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Revólver colgando de un dedo

«No habrá paz para los malvados»

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Mikel INSAUSTI

El arranque de “No habrá paz para los malvados” es antológico, por lo que está más que justificado que se hable tanto de los primeros minutos de la película. Enrique Urbizu y su guionista Michel Gaztambide han sido muy valientes, conscientes de que es la única manera de hacer  buen cine negro, al poner un listón tal alto desde el comienzo. El final se sitúa a la misma altura, pero hay que entender que para unir uno y otro clímax conviene construir un sólido puente narrativo que una tan álgidos momentos de apertura y cierre. Quienes dicen perderse en tan necesario transcurso pecan de impaciencia, ya que el desarrollo argumental de la trama se toma el tiempo que hace falta, garantizando el pleno disfrute a los amantes del género que saben catarlo sin prisas.

Otro motivo de inmenso gozo es ver a un actor  forzando la máquina porque su personaje se lo permite, y José Coronado se da el lujazo de encarnar a un policía más sucio que el mismísimo Torrente. Por algo se llama Santos Trinidad, nombre que suena a spaghetti-western, en consonancia con los ecos bíblicos del título. No todos los secundarios pueden seguirle en su desatada furia interpretativa, aunque la recuperación del olvidado Pedro Mari Sánchez, al que ya habrá que referirse como Pedro María, es otro puntazo. El mejor diálogo lo comparten los dos actores, en presencia de un soplón magrebí. Una nota de humor negro que permite tomar aire y prepararse para la batalla al grito de rock and roll, en la cual el viejo roquero encuentra su camino de redención.
 
 
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