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Gara > Idatzia > Mundua 2006-11-04
La huerfana revolucion hungara
Tal día como hoy hace 50 años, el Ejército soviético aplastaba la Revolución Húngara, un levantamiento popular demonizado en su día por el comunismo oficial. Tras la caída del Bloque Oriental, en 1989, este episodio ha sido objeto de un revisionismo occidental que lo reinterpreta a la luz del liberalismo imperante y que está dando alas a su reivindicación por parte de la ultraderecha húngara.

En la madrugada del 4 de noviembre de 1956, el Ejército soviético lanzó un ataque masivo contra la capital de Hungría, Budapest. Con una superioridad armamentística aplastante, le bastaron pocos días para poner punto final a un levantamiento popular y armado iniciado el 23 de octubre anterior, y que pasó a los anales de la historia como la fallida Revolución Húngara.

Una historia que, en su versión más mediática, ha sido totalmente injusta con la experiencia de los hombres y mujeres que proganizaron aquella histórica revuelta contra el entonces todopoderoso poder soviético. Huelga analizar el manto de oprobio que desde la mayoría de los entonces partidos comunistas oficiales cayó sobre aquel levantamiento, que no dudaron en tildar abiertamente de «contrarrevolucionario».

Lo que sorprende es que aquéllos coincidieran en el adjetivo a aplicar con los revisionistas que, desde la desmembración del Bloque de Varsovia y también actualmente, no dudan en presentar aquel levantamiento como una revuelta anticomunista que pretendería restaurar el capitalismo y el pluripartidismo en la versión occidental. Una relectura de trazo grueso que tiene poco que ver con la realidad y que se da la mano con la de una derecha ­y ultraderecha­ húngara que, con motivo de la crisis económica que sacude al país magiar, se reivindica heredera de la Revolución de 1956, e insiste en atizar a los nostálgicos de la «Gran Hungría» contra un Gobierno socialdemócrata, el de Ferenc Gyurcsany, al que acusa de encarnar a los líderes más prosoviéticos y ligados al estalinismo del Partido de los Trabajadores de Hungría, en el poder hasta inicios de los noventa.

antecedentes

Paradójicamente, el levantamiento húngaro sólo se explica por el previo deshielo que se inicia en la URSS tras la muerte de Josef Stalin en 1953, lo que crea grandes expectativas no sólo en los países aliados del este sino en buena parte de las minorías enclavadas dentro de territorio soviético e incluso en parte de la población rusa.

Fruto de esta nueva situación se crea una nueva correlación de poder que eleva al cargo de primer ministro de Hungría a Imre Nagy y a su propuesta de «una nueva etapa en la construcción del socialismo».

Nagy promovió el freno de las colectivizaciones forzosas, el fin del desarrollo forzoso de la industria pesada y medidas contra los efectos más represivos del estalinismo anterior, además de abogar por la restitución del Frente Popular, fórmula de coalición que estuvo en el embrión de la creación de las democracias populares en Europa Oriental tras la II Guerra Mundial, pero que fue desnaturalizada por el creciente acaparamiento del poder por parte de los partidos comunistas.

Un momentáneo repunte del poder por parte de los ortodoxos en Moscú ­al calor de las crecientes presiones del imperio estadounidense contra la Unión Soviética­ posibilitó dos años más tarde que Nagy fuera apartado del poder.

Pero la historia seguía su curso y el «discurso secreto» pronunciado por el secretario general de la URSS Nikita Jruschov en febrero de 1956 en el XX Congreso del partido ­un discurso en el que criticó abiertamente al estalinismo­ dio alas al creciente movimiento popular en Hungría y en otros países «satélites». Nagy fue restituido en el poder.

El estallido en junio de 1956 de un levantamiento obrero en Poznan, Polonia, provocó la derrota en el seno de la formación comunista de aquel país de los sectores mas inmovilistas. Y, además, la URSS optó finalmente por la no intervención.

Estos sucesos en Polonia provocaron la efervescencia en Hungría. Los estudiantes convocaron una marcha de apoyo el 23 de octubre. Fue el inicio del levantamiento. Horas después, de madrugada, las unidades armadas de la Autoridad de Defensa del Estado (AVH) abrieron fuego contra una manifestación que intentaba tomar al asalto la radio. La insurrección se convirtió en armada.

Un primer intento serio de reprimir la revuelta con los tanques acabó en fracaso dos días después, el 25 de octubre.

Junto con enfrentamientos armados esporádicos, los sublevados ocupaban plazas y espacios públicos, arremetían contra la vieja guardia y aplastaban todo lo que consideraban símbolos soviéticos.

No hay duda alguna de que el movimiento tuvo desde sus inicios un marcado carácter nacional, pero sobre todo en la línea de desmarque respecto al centralismo soviético imperante durante la época anterior.

En un clima de efervescencia se multiplicaban las reivindicaciones pero destacó, contra lo que señala la historiografía occidental, la autoorganización en consejos obreros.

La gran mayoría de los jóvenes que participaron en la revuelta, en la que se reivindicaba a Nagy como líder, eran izquierdistas, incluidos comunistas. Ideas como la autogestión obrera y la remoción de los representantes políticos primaban entonces en los debates.

Poco eco occidental

Eso explica el nulo apoyo que logró su ejemplo en las «democracias» occidentales, incluido EEUU, aunque tampoco hay que olvidar que el mundo vivía aquellos días la crisis de Suez y que la propia lógica de la Guerra Fría ­y el reparto del mundo en la Conferencia de Yalta­ no tenía en cuenta los deseos de los húngaros, como tampoco, por ejemplo, de los griegos.

Tras un amago-estratagema de negociación, el 4 de noviembre Moscú arrambló todo a su paso con su contrarrevolución aupada a los tanques.

La Revolución Húngara terminó con un saldo de miles de muertos, incluido el propio primer ministro, ejecutado poco más tarde. Decenas de miles de personas fueron encarceladas y más aún ­algunas fuentes hablan de 200.000­ huyeron del país. El sueño de una revolución dentro del Termidor revolucionario soviético sufrió un duro golpe que se confirmaría en la Primavera de Praga de 1968 y el fracaso de su tentativa de «socialismo humano».

Cincuenta años después, la extrema derecha, que ha vuelto al este europeo de la mano de las draconianas exigencias neoliberales a aquellos países ­que a cambio sólo les ofrecen pobreza­ y que en Hungría se alimenta de agravios como la «pérdida» de Transilvania (a manos de Rumanía) y en general de la «Gran Hungría», se sube a tanques de exposición y los pone a andar ante los flashes occidentales. Todo un signo de que son tiempos del «mundo al revés». Tiempos oscuros. -


 
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