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Gara > Idatzia > Euskal Herria 2006-10-01
Del régimen militar de Herrera a la mazmorra de Ceuta y la cadena perpetua
Agresiones, traslados con grilletes, aislamiento... conforman el periplo carcelario de Iñaki de Juana, que resume y simboliza el del Colectivo de Presos Políticos Vascos. Cuatro ex compañeros de cárcel detallan a GARA el régimen militar de Herrera, las mazmorras de Melilla o las galerías de aislamiento de Algeciras.

Enero de 1987. Iñaki de Juana es detenido en Madrid junto a Inma Noble, Antonio Troitiño, Esteban Esteban Nieto, Maite Rojo y Cristina Arrizabalaga. Y a finales de ese mismo mes se pone en marcha la dispersión, una medida que ha llevado a De Juana, como a otros tantos presos vascos, a recorrer cárceles tan lejanas como Salto del Negro (Canarias), Ceuta, Melilla, Puerto de Santa María (Cádiz), Málaga II, Sevilla II, Murcia, Jaén e Ibiza. En estos 19 años, De Juana también ha pasado por Carabanchel, Alcalá, Ocaña, Herrera de la Mancha o Valdemoro. En la actualidad está en Algeciras. Desde el 19 de setiembre, permanece ingresado en el hospital Punta Europa de esta ciudad por la huelga de hambre indefinida que inició el 7 de agosto.

En este periplo carcelario no han faltado las palizas, las huelgas de hambre y chapeos, los traslados, el aislamiento... Son 19 años que reflejan las diversas fórmulas empleadas por los gobiernos españoles contra los prisioneros políticos vascos, desde las cárceles de máxima seguridad de Soria, Puerto o Herrera, hasta la aplicación de facto de la cadena perpetua.

Saturnino López, Joxan Pagola, José Antonio Fernández, Magila, y Fernando Arburua coincidieron con De Juana en dis- tintas prisiones y etapas de la política penitenciaria. Son también testigo directo de la realidad intramuros. Sólo cuatro, cinco con De Juana, ejemplos de una realidad común.

Regimen militar y palizas

Hace tres años que el gasteiztarra Saturnino López recuperó la libertad tras haber pasado 22 años preso. Su primera cárcel fue Carabanchel en 1981. Luego llegarían Soria, Alcalá, Herrera de la Mancha, Ocaña, vuelta a Herrera y Albacete. En esta última pasó un total de 14 años.

«El Estado siempre ha tratado de romper el Colectivo, pensando que si creaba contradicciones entre nosotros éstas iban a repercutir en la calle. Hasta el inicio de la dispersión en 1987, la fórmula fueron las cárceles de máxima seguridad, copiadas, sobre todo la de Herrera, de lo que era el clásico ré- gimen alemán. Recuerdo que en la de Soria, además de los funcionarios, la Policía estaba en el interior de la prisión: en los comedores, en los pasillos... Tras varias huelgas de hambre, se logró cambiar esa situación», explica este ex preso.

De Herrera destaca precisamente su marcado carácter militar. «La persona no pintaba nada, la humillación del preso era total. Para salir de la celda teníamos que esperar la orden del funcionario, y cuando salíamos nos quedábamos en la puerta hasta que diera orden de bajar. Una vez en el patio, formábamos hasta que el funcionario ordenaba seguir», relata.

Las sanciones, añade, estaban a la orden del día. Cualquier cosa servía de excusa paraimponer partes de castigo. «Así estuvimos varios meses hasta que, un día, decidimos iniciar un plante de desobediencia y no hacer los recuentos de pie, ni formar. Estuvimos diez meses ‘chapados’, sin salir de la celda». A raíz de la protesta, negociaron con la dirección de la cár- cel condiciones de vida más dignas. «Aunque los enfrentamientos seguían porque había un grupo de funcionarios que no aceptaba esa negociación con el director, el régimen de vida cambió y desapareció la obligatoriedad de pasar los recuentos firmes, las formaciones y el tener que moverse a la palmada del funcionario. Estábamos todos juntos, teníamos actividades, pero sin olvidar todo lo que implica estar en una cárcel de máxima seguridad», subraya al describir el ambiente que se respiraba en este penal en 1984.

«Como de esta manera no lograron romper el Colectivo, utilizaron el falso argumento de que había ‘duros y blandos’ y que ‘unos presos imponían sus tesis a los demás’», recuerda. Ese fue el inicio de una nueva etapa, llamada dispersión. López fue trasladado a Ocaña y luego a Herrera.

En una ocasión, en Herrera, un funcionario vio caer una pila de un módulo a otro. Llevaba un papel enrollado, y era una de las maneras que utilizaban los presos vascos para comunicarse. Ante semejante hallazgo, fueron sancionados con aislamiento. En respuesta, «rompimos algún que otro cristal cuando subíamos a las celdas». La Guardia Civil no tardó en aparecer. «Fueron celda por celda dándonos palizas. Algunos compañeros incluso se llevaron dos. Como Herrera era un cuadrado cerrado, podías ver cómo iban entrando a las celdas situadas en frente tuyo», destaca. El día culminó con el paso de 17 presos vascos por enfermería y 4 por el hospital.

En total eran 43, entre ellos Iñaki de Juana, que hizo una cruda descripción de aquella escena: «El espectáculo parece irreal (...) Aparte de nuestros cuerpos, se ceban en las ikurriñas. No soportan verlas en las paredes y ahora tienen la excusa perfecta para arrancarlas y rasgarlas. Las porras de madera se rompen con la violencia de los golpes, demostrando la dureza de los cuerpos. Tras horas de espera, nos atienden los médicos. Hay lesiones graves: varios compañeros con rotura de huesos».

