«Sin mi madre, podría haber terminado siendo un yakuza»
Gilles CAMPION | PARÍS
Uno de los grandes nombres del cine japonés contemporáneo, Takeshi Kitano, podría haber caído en el oscuro mundo de los yakuza si su madre no le hubiese mantenido en el buen camino con mano firme. Esta es una de las numerosas confesiones recogidas por el periodista francés Michel Temman en las entrevistas que le ha realizado a lo largo de cuatro años y que se recogen en un libro que se publicará la semana entrante en el Estado francés bajo el título de «Kitano par Kitano» (Takeshi Kitano y Michel Temman, Ed. Grasset).
Nacido en enero de 1947 en una familia humilde, el joven Takeshi creció en Shitamachi (la ciudad baja), apodo con el que se conoce a los barrios pobres del nordeste de Tokio. Su padre, un pintor de brocha gorda, era un jugador y alcohólico que apenas se comunicaba con sus cuatro hijos. Entraba cada noche ebrio a casa, pegaba a su madre, le asustaba a él y a sus tres hermanos... una conducta que Kitano dice, sin embargo, haber comprendido desde que descubrió cómo la guerra acabó con el estatuto y el oficio de artesano de su padre, quien se vio obligado a convertirse «en un obrero despreciado» y por eso tenía «ese carácter desagradable y tan difícil de soportar». «No fue hasta más tarde cuando me di cuenta de la mala reputación que tenía mi barrio. Mis amigos eran lo que podríamos calificar como pequeños rateros», relata el cineasta en un encuentro que ha tenido lugar en París.
Él mismo dio los 400 golpes: robó el dinero de las urnas de los templos. «No creo que fuese algo grave, todos los chicos lo hacían», relata, e incluso llegó a robar la dote de su hermana. «La verdad es que sin la presencia de mi madre y de su estricta educación, fácilmente podría haber terminado siendo un yakuza como muchos de mis amigos», reconoce. Muchos de ellos se sumieron en el mundo subterráneo de la mafia japonesa. «Sin embargo, ninguno subió a un alto nivel y creo que si me hubiera convertido en yakuza, ahora probablemente estaría muerto». Afortunadamente, la señora Kitano velaba por sus hijos y les animó a estudiar. Takeshi, apasionado por las matemáticas y la ciencia, llegó a ingresar en la universidad, pero abandonó los estudios por el camino para vivir su otra pasión, el espectáculo. [sigue en la siguiente página] Después de debutar en el escenario del Teatro Francés de Asakusa, en Tokio, entró en el mundo de la televisión, donde se convirtió en una de las estrellas de entretenimiento bajo el apodo de Beat Takeshi, donde se convirtió en toda una estrella en el terreno del humor y de series audiovisuales tan traducidas como «Humor Amarillo».
No es algo que haya abandonado, porque hoy en día, y paralelamente a su carrera cinematográfica, se le puede ver en ocho programas semanales en televisión. «Cuando leo que a los críticos les parezco vulgar, más que deprimirme, me enfado», explica. «Desde el comienzo de mi carrera como actor, siempre he tenido claro que no podía confiar en los críticos».
Los títulos
Su primera película como director, «Violent Cop» (1989), un oscuro thriller en donde interpreta a un policía brutal, silenció a los detractores de Beat Takeshi. Con «Sonatine» (1993), su película número cuatro, que aborda precisamente la cuestión de la Yakuza, recibió el reconocimiento de la profesión en el extranjero, aunque todavía le faltaba el apoyo de sus compañeros japoneses. Un año más tarde, Kitano sintió la muerte muy cerca. En su rostro todavía se aprecian las huellas del grave accidente de moto que sufrió en agosto de 1994 en Tokio, después de una noche muy movida. «Podía haber muerto. Se produjo una concatenación de coincidencias que me salvó la vida», reconoce.
