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Crítica | Literatura / Ensayo

"Freud, el crepúsculo de un idolo" ¿Olvidar a Freud?

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Iñaki URDANIBIA

El filósofo normando se une al coro de críticos del padre fundador del sicoanálisis. Onfray sigue la senda abierta por la mojigatería vienesa que no podía soportar el pansexualismo de Freud, abierta por el falsacionista Karl Popper y por quienes calificasen su doctrina como «ciencia judía» o «ciencia burguesa». Es completa la embestida de los autores del «libro negro del sicoanálisis», tomando como oro de ley algunas de las tergiversadoras posturas mantenidas por alguno de sus promotores.

En su fogosidad desmitificadora, Onfray ya había mostrado algunos deslices panfletarios y resentidos hacia Sartre, el marxismo o al convertir a Eichmann en un puro seguidor de Kant. Ahora se ha pasado varios pueblos al descalificar a Freud recurriendo a argumentos ad hominem y siguiendo interpretaciones forzadas con respecto a la personalidad del autor de «El malestar de la cultura», obviando el peso del freudismo en el desarrollo de las teorías antropológicas, artísticas o feministas. El mecanismo esquemático de Onfray trata de demostrar que el sicoanálisis no es más que un invento de Freud para hacer frente a su propio y atormentado yo.

En cinco tajantes tesis pretende destruir la «fabulación» que según él se montó el médico vienés para explicar su caso. Lo del Edipo era su relación tensa con su padre y un amor desmedido hacia su madre; lo del incesto, que se lo pregunten a su cuñada Minna Bernays, quien, según Onfray, mantuvo con el doctor una relación de larga duración con el beneplácito de su paciente esposa; y sus tres hijas, y en especial, Anna, fueron tratadas con una rigidez enorme por un padre posesivo, misógino y homófobo.

De hacer caso a Onfray, la consulta del doctor era lo más cercano a un lupanar que uno pueda imaginar. Al médico vienés le impulsaron a fabular su vida síquica, sus carencias y sus fantasmeos, convirtiéndolos en supuesta terapia y ciencia. Su deseo de forrarse y su capacidad ficcionadora hicieron que escribiese una novela con su vida, haciéndola pasar por un cúmulo de leyes aplicables universalmente. No para ahí la cosa, ya que el atacado se ve convertido en un antisemita de tomo y lomo, un carcamal que admiraba a Mussolini y que en el fondo apoyaba la misión civilizadora de Hitler.

La verdad es que el libro se mueve por unos lindes sensacionalistas y de afirmaciones escoradas y débilmente contrastadas, convirtiéndolo en algo carente de rigor.

Al poco de salir este libro, el autor publicó unas «Apostilles» en las que apuesta por un «sicoanálisis no freudiano» que toma como base a Breuer, el freudomarxismo de Reich, la sicología experimental de Janet o el «sicoanálisis existencialista» de Sartre, mas esto lo dejo para otra ocasión.

Recuerdo haber leído una anécdota acaecida a Mark Twain: habiendo visto éste una esquela en la prensa que daba cuenta de su muerte, escribió al diario comentándoles que la noticia era cuando menos un poco exagerada. Así las cosas... podría decirse: el sicoanálisis ha muerto, ¡viva el sicoanálisis!

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