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Gara > Idatzia > Mundua 2007-01-27
Holocausto, del hecho histórico a la pugna por su reivindicación política
Hecho histórico incontestable pese a los intentos negacionistas, el drama del Holocausto nazi ha sido elevado al rango de categoría política. Y, como tal, está sujeto a interpretaciones interesadas que minimizan a una parte de las víctimas en beneficio de otras. Y llevan el sello de los vencedores de aquella contienda.

Tal día como hoy, y en plena ofensiva soviética en el frente oriental contra los estertores de la Armada nazi, el Ejército Rojo cerraba las puertas del infierno en Auschwitz II-Birkenau, a 60 kilómetros de Cracovia, en Polonia.

La clausura del más grande y terrible campo de concentración y exterminio ­se calcula que fueron masacradas entre sus muros entre 1 y 1,5 millones de personas, 6.000 diarias en sus cámaras de gas­, marca desde entonces, y todos los 27 de enero, la conmemoración del Día Mundial de Recuerdo del Holocausto.

El Holocausto es un hecho histórico que nos remite a la persecución y genocidio de grupos humanos enteros, millones y millones de personas, perpetrado por la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial mediante el asesinato sistemático e industrializado.

Como todos los sucesos luctuosos e incontestables de la historia, el Holocausto está a expensas de la labor de toda una pléyade de «historiadores», conocidos bajo el adjetivo de negacionistas, que ponen en tela de juicio su amplitud e incluso su propia existencia.

El «negacionismo» es, en este contexto, la última opción que les queda a los que no escriben la historia. A los no vencedores. Turquía sigue negando el genocidio armenio, al igual que muchos serbios ponen en tela de juicio la masacre de cientos de miles de bosnios.

Muchos son los imperios que no se han visto obligados siquiera a negar los silenciados genocidios que jalonan su historia. Los desaparecidos pueblos indígenas en lo que hoy es EEUU, los campos de la muerte en los que los británicos masacraron a los boers, las matanzas de argelinos a cargo del Ejército francés... Todos ellos se escudan, además, en el manto de impunidad y de dificultad para contrastar datos inherentes a toda situación de guerra. Y los negacionistas del Holocausto también lo hacen.

El Holocausto es, además de un hecho histórico, una categoría política, sujeta como tal a interpretaciones, intereses y polémicas. Polémicas que llegan incluso al terreno de la etimología y al uso del término, pero que responden, en última instancia, a una lucha por un recurso político de primer nivel, el victimismo.

Polémica terminológica

Holocausto proviene del griego y significa literalmente «todo quemado». Usado tradicionalmente para hacer referencia a los rituales de sacrificio en los que se quemaba un animal como ofrenda a una divinidad, muchos son, sobre todo entre los teóricos judíos, los que consideran inapropiado el término. En esta línea, defienden que el término hebreo Shoah, literalmente desastre, se ajusta más a la realidad del hecho histórico que la palabra Holocausto. Argumento falso, toda vez que Shoah hace referencia a desastres naturales, no a algo ejecutado por el ser humano.

Y es que este argumento esconde, realmente, la intención de muchos judíos ­de su actual superestructura estatal, Israel, y de sus lobbyes en el mundo­ de reservarse para sí el exclusivo protagonismo como víctimas de aquel hecho histórico.

Frente a ellos, otro grupo de historiadores defiende que el término Holocausto debería aplicarse al genocidio que sufrieron a manos de los nazis otros grupos humanos, como eslavos, prisioneros de guerra soviéticos, alemanes opositores (100% arios desde la percepción racial del III Reich), gitanos, discapacitados, homosexuales y grupos identificados por su religión, como los testigos de Jehová.

Y las cifras, al margen del baile tan propio de balances realizados en «estado de guerra», dan la razón a estos últimos. Sin obviar que comunidades judías enteras como la de Polonia o los sefardíes de Salónica desaparecieron, lo cierto es que las víctimas judías suponen alrededor del 30% del total. Este porcentaje solo casi iguala el de los civiles eslavos masacrados (26,6%). Un porcentaje que roza el 45% si le sumamos a los soldados soviéticos, prisioneros, y por tanto, eslavos y desarmados. A ello hay que sumar el porcentaje (13,78%) de polacos no judíos, de opositores políticos (6,67%), de gitanos (3,56%), de homosexuales (1,12%) y otros.

