Hace años, por desgracia muchos antes de que ETA declarara el actual alto el fuego y se abrieran expectativas de poder entrar en el principio del fin del terrorismo en nuestro país, ya creíamos en la necesidad de un proceso de paz. Ahora que algunos ponen en cuestión la propia expresión «proceso de paz» alegando que no estamos en guerra o que el pacifismo equivale a rendición, debemos recordar que la mayoría de las fuerzas políticas en el pasado suscribieron la idea de avanzar hacia la paz. Los pactos de Madrid, Pamplona y Ajuria Enea firmados entre 1987 y 1988 invocaban la paz como estado contrario al de violencia terrorista, y el último de ellos llamaba expresamente a un «proceso de pacificación».Lo que está en juego es muy serio. Sin la desaparición de la violencia como arma política no tendremos una sociedad en paz, y no podremos decir que vivimos en una sociedad normalizada. Sin paz y sin reconciliación no habrá democra- cia. El sistema democrático en el que queremos vivir seguirá teniendo un déficit importante si todos los ciudadanos no pueden defender sus ideas sin temor a ser víctima, de una u otra manera, de la violencia. Todos debemos hacer el máximo esfuerzo para que los conflictos políticos que anidan en nuestra sociedad se puedan abordar y solucionar mediante el debate, la negociación y la decisión por mayoría con respeto de los derechos de las minorías. Los conflictos son inevitables; lo que es evitable es que esos conflictos conduzcan a la confrontación violenta o se emponzoñen hasta hacer imposible o poco soportable la convivencia.
No es momento de posturas partidistas y de colocarse en situación de obtener ventajas políticas del final de la violencia. No es lícito sacar tajada del terrorismo; tampoco lo es sacarla de su desaparición. Nadie puede pretender un triunfo e imponer un proyecto partidista como resultado del proceso de paz. Las guerras exi- gen vencedores, pero la paz será una victoria de toda la sociedad o no será.
Hemos oído repetidas veces que el proceso de negociación cuyos principales protagonistas son el Gobierno y ETA será largo, duro y difícil. Para que lo sea menos hacen falta grandes dosis de paciencia y de generosidad. De todos los parti- dos, pero también de todos los sectores sociales y de toda la ciudadanía.
Hay quienes deberán hacer un mayor esfuerzo de reconciliación. Quienes han sido víctimas directas requieren un especial apoyo. La paz se deberá edificar sobre una justicia tenga los ojos bien abiertos para equilibrar las balanzas de la clemencia y de la reparación.
Pese a todas la dificultades existentes; pese a que algunos quizás prefirieran seguir instalados en el pasado; pese a los anuncios de bloqueos o de pasos atrás; pese a que el desánimo pueda extenderse entre la ciudadanía ante la ausencia de buenas noticias; pese a la impaciencia que el universo político y mediático a veces quiere imprimir, nosotros queremos ser optimistas. Porque estamos instalados en el realismo; en los últimos cuarenta años nunca habíamos vivido un tiempo tan largo, tres años y medio, sin atentados mortales. Esperamos que los actos puntuales de violencia que se mantienen acaben también por desaparecer y no sean un obstáculo insalvable. Respiramos la misma necesidad, la misma exigencia, la misma esperanza que la mayoría de nuestros conciudadanos mantienen. Apelamos a la responsabilidad de todos y cada uno de los implicados para impulsar el proceso de paz.
El proceso en Nafarroa
La ciudadanía navarra no puede estar ausente del proceso de paz. La violencia nos ha golpeado igual que en otros territorios; hemos sufrido la misma ausencia de libertad y los mismos conflictos generados en torno al terrorismo. Compartimos la misma necesidad de que avance un proceso de pacificación y de normalización de nuestra convivencia. No es cuestión ajena.
Navarra, como ámbito político, espacio de convivencia y escenario de confrontación de proyectos políti- cos, debe estar presente en ese proceso. No como sujeto pasivo o paciente, ni como precio de ninguna transacción. Debe reivindicar su participación en la misma medida que otros actores afectados y debe hacerlo para evitar que sean otros quienes tengan la tentación de decidir por nosotros. Todas las fuerzas políticas navarras han coincidido en reclamar el derecho al autogobierno, aunque discrepen luego en la forma en que deba ser ejercido ese derecho. No cabe invocar la personalidad de Navarra, basada precisamente en sus instituciones de autogobierno, para poner un límite ficticio a las posibilidades de decidir de la ciudadanía navarra. Los ciudadanos de nuestra comunidad tienen derecho, a través de sus instituciones y de sus representantes, y en su caso directamente en las urnas, a participar en el proceso de paz. Tienen derecho a opinar y a tomar parte en las decisiones que se puedan adoptar para afianzar la normalización política. Tienen derecho a decidir su futuro y a definir las relaciones que quieran mantener con sus vecinos.
No debemos tener miedo a que se hable de Navarra en cualquier ámbito en el cual se debata sobre el proceso de paz. Sea en las Cortes Generales, en el Parlamento Europeo o en cual- quier otro foro. Que se hable de todo lo que haya que hablar. El diálogo, sin imposiciones y sin límites, es la base de la democracia. Pero al final, la decisión sobre Navarra únicamente nos puede corresponder a los navarros. Más valdrá que estemos presentes allá donde se trate del proceso de paz para mantener este principio irrenunciable.
Y no debemos permitir que se siembre el miedo en Navarra cuando debiera sembrarse la esperanza. Resulta paradójico que, cuando en unos meses los navarros por primera vez en la historia parece que van a poder votar para elegir sus representantes sin sufrir la amenaza próxima y directa del terrorismo, haya quien esté empeñado en el discurso del miedo. Alguien puede creer que debe temerse más al fin del terrorismo que a su pervivencia.
Navarra debe enfrentar su futuro con optimismo en relación al proceso de paz. Nos interesa más que a nadie que podamos debatir en paz y libertad qué queremos ser y cómo queremos vivir. Qué gobernantes queremos elegir para que trabajen por nuestra comunidad. Sin imposiciones ni amenazas por parte de nadie.
Por todo ello creemos que, también en Navarra, debemos impulsar el proceso de paz. Todas las fuerzas políticas, todas las instituciones, y la ciudadanía toda, porque es mucho lo que está en juego. -
(*) Firman también este artículo: Ginés Cervantes,
Fermín Ciaurriz, Reyes Cortaire, Miguel Izu, Javier Leoz, Guillermo Múgica, Iosu
Osteriz y José Luis Uriz