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Gara > Idatzia > Iritzia > Jo puntua 2006-09-26
Belén Martínez - Analista social
Siempre bellas

Es difícil ofrecer una definición precisa y acabada de la belleza, sin caer en la unilateralidad propia del pensamiento único (ese que destila verdades supremas). ¿Por qué querer normativizar algo tan subjetivo como es la noción de «lo bello»? Al fin y al cabo, el canon de belleza forma parte de las normas y estándares establecidos por una elite de hombres que ostentan el poder, con la complicidad, colaboración y cooperación de algunas mujeres dispuestas a adoptar y asumir ese modelo, sometiéndose a su autoridad.

Las pasarelas de moda se han erigido en la institución normalizadora oficial del canon. Cibeles acaba de establecer los parámetros de lo que considera «imagen saludable» para una mujer: un índice de masa corporal en torno al 18. Estalla la polémica y la santa cólera en el casting (¿no se trata de una «cruzada» contra la anorexia?). Pasarán a la historia aquellas fiestas de las maniquíes, donde modernas korais se disfrazaban de seres famélicos, demacrados, maltratados e infelices, mientras yo me entretenía descifrando aquella máxima kantiana que decía más o menos así: «lo bello es el objeto de un placer desinteresado».

Para muchas adolescentes y jóvenes, formar parte de la belleza «oficial» (talla 36 o 38, rasgos caucásicos, hipererotizada, ultrafemenina, etc.), además de ser un prerrequisito para triunfar en la vida, convirtiéndose en una aspiración obsesiva, en una carrera competitiva contra las otras y contra el tiempo. La bella oficial podría gritar: «yo soy la antítesis de lo que realmente soy». Esa belleza es una adquisición cultural fruto de prácticas sociales impuestas y ajenas a las necesidades e intereses de la mayoría de mujeres del planeta. Es la perfección de lo imposible, la negación de la diversidad y la desvalorización de la singularidad del ser humano. La belleza en la que yo creo es radicalmente humana. No es restrictiva. Nace del auto-reconocimiento y de la solidaridad y está por encima de prescripciones y censuras. Esta belleza rompe la unidad de percepción totalizante, sin desfigurarnos ni atrofiarnos el cerebro.

Carilda Oliver Labra, en “Auto de fe”, lanza una proclama feminista y revolucionaria contra la finitud y artificio de la belleza: «Todos esperan que me mustie como una tonta, que me envilezca la pri- mera arruga; pero yo amo el tiempo y sus transfiguraciones cómicas». Una invitación a la reflexión y al optimismo. -


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