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Joxean Agirre Agirre Sociólogo

A cara descubierta

Al hilo de unas declaraciones de Iñigo Urkullu en las que afirmaba que en vez de un comunicado esperaba de ETA que sus portavoces se quitasen la capucha y dijeran a cara descubierta que es el final, Agirre recuerda que a esa organización, al margen del rechazo o adhesión que su trayectoria haya concitado, no se le puede reprochar no dar la cara. Y estima que, ciertamente, ha llegado la hora de dar todos la cara, superado el tiempo de escudarse en la actividad armada de ETA para evitar acometer la normalización política.

Decía Iñigo Urkullu este viernes que esperaba de ETA algo más que un comunicado; más bien una decisión escenificada, en la que sus portavoces se quitasen las capuchas y dijesen a cara descubierta «que es el final». Es un deseo lícito, por más que su expresión responda en este caso al acta de la reunión que mantuvieron a principios de semana en La Moncloa el político de Alonsotegi, Patxi López y el propio José Luis Rodríguez Zapatero. La locuacidad de Urkullu no es, por tanto, mérito de su logopeda, sino fruto de una estrategia de comunicación sellada entre el PSOE y el PNV. El presidente del EBB es, una vez más, el muñeco de madera de un ventrílocuo bien conocido por estos lares.

La licitud de un anhelo, como decía antes, no puede pervertirse desde la hipocresía. Al fin y al cabo, más allá del rechazo o adhesión que haya podido suscitar entre la población vasca a lo largo de sus más de cincuenta años de existencia, ETA siempre ha dicho lo que hacía, a la par que hacía lo que decía. Incluso sus más feroces detractores, como es el caso de Mayor Oreja, lo han reconocido en público: «ETA mata, pero no miente» (2004). Es más, la meticulosidad con la que la organización armada ha afrontado históricamente la responsabilidad sobre sus acciones le llevó, incluso, a publicar en el año 2004 un «Zuzen» especial (número 79) en el que se recogían todas y cada una de ellas. No conozco un caso parecido en toda Europa. Ha sido precisamente esa transparencia la que ha facilitado el trabajo de las numerosas organizaciones de «víctimas del terrorismo», por cuanto la mera reivindicación de un atentado era ya dato suficiente para que el estado abonase a los familiares o allegados de la persona afectada la indemnización correspondiente. Es decir, a la reivindicación de ETA se le otorgaba valor fedatario.

A ETA, en definitiva, se le podrán reprochar muchas cosas, pero de ninguna manera el no dar la cara o no aceptar el costo personal y político de sus acciones y decisiones. Sobre los demás y sobre sus propios militantes. Es por ello por lo que la decisión, hecha pública esta semana, de decretar un alto el fuego permanente, general y verificable adquiere tal dimensión. Pese a todos los adelantos y especulaciones, apenas una veintena de líneas han desencadenado una expectación tan inmensa en su extensión como inabarcable en su proyección a futuro. Independientemente de la identidad de las personas que se cubrieran la cabeza con las capuchas blancas para leer el último comunicado, salta a la vista que ETA, lejos de entorpecer, condicionar o tutelar el proceso en curso, se compromete con el mismo en los términos reclamados por los firmantes de las declaraciones de Bruselas y de Gernika. Incluso Brian Currin ha venido a enmendar la plana a los portavoces de Aralar, que se atrevieron a ponerlo en duda.

Ha llegado, cierto es, la hora de trabajar a cara descubierta. El interminable pretexto de que con violencia es imposible, o que la normalización política se veía únicamente entorpecida por la actividad armada de ETA es, a estas alturas, el ruido de fondo de un ciclo superado. Un nuevo ciclo, todo hay que decirlo, en el que las únicas voluntades concurrentes han sido las ofrecidas por el motor del cambio: la izquierda abertzale. Ningún gesto o conversación previa, garantías mutuas de no agresión o acuerdos firmados en la trastienda han facilitado este nuevo tiempo. Audacia y determinación política para mantener intactas las opciones de llevar a este pueblo hasta la libertad, la independencia y el socialismo. Tanto y tan poco al mismo tiempo.

Ya no hay parapeto argumental tras el que esconderse. A partir de ahora, o somos independentistas o no lo somos. O nos convertimos en garantes de la totalidad de los derechos civiles y políticos del conjunto de la población o apostamos por la represión. O trabajamos en nuestro pueblo en las estructuras dispuestas para el cambio político y social o nos quedamos en casa. Se acabó el tiempo de argumentar especulativamente o de afanarse por «interpretar» a ETA. En su más de medio siglo de existencia, los análisis y decisiones de esta organización no han admitido otro condicionante que los derivados de su propia responsabilidad, de modo que se equivocan los que piensan que dando rienda suelta al «raca-raca» van a alterar el escenario a su medida. No quedan subterfugios para seguir ordenando operaciones policiales, negando la palabra a Euskal Herria, supeditando el futuro de este pueblo a los intereses partidistas o apelando a la épica de otras décadas sin arrimar el hombro.

Como era también de esperar, la decisión de ETA no ha trastocado el guión inmediato de la mayoría de los agentes políticos y sociales, tanto en Euskal Herria como en el Estado. Las declaraciones de los principales partidos y medios de comunicación españoles llevaban meses escritas, pero es igualmente obvio que todos, sin excepción, afrontan sus previsiones a medio y largo plazo desde una nueva perspectiva. El panorama político vasco, la agenda colectiva de los movimientos sociales, los retos de la acción sindical van a configurar en poco tiempo un escenario irreconocible, en el que los logros concretos, la presión popular y la articulación de alternativas globales van a florecer a ojos vista. Pero no nos llevemos a engaño, los retos a los que nos enfrentamos como pueblo son tan grandes que serán necesarias enormes dosis de esfuerzo, convicción, paciencia y perseverancia para empezar a celebrar algo. Las victorias son siempre el fruto de décadas de entrega continuada y están ligadas al acierto acerca de cómo luchar y con quién sumar fuerzas.

Pese a la catarata de declaraciones al respecto, el tiempo político en Euskal Herria ya no pasa porque ETA haga definitivo el alto el fuego o anuncie sin capucha el final de la lucha armada. Se puede desgañitar el coro de nostálgicos del ciclo recién clausurado, que en cuanto el conflicto y sus claves se internacionalicen, la confrontación democrática con el Estado venga guiada por un programa de ruptura y un plan de acción para extenderla, los apremios y exigencias serán muy distintos de los actuales. El proceso democrático en curso han de dirigirlo las personas y agentes que lo han puesto en pie. Con vocación horizontal e integradora, pero atendiendo a la coherencia y a la eficacia como prioridades políticas para reorganizar la izquierda abertzale y constituir su management staff.

Por todo ello, los ejes de su desarrollo han de ser tres: en lo inmediato, superación de los efectos de todas las vulneraciones de derechos inherentes al conflicto armado, en concreto, presión social dirigida hacia el Estado, única fuente de conculcación de los mismos en la actualidad; en segundo lugar, articulación de un amplio movimiento que, con la globalidad de los derechos civiles y políticos como programa de acción, plantee alternativas resolutivas orientadas a alcanzar un marco democrático; por último, pero sentando las bases para ello desde hoy mismo, constituir el estado vasco y su independencia como la mejor alternativa a décadas de supeditación a los estados a la sombra de una Europa neoliberal en descomposición. Construirla día a día, sobre una estrategia global, y desde lo local, sectorial, popular. Todo aquel que no se sitúe en esta perspectiva está condenado a desaparecer del espectro soberanista vasco. A cara descubierta, como siempre, vamos a ganar.

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