Al fin se ha despejado la última incógnita sobre la política del arte contemporáneo en Navarra y acaso se haya volatilizado nuestra penúltima esperanza de que vea un futuro razonable; el Centro de Arte Contemporáneo de Huarte (CACH) ­el único espacio específico para el arte contemporáneo en toda la Comunidad Foral­ será gestionado por la Fundación Ordóñez-Falcón.

En una extraña votación, el Patronato del CACH ha decidido otorgar su confianza a este proyecto por tres votos favorables, entre ellos el del gerente de una sociedad municipal dedicada a la gestión urbanística, frente a un solo voto, el del concejal de cultura, partidario del proyecto elaborado por artistas navarros y representado por Xabier Morras. Por otra parte, también ha habido sorpresas: un voto en blanco de la representante de la Fundación Buldain y la abstención de un grupo municipal independiente que se descuelga así de un proceso en el que había participado hasta ese momento.

Tras un proceso lleno de dudas sobre la viabilidad económica del CACH, ahora es el momento de que el patronato muestre los documentos del concurso y cada patrono explique con detalle su posición y el sentido de su voto, mostrando hasta el final ­negro sobre blanco y públicamente­ la transparencia y la imparcialidad de un concurso que pone en manos privadas importantes recursos públicos.

Y también va siendo hora de que el Gobierno de Navarra aclare de una vez tanto su implicación en el CACH como su disponibilidad para financiarlo y si, con ello, consideraría cumplido su compromiso de creación de un Centro de Arte Contemporáneo para Navarra.

La decisión respecto al CACH ya está tomada, pero el problema fundamental del arte contemporáneo de Navarra sigue sin resolverse: a día de hoy no hay en nuestras instituciones una política específica, seria y coherente, sobre el arte contemporáneo. Esto es lo que ha provocado no sólo el «problema» del CACH sino una serie de males endémicos. Y es que en Navarra carecemos de infraestructuras públicas de investiga- ción, creación, exhibición y formación en torno al arte contemporáneo que estén a la altura de la complejidad conceptual y la diversidad estética de estos inicios de siglo XXI.

El Museo de Navarra, los espacios municipales o las casas de cultura sólo cumplen parcialmente con este nivel mínimo. Y un centro de arte contemporáneo, del que ya disponen otras comunidades, o una red de espacios conectados, resulta imprescindible para satisfacer esta demanda.

Llevamos años, décadas incluso, reclamando o proponiendo proyectos para impulsar el arte contemporáneo en Navarra ­Ciudadela, Facultad de Bellas Artes, Fundación Oteiza, CACH, etc.­, sin que las instituciones se tomen en serio el asunto. Han preferido atender, mal que bien, demandas menos comprometidas como la nueva Biblioteca General o amagar con proyectos faraónicos como el Museo de los Sanfermines.

Pero lo cierto es que lo poco que se hace responde a una política cultural absolutamente errática e improvisada , que tampoco es contestada ­más allá de críticas puntuales­ con alternativas sólidas por la oposición.

Los conflictos de la Fundación Oteiza, del Auditorio de Barañain o del Conservatorio, la desaparición de los Festivales de Navarra, la programación del Baluarte, las fallidas campañas turísticas, la situación del patrimonio artístico o del euskara... son suficientes botones de muestra.

Este año 2006 ha sido especialmente significativo en este aspecto; iniciativas como el V Centenario de Javier o exposiciones propagandísticas como “La Edad de un Reino” o “Navarra, un futuro entre todos” ­un verdadero fiasco conceptual y un despilfarro intolerable­, se han llevado un generoso presupuesto de muchos millones de euros que, invertido en infraestructuras, becas o proyectos participati- vos, habría supuesto una verdadera revolución en el páramo cultural en el que están convirtiendo Navarra.

Mientras el arte y la cultura sean entendidos por los políticos como un arma ideológica de propaganda o un adorno improductivo ­y no un bien común como la Sanidad o la Educación­, Navarra no tendrá un futuro como sociedad integrada y abierta en la era de la globalización. Por ello, va siendo hora de que las gentes del arte y la cultura de Navarra nos comprometamos a imaginar ese futuro posible del arte contemporáneo, ajustado a nuestra realidad social y a nuestras expectativas de desarrollo cultural.

De la capacidad para concretar esta demanda dependerá la credibilidad de nuestras críticas y propuestas ante la sociedad navarra. Para ello, contamos con algunos proyectos quizá arbitrariamente desechados por las instituciones (como el citado de Xabier Morras para el CACH y otros elaborados para la Museo Oteiza) o experiencias como la del Auditorio de Barañain así como la práctica diaria ­cubriendo a menudo las carencias institucionales­ de editoriales independientes, galerías de arte, centros culturales, colectivos, ayuntamientos, etc. de toda Navarra.

Materia prima e ideas hay en nuestra comunidad más que suficientes para que el arte contemporáneo tenga una visión alternativa pero posible. Ahora sólo hace falta que seamos capaces de articularla, definiéndola como propuesta de nueva política cultural, para que los partidos o las instituciones, pero sobre todo la misma sociedad navarra, dispongan, de otra oportunidad ­una más­, de abrir la perspectiva cultural de futuro que Navarra merece. -