El atentado de Barajas os ha golpeado con dureza: dos paisanos han muerto aplastados. Llegaron con la pretensión de mejorar su vida y la perdieron entre amasijos y cascotes. A juzgar por los avisos, fueron activistas de ETA quienes colocaron el explosivo. Oportunidad de oro para dar en una versión de la realidad tan torcida como tramposa: la Madre Patria, acosada por una banda de asesinos; vascos crueles a los que no les duele matar emigrantes.
Carlos y Diego son víctimas no deseadas de un conflicto que, seguramente, no conocían cuando vinieron. La historia oficial oculta que España arrastra un problema enconado todavía no resuelto. ¿ETA? No, la política colonial que tan bien conocéis vosotros. Los ejércitos de Castilla invadieron nuestras tierras casi por las mismas fechas en que avasallaban las vuestras. El último Mariscal de los vascones, lo mismo que Rumiñahui, se enfrentó a los invasores. Ambos fueron apresados con las armas en la mano, encarcelados y posteriormente asesinados. Tras la conquista, el sometimiento colonial.
Pero los pueblos libres no se resignan a vivir siempre sojuzgados. Arrancaba el siglo XIX cuando se escuchó en Quito el primer grito de independencia. Bien sabéis cómo trató la Metrópoli a los próceres de aquella proclamación. La represión no ahogó vuestra rebeldía. Tras largos años de guerra derrotasteis en las faldas del Pichincha al ejército invasor. Todavía puede contemplarse en la Plaza Mayor quiteña la estatua del «león hispano» que se retira malherido. Nosotros no lo hemos logrado todavía. La tremenda explosión de Barajas es un episodio más de esta larga confrontación con un estado que nos niega la soberanía. Violencia muy difícil de controlar y que, en casos como el de Barajas, convierte en víctimas a quienes pudieron ser compañeros. La muerte trágica de vuestros paisanos no debería convertirnos en enemigos. Ni en amigos a quienes hoy se acercan dis que a consolaros. Son carroñeros y farsantes. Aparentan lamentar dos muertes y se quedan impasibles cuando el mar engulle a miles de emigrantes africanos. Os abren ahora sus despachos quienes dictan leyes para que no podáis entrar en su país.
Aunque os exigen que repudiéis a la izquierda vasca, es la que más siente vuestras muertes. Nos vincula el dolor compartido con el que tratan de enfrentarnos. Se aclararán las cosas. Vosotros y nosotros somos dos colectivos despreciados y llamados a entendernos. Un día reforzaremos nuestra hermandad como compañeros trabajadores de pueblos soberanos. -