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Gara > Idatzia > Kultura 2007-01-28
Philippe STARCK | Arquitecto encargado del proyecto de La Alhóndiga
«La Alhóndiga no va a ser un monumento a la gloria de Starck»
El arquitecto Philippe Starck define Bilbo como una ciudad «rebelde, combatiente y apasionada» y asegura estar «muy contento» de trabajar en La Alhóndiga, aunque confiesa que tuvieron que convencerle. Reconoce la importancia del valor estético, pero prima, ante todo, un acabado «vital» en sus obras. «La diferencia la va a marcar la gente», afirma.

El arquitecto francés Philippe Starck ha presentado recientemente en Bilbo su proyecto para el centro de ocio y cultura que albergará el emblemático edificio de La Alhóndiga. Durante su visita, aseguró sentirse «muy contento» de trabajar «con y para Bilbao» y comparó el diseño de un edificio con dar forma a un cepillo de dientes o construir un hotel. «Todo es un pretexto para hablar de los seres humanos», confesó. Por ello, valora por encima de la estética dotar a sus obras de un acabado «vital».

­¿Qué conocía de Bilbo cuando comenzó el proyecto de La Alhóndiga?

Nunca me interesaron las ciudades como edificaciones, piedras y materialidad; me interesan las ciudades por la energía, las vibraciones, la personalidad, por todo lo que emana de la gente que vive en ellas. A partir de ahí, no necesito habitar una ciudad para construir algo en ella. Sin embargo, intuitivamente necesito percibir, integrar, hacer mías sus vibraciones. Eso se consigue en unos pocos minutos. Es casi una conexión eléctrica.

­Entonces, ¿utilizó alguna de esas sensaciones para crear su propuesta o llegó virgen?

Ya tenía una idea porque ya había recibido vibraciones generales de la ciudad y, cuando llegué, tuve la confirmación de lo que había sentido. Bilbao es una ciudad rebelde, de combatientes, una ciudad política, auténtica, apasionada y, por lo tanto, me basta con saber que la tribu para la que trabajo es rebelde, combatiente y apasionada. Estoy muy contento de trabajar con y para Bilbao. No negaré que hay ciudades para las que nunca haré nada, porque percibo a la población demasiado lejana. Vuestros sueños, sin embargo, son como mis sueños.

­Durante la presentación aseguró que, con esta obra, se ha puesto «al servicio de los ciudadanos». Sin embargo, en la calle se le conoce como diseñador de valores estéticos. ¿No es una contradicción?

Para mí, el objeto o la arquitectura no son fines, sino medios, instrumentos que pueden cobrar la forma de un cepillo de dientes, un cohete, un edificio. Es decir, para mí todo es mero pretexto para hablar del objetivo final que somos los seres humanos. Si yo fuese más talentoso podría utilizar leyes, artículos en los periódicos, escribiría libros. Si fuera bailarín de striptease, probablemente no le interesaría a nadie pero mi objetivo sería idéntico.

­¿Buscó usted encargarse de revivir La Alhóndiga?

Soy un hombre muy femenino y me encanta que vengan a invitarme a bailar. Por ello, muchas de las acciones que llevo a cabo se hicieron con invitación previa. En el caso específico de La Alhóndiga, nunca hubiera tenido ni la pretensión ni la ambición de asumir la responsabilidad y el honor de realizar un objeto tan importante para la vida de una ciudad. Al principio, no supe ver su dimensión y tuvieron que convencerme.

­Los consumidores compran objetos Starck porque son Starck. En este nuevo proyecto dice que está «escondido». ¿La diferencia estriba en que en esta ocasión se dirige a un público masivo?

La diferencia la va a marcar la gente. Al principio has hablado de consumidores. Entre la gente que vive dentro del concepto Starck hay gente distinta. Están los consumidores, por los que no siento el menor respeto, y están los fashion victim, a los que desprecio. Yo me dirijo a la gente que intuye la calidad, rebeldes modernos, lo que llamamos la tribu de los espabilados. Es gente que va a ir a un hotel que haya diseñado yo sólo si merece la pena, gente que comprará mis productos si están bien; si no, elegirán otro diseño. Gente que irá a La Alhóndiga solamente si es un éxito como tal. Por lo tanto, no estamos creando un producto Starck, sino intentado construir una nueva máquina de crear vida, sueños e intuiciones. La Alhóndiga no va a ser un monumento a la gloria de Starck.

­¿Este trabajo supone una evolución en su carrera?

A lo largo de 25 años he desarrollado una intuición que es el diseño democrático. Se basa en intentar dar lo mejor al mayor número de gente, aumentar la calidad y reducir el precio. Creo que he trabajado bien y, posiblemente, será lo único inteligente que he hecho en mi vida. Creo haber eliminado cualquier tipo de elitismo en el mundo del diseño y haber quitado dos ceros al coste de los productos.

­¿Puede poner un ejemplo?

Mi primera silla, mi primer gran éxito, costaba mil euros. Pero yo no estaba contento porque no entendía cómo unos padres, para comer con sus hijos, iban a poder gastarse esa cantidad de dinero por silla, más los 10.000 de la mesa. Me parecía obsceno. Por tanto, luché para inventar nuevas tecnologías y sistemas comerciales que me permitieran reducir de forma gradual los costes y precios. Y hoy creo que la palabra diseño se podría suprimir porque describe algo que ya no existe.

­Usted es el jefe de una gran empresa, pero habla de solidaridad...

Sigo a mi maestro, el subcomandante Marcos, y aplico siempre las reglas de la guerrilla, en concreto una que denomino “La regla de Robin Hood”, que consiste en quitarle a los ricos para darle a los pobres. Todos los encargos de gente rica me sirven de laboratorio para desarrollar conceptos que puedan aplicarse a la masa. Son los ricos los que pagan, por lo tanto. Y no necesito elegir: he diseñado un biberón que costaba dos dólares, con nuevas ideas y elegancias, para jóvenes mamás sin dinero de los arrabales de Atlanta, y lo hice con la misma dedicación, calidad y respeto que el mega yate que estoy haciendo y que cuesta 200 millones de dólares. Para mí, es estrictamente igual dos dólares que dos millones. -
 
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