado frente al parque de Etxebarria, en Bilbo. El periodo de adaptación allí es de dos semanas, «muy largo», apuntilla ella. Cuarenta y cinco minutos, una hora... además del periodo de adaptación al comedor. «La gente aquí o echa mano de la cuidadora que tienen o los aitites o amamas, que aquí hay bastantes, o incluso ves padres que trabajan de noche y por la mañana traen aquí a los hijos, dejando de dormir», explica. Reyes opina que «todos estamos convencidos de que este periodo hay que pasarlo, pero significa un trastorno para las familias, porque la gente que trabaja no dispone de tiempo».

José Angel Fuentes es director del recién estrenado centro educativo de Ibaiondo, en la capital alavesa, y es quizá la otra cara del problema. Reconoce que «para los chavales este periodo es imprescindible, pero para las familias es una faena y cuanto más alargues ese periodo más van a estar agobiadas. Somos conscientes de ello. Pero ¿dónde está el límite para los chavales y chavalas? Lo que no podemos hacer es reducir al mínimo el tiempo y poner parches. No se trata de acortar plazos, sino de que la integración de la chavalería sea la mejor posible. La familia debe darle a este periodo la importancia que tiene y creo que, al final, lo acaban valorando bien». -

 



«Los centros escolares deben consensuar con las familias los periodos de adaptación»
Inmaculada CERECEDA | Inspectora de Educación

Considera necesario, desde su experiencia pedagógica y como inspectora de Educación de Lakua, el proceso de adaptación de los menores que se incorporan al mundo educativo.

­¿Establece Educación directrices sobre cómo debe ser este periodo de adaptación?

Desde Educación se hacen orientaciones que se vienen elaborando desde cuando se incorporaron en la escuela pública las aulas de dos años. Unas orientaciones que se van actualizando a través de los Berritzegunes. Pero lo que sí es claro es que un periodo de adaptación para esa criatura es algo necesario para establecer un puente entre su familia y el centro escolar. Quiero decir que no estamos ante un criterio que, digamos, resulte más cómodo para el centro, sino que se trata de dar respuesta a la necesidad de esa criatura.

­Sin embargo, es verdad que está creando muchos quebraderos de cabeza familiares.

Es que un periodo de adaptación, en principio, tendría que ser individualizado, no valdría establecer un periodo de adaptación de quince días para todos, porque puede que algunos con una semana les valga, quizá porque puedan venir de guardería o porque la niña o el niño sea más abierto. Y otro puede necesitar un periodo más largo. Lo deseable es que se adaptara a las necesidades de cada niño y niña, aunque no es menos cierto que los centros se encuentran con limitaciones para poder hacerlo. Porque es evidente que una niña o un niño no tiene que estar ahí por principio durante un tiempo que podemos considerar excesivo.

­¿Y qué hay de la dificultad de las familias para conciliar el periodo con su vida laboral?

Es verdad. Pero he de decir que desde Educación lo que les decimos a los centros es que, de cara a las familias, les hagan ver la necesidad de este periodo y se busquen fórmulas, aunque sea para que alguien de referencia del niño o de la niña pueda estar presente en ese tiempo. ¿Que no es posible? Pues los centros deben asumir que la incorporación de esa criatura no va a ser la mejor. Lo que es evidente es que debe haber acuerdos con las familias y que las familias deben ser conscientes de la importancia de este periodo de adaptación.

­¿Pero no estamos ante periodos excesivamente largos?

Mi mensaje es que no podemos hablar de tiempos, sino de que el periodo de adaptación hay que consensuarlo con las familia, hay que hablarlo con ellas y buscar fórmulas. Tener muy presentes las necesidades infantiles, tanto el centro como la familia, pero también las otras necesidades que hay que compaginar. Familia y escuela deben estar de acuerdo en cómo organizar ese periodo, pero sin olvidar que ambas partes deben adaptarse, sobre todo, a las necesidades de los menores. Si uno debe guardar vacaciones para setiembre por esa razón, no le hará gracia, pero desde un punto de vista pedagógico y sicológico, también tendrá que entrar en nuestra escala de valores las necesidades que en cada momento evolutivo tienen nuestros hijos e hijas, y a las que nos tendremos que adaptar. No veo excesivo, en ese sentido, tener que echar mano de las vacaciones o conjugar el tema laboral de otra manera, y no porque le soluciones el tema al centro escolar. En cualquier caso, que quede claro que si alguna cosa no se realizara de las mejores maneras, hay formas de que la familia lo manifieste en el centro o en el propio Departamento de Educación. Eso, por descontado. -


 
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