Joxe Iriarte, Bikila
El peligro atómico
En el mismo instante en que EEUU lanzaban sobre la ciudad japonesa de Hiroshima la primera bomba atómica, la Humanidad entró en una nueva era: la del peligro de su autodestrucción. Sabemos de épocas donde cataclismos naturales produjeron un cambio tan brutal en el ecosistema que desaparecieron las especies dominantes y surgiendo las que con el tiempo sustituyeron a las anteriores. El ser humano es producto de uno de esos cataclismos. La diferencia con la era actual es que, independientemente de nuevos e imprevisibles cataclismos, es la propia acción del ser humano quien puede desencadenarlos. Nostros hemos creado la Espada de Damocles que pende sobre nuestras cabezas: el grave deterioro medioambiental y las guerras de exterminio, por citar sólo los más importantes.No obstante, no todas las responsabilidades son iguales. Algunos lo somos por incapacidad, en la medida de que nuestros esfuerzos y protestas por enderezar el curso de los acontecimientos no parecen efectivas para cambiar la situación (aunque menos sirve la pasividad y el escepticismo derrotista). Otros lo son por su activa o pasiva complicidad, en la medida de que permiten sin oposición que los dueños del planeta la manejen a su antojo. Y están los responsables verdaderos y principales: quienes planifican y ejecutan los movimientos del tablero nuclear, quienes promocionan la industria nuclear, llámese pacifica o bélica, las dos caras de una misma moneda. Tras los accidentes de las centrales de Harrysburg y Chernobyl y el fin de la «guerra fría», el mundo conoció un repliegue (aparente) de la actividad nuclear. Se congelaron o relantizaron nuevos proyectos de ampliación de la industria nuclear, pero lo existente siguió funcionando y me imagino que la investigación también. En lo militar, descendió la tensión armamentista, su crecimiento cuantitativo, aunque no el cuali- tativo (nuevas y más mortíferos artefactos)... y el masivo movimiento antinuclear y antiarmamentista entró en hibernación. Sólo los más concienciados prosiguieron. Pero nada que ver con la actividad del movimiento antinuclear y antiguerra de la década de los 80. Pero el peligro no desapareció. Cual Guadiana, lo nuclear está de nuevo aflorando a la superficie, a la pales- tra política. Al igual que la Iglesia católica es capaz de dar vuelta a las teorías científicas de moda en su provecho, la industria nuclear trata de utilizar el llamado efecto invernadero a su favor. Y de nuevo las armas nucleares cobran actualidad por el «desafío coreano». Estoy en contra de las armas atómicas, de toda arma de destrucción masiva y no tan masiva y a favor del desarme unilateral (es decir, empezando en la propia casa); estoy en contra de la energía nuclear, aunque la defiendan físicos de gran prestigio (y encima entre nosotros algunos abertzales y progres). Pero me sacan de quicio los hipócritas que hacen lo que quieren y encima quieren el monopolio del tema. Me refiero a la gran hipocresía de quienes quieren impedir a Irán (quien haría mejor apostando por otro tipo de energías) que pongan en marcha su propio programa nuclear, cuando nunca han destruido el suyo y en estos momentos están preparando la gran ofensiva ideológico-mediática para relanzarlo a tope. Y me refiero a lo de Corea del Norte. Cierto es que resulta escandalosa y peligrosa la situación de un país donde manda una camarilla que obliga a su población a unas condiciones de vida lamentables mientras militariza la sociedad y se gasta en medios militares 8,5 del PIB. Pero que la Unión Europea ponga el grito en el cielo por una prueba nuclear, cuando tiene en su interior a Francia que no hace mucho tiempo realizó ensayos más potentes y a cielo abierto en los atolones de Mururoa (en sus colonias de ultramar), es además de escandaloso, una total hipocresía. De los USA, qué decir. Quienes poseen el mayor arsenal de armas nucleares del mundo sin admitir en la práctica veto alguno (los famosos tratados de no-proliferación de armas nucleares siempre los ha interpretado a conveniencia), ni tiene ninguna legitimidad para obligar a nadie a hacer lo que ellos no quieren hacer, y menos a amenazar con intervenir militarmente. Los millones de seres humanos que sin arte ni parte y en total indefensión sufrimos la actividad nuclear somos quienes tenemos la legitimidad y el deber de protestar y exigir que unos y otros detengan su insensata carrera pro-nuclear. Un nuevo movimiento antinuclear, anti carrera armamentística, es necesario que eche a andar. -
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