Raimundo Fitero
La mano
A veces intento convencerme de la existencia de una mano secreta que mece la cuna de mi realidad social. Los que hemos estado años intentando ser parte y juez de esa sociedad que nos cobijaba pero a la vez nos expulsaba sentimos que al despertar cada día, después de comprobar que se ha hecho la luz, nos jaleamos con espíritu de supervivientes, pero inmediatamente una radio, un noticiario televisivo, un periódico... te deja desnudo ante tu absurda mismidad de consumidor, votante y hasta militante o congregante. Es el fuego, el agua, la tierra, el mar, el aire o su falta, pero siempre las desgracias se encadenan en la historia de los pueblos envueltos en la pobreza estructural, la que devenga todavía intereses a las metrópolis, la que no acaba de sacudirse los comercios colonialistas.
Y ahora las desgracias que antes como miembros de una tribu pre tecnificada entendíamos como naturales provocan daños inmediatos y contables en las estadísticas, pero daños a distancia. La globalización de las comunicaciones nos aclara la interdependencia, y un terremoto en Taiwán provoca la ruptura de unos cables que dejan sin comunicación a extensas zonas del sureste asiático. Así de explícita es La mano, aprieta por aquí y produce daños a miles de kilómetros, como pérdidas de transacciones, como incomunicación, que debe ser una de las situaciones más estresantes que le puede suceder a nuestros congéneres. ¿Se han fijado lo nerviosos que se ponen algunos cuando no tienen cobertura o se les ha olvidado el cargador?
Pero no es concebible la existencia de una simple y única mano. Deben ser diferentes entes que mueven unas manos que a cada individuo le parece La mano. Me sobrecogen las imágenes que me sirven las cadenas de televisión. Es como si de repente todas las iluminaciones navideñas se apagaran a la vez y solamente resplandeciera el dolor cercano, lejano, intermedio. Es cuando nuestra mano aprieta angustiada el mando a distancia para encontrar en algún lugar la ración de idiotez, lo que nos saque de la realidad. Y la hay a montones. Por eso vemos los resultados de audiencias con perplejidad. Para que desconfiemos del vecino. O crezca nuestro miedo a La mano. -
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