La Real Academia define acoso como «perseguir, apremiar, importunar a alguien con molestias o requerimientos», y «perseguir sin dar tregua ni reposo». Definiciones que quizás se deberían actualizar.
Todos los tipos de acoso que existen en la actualidad, desde el laboral, escolar o sexual, hasta los más modernos, como el inmobiliario, político, judicial, incluso el denigrado por la lamentable utilización en el mundo del «corazón», referido a la intimidad, tienen características comunes. Son una forma de maltrato que producen un daño a menudo irre- parable en las víctimas, y probablemente son síntomas que se manifiestan porque existe en nuestras sociedades occidentales una enfermedad más profunda, más estructural, que tiene que ver con la intolerancia, la competencia por alcanzar el poder, incluso con un tipo de antropofagia social.
Quizás convenga diferenciar aquellos acosos más comunes y más destructivos actualmente. El acoso laboral o mobbing, el escolar o bullying y el sexual (que suele convertirse con frecuencia en laboral, o en pura y dura violencia de género) son los que, sin desdeñar el resto, más nos deben preocupar, los que más dolor producen y aquéllos que más espacio ocupan en los medios de comunicación. Aunque a veces de forma frívola y efímera, sin atacar a las raíces del problema, ni mucho menos aportar soluciones eficaces.
Conviene aclarar que el acoso, para serlo, debe ser sostenido y prolongado en el tiempo, lo que deja fuera de esta grave forma de violencia los conflictos puntuales u ocasionales. Supone una forma de violencia, extrema en muchos casos, que algunos autores definen como psicoterrorismo, que intenta a través de métodos a veces sutiles la destrucción de la víctima. El acosador, al que en muchos casos se define como psicópata, utilizando su poder, bien porque en la estructura jerárquica está por encima de la víctima o porque cuenta con el apoyo de un grupo, por medio de actuaciones hostiles y repetitivas intenta romperla psicológicamente.
Una víctima que la mayoría de las veces tiene un elevado nivel de ética, honradez, y sentido de la justicia, o una mayor sensibilidad, independencia, e iniciativa, que generan en el agresor o agresores sentimientos de celos o envidias. Agresores que, a diferencia de la víctima, poseen una personalidad psicopática, suelen ser mentirosos compulsivos, cobardes y con ausencia de sentimiento de culpabilidad.
Los efectos del acoso suelen ser demoledores. Desde problemas psicológicos como ansiedad, estrés, depresión y alteración del sueño hasta fisiológicos o sociales, afectando gravemente a la relación con los demás, especialmente con la familia. Hay estudios que aseguran que el 10 % de los suicidios que se producen en nuestro país son debidos al acoso. ¿Son suicidios o crímenes?
De ahí que el psiquiatra nórdico Heinz Leymann haya asegurado que «en las sociedades occidentales el lugar de trabajo (o de estudio cabría añadir) constituye el último campo de batalla, en el que una persona puede matar a otra sin ningún riesgo de llegar a ser procesada». Frase estremecedora que nos debe hacer reflexionar sobre si, como demandan las asociaciones que luchan contra esta lacra, una de las formas de acabar con ella debería ser evitar su impunidad a través de medidas penales mucho más duras, al estilo de las que se aplican contra la violencia de género. Porque un acosador se puede convertir en asesino real en circunstancias favorables.
Uno de los problemas mayores para frenar esta pandemia del siglo XXI es la dificultad para probarlo, en una sociedad donde la solidaridad brilla por su ausencia y en la que abundan los denominados «testigos mudos», aquellos que conocen el acoso, pero por temor o cobardía no apoyan a la víctima. Consecuencia de la enfermedad que afecta a las sociedades occidentales, libres y democráticas, que predican libertad, justicia, igualdad, y solidaridad, pero que al mismo tiempo de forma hipócrita fomentan el individualismo, la competitividad, el afán por el triunfo personal, y por debajo consienten situaciones tan graves como estas.
También es clamorosa la falta de reacción de los poderes públicos, entre otras cosas porque en su seno tienen actitudes que esconder. El mayor porcentaje de acoso laboral se produce dentro de la función pública y también dentro de los partidos políticos y sindicatos. Medidas y leyes que se plantean desde la oposición, en el poder se olvidan, o se teme poner en práctica.
Tampoco los medios de comunicación colaboran a fondo en la lucha contra el acoso, más preocupados por las noticias «inmediatas» que por una acción continuada de denuncia e implicación contra este tipo de actitudes canallescas, donde al acosador se le puede considerar como un asesino moral que a menudo lo resulta ser en serie.
La solución para atajar este tipo de violencia que supone el acoso, de la que sólo estamos viendo la punta del iceberg, es compleja. No queremos parecer pesimistas ni generar más desesperanza, pero debería comenzar por una reacción social contra los agresores acompañada de una profunda reflexión de los comportamientos de esta sociedad, para conseguir que el apoyo a las víctimas sea una cuestión de ética mínima e imprescindible. Acompañada de las reformas legales que sean precisas para castigar a los agresores pero, sobre todo, de medidas que consigan una actuación rápida y eficaz de la justicia para proteger a las víctimas.
Queremos, para finalizar, dejar muy clara la posición de los firmantes sobre la lacra social que supone el acoso, en especial si es laboral, escolar, o sexual: 1. Manifestamos nuestro repudio a las prácticas de acoso, que nos resultan absolutamente inaceptables, junto con la repulsa y profundo desprecio a los acosadores; 2. Nuestra solidaridad con las víctimas de cualquier tipo de acoso; 3. No queremos ser, ni que nuestra sociedad sea, cómplices de este tipo de violencia por pasividad o indiferencia. -
(*) Junto a Elena Berruezo firman este artículo de opinión, también por el Foro Iruña, Iñaki Cabasés, Ginés Cervantes, Fermín Ciáurriz, Reyes Cortaire, Miguel Izu, José Ignacio López Borderías, Guillermo Múgica, Iosu Ostériz y José Luis Úriz.