Si la pasada semana todo el mundo hablaba del «bloqueo» en el que se encontraba el proceso, hoy ya son multitud los que hablan de «hundimiento» o riesgo inminente del mismo. No falta tampoco quien le pone fecha a una comunicación pública por parte de ETA en la que ponga punto final al alto el fuego decretado el mes de marzo pasado.
Lleve cada cual la parte de razón que lleve en sus pronósticos, lo cierto es que pintan bastos en este complejo proceso de diálogo e intercambio de cromos que debiera trasladarnos a un nuevo escenario político en el que el pueblo vasco, reconocido como tal por los estados que ocupan su territorio, pudiera decidir en absoluta libertad su futuro.
Conozco a algunos de los que han intervenido en todo lo sucedido desde hace algunos años hasta la fecha. Y a alguno lo conozco bien, además. Por eso no dudo de la buena voluntad que ha animado a quienes arriesgaron sus posiciones políticas en beneficio de un clima de confianza suficiente que hiciera posible la apertura de un proceso (llámele uno «de paz», «de normalización» o simplemente «de respeto al pueblo vasco». No nos perdamos en las palabras) en el que la política pudiera desenvolverse en las mejores condiciones ambientales posibles.
No ha sido así. Y aunque no es aún el momento de repasar la lista de agravios con los que responsabilizar a la otra parte del fracaso de la iniciativa, baste recordar que fue Zapatero quien se ufanó de no haber hecho nada. Baste con eso.
Y como así han discurrido las cosas, ha llegado el momento en que las palabras, por sí solas, no llenan el hueco que deben ocupar los hechos. Ya no es suficiente el talante ni el empeño dialéctico. Y como son hechos, precisamente, lo que falta, pintan bastos.
No es tiempo tampoco para caer en un voluntarismo estéril que sólo acarrearía más frustración en una sociedad que demanda soluciones. La vasca, recuerden, es una sociedad práctica. Muy práctica.
Tratemos, pues, de convertir la crisis en oportunidad. Busquen los responsables la forma de materializar lo hablado y acordado. Pierda alguno la tentación de marearnos a todos y de jugar con la izquierda abertzale con el palo y la zanahoria, como si de un pollino se tratara. Pintan bastos, sin duda. Algo habrá que hacer para que la partida no termine a órdago limpio. A los ciudadanos de a pie nos queda la movilización. -