El hiperactivo Kitano regresó al tajo y rodó «Kids Return» (1996), un título dedicado a la juventud de los barrios pobres, y el año siguiente publicó su obra maestra, «Hanabi», una conmovedora historia de amor en un contexto de lucha contra la mafia. Finalmente llegó el reconocimiento en su país, cuando Kitano obtuvo el León de Oro en Venecia. En 2003, su western-spaghetti a la japonesa «Zatoichi» obtuvo el León de Plata, con gran éxito en Japón.
Además de la publicación del libro, el Estado francés acoge durante estos meses diferentes actos en su honor: una retrospectiva en el Centro Pompidou -hasta el 26 de junio, con la proyección de cuarenta filmes, telefilmes y documentos- y algo realmente curioso: una exposición de sus pinturas en la Fundación Cartier. «Son pinturas y dibujos destinados a los niños. Si dijera que es algo más que una afición, la gente se reiría a mi cara». El ministro de Cultura francés, Frédéric Mitterrand, le concedió el pasado martes las insignias de Comendador de las Artes y las Letras francesas y París acogía el pasado jueves el estreno de la última película de Kitano, «Achille y la tortuga», largo con el que cierra su trilogía sobre la dura existencia del artista, abierta con «Takeshi's» y «Glory to the filmmaker».
CINEASTA
París se rinde estos días a los pies del celebrado actor y director japonés, que ha visto cómo sus películas triunfaban en los festivales de medio mundo. Además de cineasta consagrado, Takeshi Kitano es divulgador científico, pintor, cómico, escritor y gran showman televisivo. Su vida, desde su humilde infancia en las barriadas de Tokio, se refleja en un libro que acaba de salir a la luz.
«Cuando leo que a los críticos les parezco vulgar, más que deprimirme, me enfado. Desde los comienzos de mi carrera como actor, siempre he pensado que no podía confiar en los críticos»
«Cuando muestro un hecho violento también muestro el dolor que produce. Mi filosofía es que uno no tiene que llegar a la violencia salvo que uno resuelva y acepte que también va a ser una víctima»
«Beat Takeshi Kitano, Gosse de peintre» es, en realidad, una instalación gigante organizada como una feria popular y destinada al público infantil, una de las iniciativas con la que el celebrado actor y director japonés toma París. Instalada en la Fundación Cartier de París (261, Boulevard Raspail), donde se verá hasta el 12 de setiembre, la muestra estaba prevista en un principio hasta finales de junio, pero su prolongación augura un indudable éxito al rico conjunto de vídeos, objetos insólitos, maquetas, extrañas máquinas, teatrillos de marionetas, demostraciones científicas y bromas diversas que la componen.
Obras aptas para reír con Kitano de Kitano, y de uno mismo, también del arte contemporáneo, jugar con las ciencias o convertirse en parte activa de la exposición pintando dinosaurios, o calculando la existencia del Universo y de la vida en el planeta. Es la manera de Kitano de plasmar sus fantasías más profundas y superficiales, su visión más kitsch de la existencia, la más poética, sus exploraciones científico-filosóficas sobre el azar, el tiempo y el espacio, o sus reflexiones humorísticas sobre los tópicos japoneses en Occidente, y viceversa.
Coincidirá hasta el 26 de junio en el Centro Pompidou con la retrospectiva más completa hecha nunca sobre su trabajo de cineasta y actor. Se titula «Takeshi Kitano, L'Iconoclaste. Le Cinéaste et l'Acteur pour le Grand et le Petit Écran», con el fin de proyectar cuarenta filmes, telefilmes y documentos, en un intento de captar los «mil rostros» y los «cinco mil dedos» de este autor que aceptó exponer sus cuadros por primera vez, tras largas charlas con el director de la Fundación Cartier, Hervé Chandès. El reto es mutuo, pues si el artista dice no saber muy bien por qué aceptó y no haber sabido luego retirarse a tiempo del proyecto, la Fundación estima que dar carta blanca a «este hombre fuera de lo común» es uno de los proyectos más ambiciosos de su historia.
Una recién publicada biografía, obra de Michel Temman, la primera en francés sobre este artista que en Japón es más que una figura nacional, completa la revelación Kitano en París.
GARA