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La misa

Iñaki Lekuona- Periodista

A François Bayrou le gusta la Historia. Es un fan de Enrique IV, si es que un rey que crió malvas en el siglo XVII puede tener fans cuatro centurias después, y si es que un solemne republicano puede ser fan de un monarca absoluto. Pero así es monsieur Bayrou, una contradicción narcisista, un hijo de la República que quiere ser rey.

Han pasado algunos años desde que se pusiera al frente de la UDF, un partido hecho a su medida, en la improbable equidistancia entre el neogaullismo y la socialdemocracia. Algunos años desde aquel mitin para las europeas en Bidaxune, a los pies de las ruinas del castillo de los Gramont, donde simuló cantar el boga-boga que desconocía desde un escenario abarrotado de amigos. Han pasado algunos años, y muchos de aquellos amigos que simularon cantar con él han acabado por bogar hacia la UMP, como Alain Lamassoure, que ahora prefiere navegar con Sarkozy con la esperanza de arribar a algún puerto ministerial.

Pero a François no le importa. O parece no importarle, así es de orgulloso y altivo. Aunque lo cierto es que razón no le falta. François es sondeogénico y sale muy favorecido en las encuestas, no tanto como Sarkozy o la Royal, pero más que Le Pen. Y eso ya es un logro en un país donde la extrema derecha es una potencia política nada desdeñable.

Y ahora que parte de la extrema derecha se ha puesto el traje identitario, como por ejemplo en Bretaña, a François le ha dado por abrir el libro de historia y reclamar la reunificación de este antiguo reino al que dieron tijeretazo en su día los topógrafos de la República: un gran petacho por aquí al que llamaremos la región de la Bretagne, y otro petacho por acá y tenemos la región de la Loire-Atlantique, y de regalo la capital histórica bretona, Nantes.

Que François Bayrou retome una reivindicación histórica del nacionalismo bretón es noticia. Inclinado hacia su costado derecho, el jefe de la UDF parece más centrado que nunca: Y lo es porque la UMP está más a la derecha que nunca. Bayrou sabe que ahora tiene una oportunidad y quiere jugar todas las cartas. También la identitaria. Quién sabe, quizá no falte mucho para escuchar de su boca que su querido Bearne y el petacho Pays Basque al que está cosido pueden formar, cada uno y por separado, un departamento. Incluso una autonomía. Porque como diría su querido rey Enrique IV de Francia y III de Navarra, París bien vale una misa. Aunque se oficie en bretón.

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