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Arde la «joya de la corona» de Occidente en el Magreb

Dabid LAZKANOITURBURU Periodista

Basta un pequeño suceso, esta vez dramático pero aislado, para que se pongan en marcha fuerzas capaces de cambiar el mundo. Quién iba a decir al sátrapa tunecino que el suicidio, a lo bonzo, de Mohamed Buazizi, un joven licenciado a quien la Policía no dejaba ni vender frutas y verduras en un puesto ambulante en la calle, iba a desembocar en la muerte política de uno de los más longevos dictadores, aplaudido además por el todopoderoso Occidente.

No hay duda de que en la «Suiza del Magreb» se daban todas las condiciones estructurales para una revuelta como la que hemos visto en las últimas semanas.

Es evidente que las élites tunecinas, y el Ejército, han decidido finalmente que la situación era insostenible y que intentarán, por todos los medios, incluidos los de El Elíseo, cambiar para que nada cambie.

Pero seguro que Buazizi no pensó en nada de eso cuando decidió inmolarse para morir semanas después, el pasado 4 de enero, en el hospital.

Tendrá tiempo el sátrapa Ben Ali en su exilio, desgraciadamente casi seguro que dorado, para barruntar teorías conspirativas. El tiempo que ya no tiene ni Buazizi ni las decenas de tunecinos muertos bajo las balas y los golpes del régimen.

El tiempo que se ha ganado, con su propia sangre, el pueblo de Túnez, que decidió salir a la calle dando toda una lección de dignidad, no sólo al resto de pueblos árabes sometidos por satrapías con apoyo Occidental, sino al mundo entero.

Porque ha mostrado que basta un pequeño suceso, una chispa dramática... Que sin voluntarismo no se cambia el mundo.

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