La denuncia que interpusieron por estos hechos fue archivada al cabo de unos años.

En un breve repaso a las medidas aplicadas en los últimos 25 años, Saturnino López remarca que el Gobierno «siempre ha utilizado a los presos en función de sus intereses. Eso se está viendo claramente en el proceso actual. Sin utilizar la palabra ‘rehén’, el Gobierno lo ha dejado claro. Los presos también tienen claro que son rehenes y, en ese sentido, no les pilla de sorpresa lo que están haciendo».

«Chapeo» y aislamiento

Esa es la realidad que dejó atrás el hernaniarra Joxan Pagola el 17 de octubre de 2003, cuando salió de la cárcel de Algeciras. «Imagínate qué puede ser estar en régimen de aislamiento, sin salir en todo el día de la celda...», destaca.

«Las ventanas estaban cerradas con una chapa que tenía un agujero. La luz estaba colocada en un lateral de la celda y no era suficiente para leer o hacer cualquier otra cosa. Tampoco veíamos a nadie, ni a los carceleros. Todo lo controlaban por medio de cámaras. La comida nos la traía un preso, y muchas veces la dejaban al lado de la puerta, y de ahí la cogíamos».

¿Cómo es la celda? «En pocas palabras, imagina un habitáculo de tres metros de ancho por cinco de largo, donde tienes la cama, la mesa, la ducha y el servicio. ¿Qué espacio te queda para poder vivir?», pregunta.

«Nos metieron en aislamiento contraviniendo las propias normas penitenciarias. El módulo de aislamiento tiene cuatro alas y en cada una hay ocho celdas. Estábamos ocho presos políticos vascos en fila y ni siquiera nos veíamos», narra Pagola.

Ante aquella situación, decidieron hacer caso omiso de ciertas normas y dieron paso a un largo «chapeo». «Cuando yo salí en 2003, llevábamos tres años sin salir de nuestras celdas, y a día de hoy los compañeros todavía siguen en aislamiento en Algeciras», denuncia el ex preso. En su opinión, resulta «doloroso» que un preso tenga que hacer una protesta como la de De Juana para que «la gente reflexione sobre la injusticia que se ha cometido. Si Iñaki no estuviese en huelga de hambre, no se haría ni la más mínima reflexión sobre las medidas que están adoptando contra los presos. Es muy duro y doloroso que un compañero lleve más de 55 días en huelga de hambre para hacer ver lo que está pasando».

El viaje carcelero prosigue y conduce al obligado viajero al norte de Africa. Melilla es una de las tantas cárceles por las que ha pasado De Juana. En ella también estuvo preso José Antonio Fernández, Magila. Se trata, en realidad, de «un antiguo castillo reconvertido en prisión. Cuando me llevaban pensaba en verdad que me iban a tirar al mar. Es un edificio viejo, feo, oscuro, no había nada. Para hacer mis necesidades tenía un pequeño agujero en el suelo».

Magila pasaba 23 horas metido en la celda o, mejor dicho, «en una mazmorra», y sólo una en el patio. A menudo, incluso, llegó a rechazar esos 60 minutos. «La celda se convierte en un espacio que dominas. Fuera de ahí, estaban los carceleros y los problemas», incide.

La mayor parte del tiempo pasado en prisión estuvo solo, era el único preso político vasco. En el modulo de aislamiento de Ibiza, por ejemplo, de siete celdas sólo había una ocupada, la de Magila.

«Sólo tenía posibilidades de hablar cuando recibía la visita de mi novia o del abogado. Al no ejercitar las cuerdas vocales y por falta de costumbre, a los diez minutos de la visita me quedaba sin voz».

Aparte de los citados, en 22 años conoció los centros penitenciarios de Carabanchel, Alcalá, Almería, Huelva, Salto del Negro, Sevilla y Puerto de Santa María.

En esta última coincidió con De Juana. Sobre su protesta, insiste en que el inicio de una huelga de hambre es fruto de una decisión «muy meditada». No quiere finalizar esta entrevista sin mandar «un abrazo» al preso donostiarra, al resto del Colectivo y a los familiares y amigos: «Ellos sí se merecen un homenaje». -



«Atzean dagoen guztia da kontua»
Fernando Arburuak 8.531 egun eman zituen preso, hots, ia 24 urte. Denbora gehien Sevilla, Salto del Negro eta Puerto de Santa Maria artean igaro du. Gertuen Iruñeko kartzelan egon zen, baina, hiru astez soilik eta arreba hil zitzaiolako.

Iñaki de Juanarekin Herreran, Alcalan, Sevillan eta Puerto San Marian egon zen. Lehen espetxe horretan Guardia Zibila sartu zenekoa oraindik gogoan du. 1989ko azaroa zen. «Makilakada ederra eman ziguten. Batzuetan sartu egiten ziren gaueko hamabietan, denak jaikiarazi, jaitsi eta miaketa zorrotza egiten zuten», azaldu du. Sevillan ere hainbat protestaldi ezagutu zituzten. De Juanarekin berriro topo egin zuen Puerton. «Funtzionarioek berek asmatutako historia bategatik Iñaki isolamendura eraman zuten, eta guk itxialdi luze bati ekin genion. Ia urtebetez egin genuen. Inor bakartuta ez egotea lortu genuen». Gero Algecirasera eraman zuten De Juana.

De Juana egiten ari den protestaren «atzean dagoen guztia da kontua», adierazi du Arburuak. Hitz batean esanda, espetxe politika.


 
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