Ante estos datos abrumadores, algunos destacan el carácter «singular» e «industrial» del exterminio de los judíos ­dos de cada tres judíos en Europa desaparecieron­.

Un argumento que entronca con la polémica entre intencionalistas y funcionalistas y que parte de la base de que Hitler tenía un plan específico, no ya para expulsar sino para destruir a los judíos. Recordar, en este sentido, que el III Reich albergaba e, incluso, hizo públicos planes para hacer desaparecer del mapa a la históricamente potente oposición alemana de izquierdas. Más aún, tras la temprana invasión de Polonia (1939) y una vez decidida la «Operación Barbarroja» de conquista de la URSS, en junio de 1941, el propio Führer alentó planes de conversión del Este europeo en una suerte de colonias en las que los eslavos, «raza inferior», eran eliminables o, a lo sumo, utilizables como bestias de carga. Y no digamos nada del futuro que reservaba a los «bolcheviques». En definitiva, Hitler aventó viejos y nuevos fantasmas en una política criminal con unos objetivos políticos claros y no tan lejanos a estrategias imperiales actuales.

Parafraseando una vieja liturgia, que lo que la trágica muerte unió no lo separen los espúreos intereses políticos. -



¿El unico pueblo que ha sufrido?
¿Cuántas películas sobre el exterminio de millones de judíos durante la Segunda Guerra Mundial recuerda el lector? ¿Cuántas sobre el genocidio del pueblo armenio ­millón y medio de fallecidos, además de un trágico éxodo, en 1915­ o sobre el millón largo de muertos ocurridos en Ruanda en 1994? Más difícil todavía, ¿cuántas películas o libros puede enumerar el lector, en relación a la primera vez en que el ser humano hizo uso de las denominadas «armas de destrucción masiva» contra ciudades? En aquella ocasión, unas 140.000 personas fallecieron como consecuencia de una sola bomba. Ocurrió en Hiroshima, Japón. Unos días después, otra bomba atómica destruyó Nagasaki.

El Holocausto con mayúsculas es, hoy en día, el que sufrieron millones de judíos en Europa. Así lo han impuesto los grandes medios de comunicación, sepultando de ese modo los otros holocaustos de la misma conflagración mundial y los que se han producido desde entonces. Incluso para denunciar las matanzas, humillaciones y demás vulneraciones diarias de los derechos humanos que padece hoy el pueblo palestino, numerosos observadores recurren actualmente al término holocausto, aunque no logran que los grandes medios le den a lo que ocurre en Palestina el tratamiento que reservan para el innegable sufrimiento de hace sesenta años del pueblo judío.

Estos últimos años, las autoridades de un Estado amenazado por Occidente, el iraní, han adoptado una actitud que cuestiona el uso del Holocausto hecho por los gobernantes occidentales. Es una actitud «provocadora» para los occidentales, pero muy comprensible para cientos de millones de musulmanes. ¿Por qué han de pagar los palestinos por los terribles crímenes cometidos por europeos en Europa hace sesenta años? La organización en Teherán de un seminario al respecto mereció ríos de tinta en los medios occidentales, pero no para tratar de profundizar en el tema y ver qué hay de cierto en las reflexiones del presidente Ahmadineyad, sino para tergiversar sus palabras y sostener que el iraní niega que se produjese la muerte de millones de judíos a manos de los nazis. No es cierto, pero así ha quedado escrito. Pronto veremos películas «made in Hollywood» en las que un actor dará vida a un Ahmadineyad impresentable que afirmará que, en realidad, los judíos mataron a millones de pobres nazis. Y el espectador más desinformado se lo creerá y, quizá, saldrá indignado de la sala, preguntándose cómo es posible tanta manipulación.

Jose Angel ORIA

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