Los bomberos catalanes han saltado del calendario erótico-festivo y se han convertido en desgraciadas estrellas de las malas artes mediáticas en esa nefasta coyunda entre imaginativos intoxicadores policiales con ínfulas literarias y medios de comunicación propensos a la superficialidad, el seguidismo y la complicidad con las cloacas de todos los ministerios de la porra y la represión, donde hay más que dudas fundadas para entender que existen algunos policías camuflados de periodistas que son la infantería más incendiaria.

Este nuevo episodio del «todo vale» con tal de dar una imagen de eficacia policial, de colaboración transfronteriza, de obcecación y de desmadre operativo ha logrado cabrear a unos funcionarios que se han visto colocados en el ojo de una sinrazón. Como vienen insistiendo en las declaraciones después de su «liberación», están ahora mismo en la calle, gracias a la intervención de la Generalitat catalana, que intercedió inmediatamente, que movilizó sus recursos. ¿El Estado español? Estaba pensando en colocar medallas a los picoletos que indujeron a los franceses a emitir el vídeo. El cinismo de Pérez Rubalcaba entra en su fase peripatética, su descomposición, su fachada corroída por la acumulación de pinturas mediáticas pigmentadas por mentiras y cintas de vídeo.

Quizás la cagada de los responsables de las policías, no admitida por los jefes políticos franceses del asunto que dicen que fue una táctica, lo que les coloca ya fuera de toda legitimidad democrática, haya servido para servir de cortafuegos contra el mayor incendio destructor que está sufriendo el entramado jurídico de estas democracias tocadas en su alma: la presunción de inocencia está abrasada y seguramente las mangueras de estos bomberos hayan servido para apagar su incendio. No fueron tratados como presuntos, sino como etarras. Y formando parte de la cúpula. No quiero ni pensar qué hubiera sucedido si estos cinco jóvenes fueran bomberos de Durango, por poner un ejemplo. Estarían comiéndose el marrón todavía, porque el Gobierno vasco de Ares forma parte central del problema del deterioro democrático.