Se acaba el año. Se escurren los últimos días como el agua entre los dedos y es hora ya de hacer balance de lo vivido, en lo personal y en lo colectivo, a lo largo de estos doce meses que terminarán con las insufribles doce campanadas del próximo domingo.
Es bueno hacer balance, repasar las notas, mirar también a la hemeroteca para recordar, para no olvidar lo sucedido y evitar que el año próximo vuelva a sucedernos todo lo que de negativo haya tenido el capítulo que cerramos.
No hablemos de lo personal, que sólo a cada cual afecta, sino de lo colectivo. De las ilusiones encendidas en los primeros meses del año y de los sucesivos altibajos de emoción padecidos. Analicemos sus causas y aprendamos de los errores.
La intensa emoción que produjo en la gran mayoría el anuncio del alto el fuego de ETA anunciaba pasos firmes y, sobre todo, rápidos en un proceso que nos condujera a la verdadera libertad, la de poder optar, la de elegir nuestro futuro y garantizar nuestra pervivencia como colectivo humano, social, cultural y político.
Han pasado nueve meses y la realidad nos ha vuelto a demostrar que no es la ilusión lo que dinamiza los cambios, sino la convicción y la acción. La ilusión como viene se va y la mera esperanza es vestido poco abrigado para el intenso frío que provoca la realidad. Es la decisión, la actividad, el empuje, lo que mueve a la sociedad.
Por eso hay que hacer balance positivo de lo vivido en este año. Porque a pesar de la actitud diletante de un gobierno el español temeroso de cumplir lo prometido, a pesar de la incomprensible actitud de los sectores poderosos en el jelkidismo, de la saña con que se han empeñado en castigar a los presos políticos vascos, a pesar del encastillamiento de los dirigentes navarros en la sinrazón, a pesar de todo ello, la determinación de buena parte de la sociedad vasca no se ha desgastado.
Se han desvanecido, sí, buena parte de las ilusiones que albergamos aquel 22 de marzo. Pero sólo se han esfumado las vanas, no las sólidas, las bien ancladas. Se ha perdido, tal vez, el alborozo, pero no la sonrisa. Quisiéramos que todo fuera más rápido, más sencillo, más leve, pero quiso el Gobierno español que el proceso fuera «largo, duro y difícil». Sólo nos queda responder, con hechos, que el pueblo vas- co también está dispuesto a afrontar esa prueba con la sólida convicción, además, de ganarla. -