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La cuestión balcánica

La Unión Europea se enfrenta a una decisiva prueba de fuego en Kosovo

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D.L.

La Unión Europea tenía previsto a medianoche de ayer -por el procedimiento de silencio- dar luz verde al envío de la misión que supervisará, en los próximos años, la independencia de Kosovo. La misión, bautizada con el nombre de Eulex Kosovo, estará formada por 2.000 efectivos, entre policías, jueces y expertos, y no estará operativo hasta 120 días después de la declaración de independencia, cuando recibirá el testigo de la misión de la ONU (Minuk), que administra el enclave desde mediados de 1999.

Esta misión, que en principio permanecería en Kosovo «entre cinco y diez años», es la más importante que afronta la UE en toda su historia.

La unanimidad, aunque a regañadientes de algunos miembros, a la hora de su aprobación, no corre paralela con las disensiones en el seno de los Veintisiete en torno al reconocimiento del Kosovo independiente.

Los ministros de Exteriores de la UE se limitarán el lunes -día después del anunciado Día D- a tomar nota de la declaración oficial de independencia.

No se descarta que el mismo lunes el nuevo Kosovo sea reconocido por los grandes de la Unión, Alemania, Estado francés, Gran Bretaña e Italia.

Cinco países mantienen su oposición al reconocimiento de Kosovo. Al margen de Chipre -con una traumática partición de la isla forzada por la intervención del Estado turco-, cabe reseñar la oposición de varios estados balcánicos como Grecia, Bulgaria y Rumanía. A ellos hay que sumar a Eslovaquia, con problemas con la minoría húngara, y el paradigmático caso del Estado español.

Cuentan las malas lenguas que el presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, pidió en Bruselas, naturalmente sin éxito alguno, que la declaración de independencia de Kosovo se atrasara hasta después de las elecciones del 9 de marzo.

Extraña petición cuando el Gobierno del PSOE se ha dedicado en los últimos meses a negar paralelismo alguno entre el caso kosovar y las reivindicaciones de naciones sin Estado como Euskal Herria y Catalunya.

Tampoco sentó nada bien en Madrid la advertencia que el presidente, Vladimir Putin, lanzara la víspera, recordando que en la península hay gente que no quiere vivir bajo el mismo Estado e ironizando sobre si hay que aplicar el mismo esquema. Ayer el Ejecutivo de Zapatero notificó ormalmente su protesta al embajador ruso.

Todo apunta, sin embargo, a que estamos ante una escenificación y a que todos los miembros, a excepción quizás de Chipre, tragarán con los hechos consumados y a su tiempo.

Otra cuestión es la gestión de la supervisión de la independencia de un territorio cuya población suma decenios de sufrimiento y una última década de insatisfacción ante la situación de protectorado.

A ello hay que añadir la oposición de la minoría serbia, espoleada por la mayor parte de la clase política de Belgrado.

La explosión ayer de una bomba cerca de la sede donde reside el equipo preparatorio de la misión Eulex en Mitrovica, explosión en principio atribuida a elementos serbios, da fe de que la UE juega con fuego en un escenario de alta tensión, al que se podrían sumar además los grupos opuestos a toda supervisión de la independencia entre la mayoría albanesa.

La UE se juega mucho como futuro actor internacional de peso. Y no le conviene errar.

nada de ruptura

El presidente serbio, Boris Tadic, se mostró en contra de romper relaciones con los países que reconozcan a Kosovo, tal y como exige el primer ministro, Vojislav Kostunica.

La diáspora kosovar vuelve al país a celebrar la independencia

Kosovares residentes en el extranjero no quieren dejar pasar la oportunidad y han regresado a sus lugares de origen para ver realizado el sueño de muchas generaciones: asistir al nacimiento de su Estado. «Quiero ver con mis propios ojos la creación del Estado de Kosovo», asegura en el aeropuerto de Pristina Sali Hyseni, un obrero de 48 años, nada más descender del avión que le ha traído desde Zurich (Suiza).

Maliq Ulaj, que trabaja también en la construcción en Suiza, participa de la misma alegría y recuerda que «en los años noventa, bajo Milosevic, no albergaba esperanza alguna de poder asistir a este día. Y ya ha llegado. Es increíble», añade.

Imer Abdullahu, un técnico de 32 años volvió apresuradamente a Kosovo cuando se enteró de que la declaración de independencia era cosa de días. «Tenía un visado y he venido cuando faltaba un mes para que expirara. Es el sueño de todos los albaneses. Los que no estén aquí no podrán decir que hicieron historia», asegura Abdullahu, que ha residido en Zurich en casa de un hermano.

La presencia de kosovares en Suiza tiene una larga historia. Comenzó en los sesenta tras un acuerdo entre Yugoslavia y Suiza, que adolecía de mano de obra. Le siguió la huida de refugiados políticos en la década de los ochenta y noventa. Están censados unos 200.000 y Kosovo es conocido como el 27 cantón suizo. El albanés es la cuarta lengua más hablada, por delante del oficial romanche.

Imer Cacaj llegó a Ginebra en 1982 tras pasar por los calabozos serbios. No tiene intención de regresar. «Las condiciones de vida allí son terribles». GARA

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