Iratxe Fresneda
John Boorman
Uno de los momentos más emotivos en los que he estado presente este año ha sucedido en el Kursaal. Fue durante la presentación de la última película de John Boorman. Los espectadores aplaudieron antes y después de la proyección y, al acabar la sesión, el director atravesó el pasillo de salida rodeado de un personal entregado que no dejaba de aplaudirle. Y él, con su aire tranquilo y junto al actor Brendan Gleeson, parecía estar agradecido si no sorprendido. Eso se llama cariño y reconocimiento, un reconocimiento ganado con maestría y trabajo. Un Boorman igualito de humilde, vestido con vaqueros y con un jersey roído por algún comerropas, nos recibe en el María Cristina con ojos de curiosidad y conversación pausada. Nos cuenta que sus películas son, a medida que pasa el tiempo, más políticas, que cada vez es más complicado sobrevivir en los ghettos que se crean al margen de Hollywood y que le fascina todo lo que se puede conseguir con las nuevas tecnologías. Mientras hablamos de algunos de los males del sistema capitalista, fuera de la salita donde realizamos la entrevista llueve a cántaros. Los periodistas vienen y van refugiándose en su paraguas. Ojalá esos paraguas sirviesen para resguardarnos de algunas de las películas que no tenemos más remedio que ver. A la salida del María Cristina, un compañero me dice que puede que el año que viene no regrese, que está cansado, y que esto supone mucho trabajo y poco dinero. Sigue lloviendo y, mientras siento que mis pies están empapados, me acuerdo de lo fuerte que me ha estrechado la mano el autor de ‘‘Excalibur y Leo el último’’. A ver si se me pega algo. -
|