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Víctor Esquirol | Crítico de cine

Oído cochina

...no se fíen nunca de un japonés en celo, y menos cuando dispone de una soga o un puñado de orugas.

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Mientras todos los focos apuntan hacia Urbizu y Coronado (con bastante merecimiento, debo decir), servidor se aleja del bullicio de las secciones principales y va a parar... al bullicio de las secundarias. Sí, un año más, el público está respondiendo, ya sea porque es fin de semana, porque la meteorología invita a refugiarse a la primera sala que se vea, o simplemente porque la selección de películas es lo suficientemente atractiva. El caso es que, de momento, no importa ni el lugar ni la hora; apostar por un aforo casi completo allá donde se vaya es lo que se dice apostar al caballo ganador.  

Así, en la primera sala a reventar con la que me topo se da el pistoletazo de salida a la retrospectiva American Way of Death, dedicada a uno de estos géneros del que, desde el otro lado del charco, se nos ha hecho creer que es patrimonio exclusivo de los Estados Unidos: el cine negro. Clásicos modernos que no obstante han sido introducidos por un filme cuya presentación en sociedad tuvo lugar apenas dos semanas atrás. Se trata de «Texas Killing Fields», esperado debut de Ami Canaan Mann, hija del gran Michael Mann que para la ocasión ejerce de productor... y seguro que también de mentor. Estamos ante un caso similar al de la eclosión de Jennifer Lynch (hija de David Lynch) en 2008 con «Surveillance». La emancipación es incompleta, quizás porque no haya una verdadera intención de alejarse de la alargadísima sombra de la figura paterna. Los campos de la muerte tejanos que retrata la hija sirven para alejarse de los entornos urbanos que tanto gustan al padre; aún así se intuye el talento familiar a la hora de sacarle partido al entorno.

Gente atormentada se encuentra también en la película que inaugura Culinary Zinemira, que -sorpresa- volvió a llenar la sala de proyecciones. «Tímidos anónimos», nuevo largometraje de Jean-Pierre Améris, tiene el objetivo de divertirnos y abrirnos el apetito durante hora y media. Misión cumplida en ambos frentes gracias a las trifulcas de un par de patosos sentimentales que, por circunstancias laborales varias, se enamoran perdidamente al tiempo que intentan salvar de la quiebra a una fábrica chocolatera. Comedia de tono desenfadado a la que quizás le falta el punto de amargura que caracteriza al buen chocolate, pero cuya simpatía y falta de pretensiones permitió conectar con un público que le rió todas las gracias. 

Y de la cocina a la cama, como Antonio Cassano durante su breve aventura madrileña. Por último, otra sesión con buen poder de convocatoria. Cómo no va a tenerlo, si el principal reclamo es totalmente hormonal. Artístico en la justa medida, ya que aunque a priori pueda dar la sensación de que los Especiales de Media Noche empiezan su andadura invocando aquellos tiempos en los que la gente hacía cola para descubrir la sensualidad poética de títulos como «El imperio de los sentidos», la verdad es que se está rememorando aquella etapa de nuestra vida en la que ansiábamos la llegada del viernes por la noche, para impregnar nuestras retinas de los placeres picantes que nos ofrecía cierto canal que tenía el feo vicio de codificarse justo cuando su programación empezaba a ser interesante. El programa doble compuesto por «Flower and Snake», de Masaru Konuma y «Watcher in the Attic», de Noboru Tanaka, consistió en una introducción antológica al pinku eiga, es decir, un repaso casi enciclopédico de las perversiones concebidas por una sociedad que, entre otras lindezas, ha conseguido que prosperen negocios tan repugnantes como el de la venta de bragas usadas. Imagínense. En otras palabras, no se fíen nunca de un japonés en celo, y menos cuando dispone de una soga o un puñado de orugas, por citar dos ejemplos. ¿El resultado de este delirium tremens erótico? El cachondeo generalizado. Eso sí, fueron poquísimos los que aguantaron hasta el final. No pasa nada.

 

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