Animalario triunfa en una edición de los Max celebrada en estado de hipotensión
La décimo tercera edición de los Premios Max estuvo marcada por lo que Óscar Millares, responsable de la Fundación Autor de SGAE, llamó «interferencia informática», y que hizo que horas antes del acto de entrega de los premios, se conociera casi íntegramente el nombre de todos lo galardonados al publicarse la lista en la web oficial de los premios.
Carlos GIL Crítico teatral
El disgusto de organizadores, candidatos e invitados era patente. Mientras entraban los invitados, un grupo de despedidos de la SGAE realizaron un sonoro acto de protesta. Al haber sido publicada en diversos medios de comunicación la relación de los ganadores de la edición de este año horas antes de lo esperado, la sensación de desbarajuste ahogaba el ambiente. La prensa, por un lado, se encontraba con parte de su trabajo ya realizado, mientras la organización y la televisión que emitía el acto en falso directo, debían mantener el tipo y acercase lo máximo posible a la normalidad.
Solamente se habían dejado uno de los premios por publicar, el de Revelación. Algunos nominados incluso decidieron no quedarse a la entrega, al igual que sucedió con candidatos a otras categorías que se sintieron agraviados por la filtración, error, impericia, o «interferencia» que había dinamitado el trabajo de muchos meses de varias docenas de personas.
El acto, (se huyó de las palabras gala y ceremonia como del diablo), escrito y dirigido por Ernesto Caballero, estuvo animado por Carlos Hipólito, que realizó una excelente labor actoral al intentar en todos los momentos mantener el ánimo cuando se nombraba a los ganadores. Todos cuantos recibieron premios siguieron el juego, sin grandes emociones porque, como decía Garbi Losada, «nos ha dado tiempo a prepararnos el discurso».
Fue Sol Picó la única que acertó en descubrir para el gran público televisivo (281.000 espectadores y un 1,6% de share) que se sabían los ganadores y señalar que «cada año que vengo se hace más pequeño, hay menos gente. Si nosotros no ayudamos a visualizar el teatro, nadie lo hará». Fue la intervención que reflejó mejor los sentimientos colectivos, los que se comentaban fuera de focos.
Una vez más, Animalario, con su reconocido «Urtain», copó los premios. Nueve de doce candidaturas, desde la parte actoral, con un más que merecido Mejor Actor a Roberto Álamo dando vida al boxeador de Zestoa, hasta el texto, la escenografía, dirección, producción, iluminación, el mejor espectáculo, el actor secundario o la música. Un éxito redondo que sirvió para que una vez más Alberto Sanjuán, al recoger el premio como productor, lanzase un mensaje político sobre la memoria histórica y las circunstancias político-judiciales entorno a esta cuestión. La parte más emotiva la pusieron Mario Gas y su sobrino Felip Gas al recoger el premio a la Mejor Dirección Musical concedida al recientemente fallecido Manuel Gas, hermano y padre respectivamente, por «Sweeney Todd». El director del Teatro Español subió otras dos veces a recoger premios por delegación.
El premio al mejor espectáculo de teatro musical se lo llevó, sorpresivamente, «Cabaré de caricia y puntapié», de la compañía El gato Negro que, en coproducción con el Centro Dramático de Aragón, irrumpió con un espectáculo de pequeño formato en la vorágine de grandes producciones, recogiendo el reconocimiento de la profesión. Fue una buena noche para los aragoneses, ya que el de Revelación fue para Che y Moche y su espectacular «Metrópolis».
El Max de Honor fue para Josep Maria Benet i Jornet, el dramaturgo catalán que en su discurso celebró la llegada de nuevas generaciones de dramaturgos con mucha mejor preparación que han conseguido salir con sus obras a los escenarios europeos y americanos. Luis Molina recogió el Premio Hispanoamericano como presidente del CELCIT, y acabó su intervención recitando a Miguel Hernández. El Premio de la Crítica de este año fue para Josep Ros Ribas, el gran fotógrafo de escenario que lleva media vida dedicada a proporcionar imágenes fotográficas teatrales y teatralizadas de gran calidad y maestro de los nuevos fotógrafos especializados.
El acto trascurrió ligero, con una puesta en escena donde habitaban Valle-Inclán, García Lorca, Mihura o la Xirgu, sin incidentes reseñables. El ambiente superó los temores primeros, pero acabó en el mismo estado de zozobra. Las restricciones económicas acabaron, también, con la habitual copa posterior, y se fueron formando corrillos mientras la noche madrileña se volvía gélida. ¿Qué será una interferencia informática?