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Raimundo Fitero

Fruncir

Ortega Cano fue torero, casado con tonadillera, pasto de la televisión que está siendo ahora juzgado en los platós tras una acción incursa en el código de circulación que puede tener consecuencias penales, porque, de entrada, ya hay un fallecido y el causante del accidente, al parecer por los atestados, está en estado muy grave en un hospital. Las sospechas parecen más que fundadas dado el comportamiento ante las cámaras en algunos programas televisivos, pero el más mínimo respeto a la tragedia que se está viviendo, recomienda no hurgar más en el dolor. Los familiares del fallecido tienen todo el derecho a clamar justicia. Perfecto, que se investigue y siga su proceso hasta donde sea menester. Pero de ahí a lo que está sucediendo en algunos programas, va ese concepto tan ignoto: la dignidad. Lo decimos sin fruncir el ceño.

Solamente existe más basura, más mierda ideológica en estado putrefacto, en las tertulias políticas de las cadenas de la extrema derecha española, tan crecida como anda con los resultados electorales, con un diccionario de Historia que sabe matizar entre si el dictador y asesino Francisco Franco Bahamonde era autoritario o totalitario. Era un gran criminal, y debería llevarse a su memoria y a sus cómplices al Tribunal de La Haya. Los que ahora intentan camuflar la verdad, son peligrosos terroristas tardo-franquistas, a los que se les debería aplicar la legislación vigente con toda la rotundidad necesaria por el ambiente de enfrentamiento que están generando.

Entre la larga lista de los actuales pro-golpistas, de pre-constitucionalistas resentidos, hay ciertas graduaciones. Compiten por ser lo más bestias e intransigentes, pero quizás, ahora mismo, el más impresentable por su bajo nivel de control y su fanatismo sin argumentos es el tal Carlos Cuesta, en Veo 7, que se confiesa de derechas, en un tono que solamente le falta cantar el Cara al Sol. No soporta a sus tertulianos moderadamente de centro-derecha, de tal manera que el otro día llegó a lanzar un bolígrafo porque uno de ellos le interrumpía. Es patético. Pero da miedo ver tanto odio, tanta maldad, tanta mentira acumulada bajo su ceño fruncido.

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