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La crueldad no cotiza en un momento en el que la sociedad busca salidas, no más cárcel

Según Patxi López, mientras a una gran parte de la sociedad vasca las duras condenas contra cinco dirigentes independentistas le genera «sorpresa y frustración», en este momento lo realmente preocupante de la sentencia de la Audiencia Nacional es que el independentismo podría rentabilizar electoralmente la sentencia gracias al «victimismo». De hecho, López considera que el fenómeno Bildu puede entenderse mejor reduciéndolo a ese factor. Por eso, advierte de que se corre el riesgo de volver a «hacerle la campaña otra vez a la izquierda abertzale», en referencia a las pasadas elecciones municipales y forales, cuando Bildu estuvo pendiente de la decisión primero del Tribunal Supremo y posteriormente del Constitucional, para luego lograr unos resultados apabullantes. Ésta es una línea de argumentación que comparten medios y analistas cercanos al PSOE (un buen ejemplo es el artículo en «El País» de Javier Pérez Royo, «¿A qué estamos jugando?», que hoy recoge en su hemeroteca GARA). Lo cierto es que ese planteamiento carece totalmente de rigor por tratar de explicar -y combatir- una marea política de fondo con argumentos utilitaristas muy pobres, argumentos que priorizan las consecuencias sobre los valores y los derechos más básicos, como el derecho de participación política en democracia.

En todo caso, la reflexión lanzada por Patxi López merece ser analizada, tanto moral como políticamente. La cuestión moral surge de manera natural, porque las palabras del lehendakari destilan un grado de crueldad muy poco edificante. En principio, nadie quiere sufrir cárcel para lograr votos; no desde luego Patxi López, pero tampoco los independentistas. La diferencia sustancial en este caso es que algunos han hecho todo lo que estaba en sus manos para traer este escenario y han asumido las consecuencias de esa decisión, mientras otros ni hacen lo mucho o poco que podrían hacer, ni asumen las consecuencias de su inacción.

Del mismo modo, resulta como mínimo de mal gusto acusar de victimismo a alguien que, bajo el impulso de los líderes de tu partido y con tu aquiescencia, ha sido condenado a diez años de cárcel por buscar un escenario democrático y una paz estable y duradera. Precisamente, ayer mismo, en una entrevista en este periódico Rafa Díez interpelaba así al lehendakari: «La paz la tenemos que ganar entre todos. Es hora de que también [López] se ponga el buzo de trabajo». En un momento como éste, el contraste entre la talla moral y política de uno y otro resulta aún más evidente.

En consecuencia, a escasos días de hacer público su «Plan para la convivencia», la credibilidad del Ejecutivo de López en esta materia es nula.

Enfado enfocado a responder positivamente

La manifestación que, en un día lluvioso y triste como el de ayer, abarrotó Donostia en defensa de los derechos de los presos políticos vascos estuvo sin duda condicionada por la condena contra Arnaldo Otegi, Rafa Díez, Miren Zabaleta, Arkaitz Rodríguez y Sonia Jacinto. La situación de los presos políticos es de por sí suficientemente grave como para dar una respuesta tan masiva como la de ayer, pero es que, además, la incomprensible política de rehenes que refleja la decisión de la Audiencia Nacional ofrecía aún más razones para acudir a Donostia. Los cinco condenados eran un claro reflejo de las causas por las que más de 700 personas sufren en este momento un encarcelamiento agravado con constantes arbitrariedades y castigos añadidos.

A pesar de todo y pese a la constante lluvia, el ambiente que se respiró en la marcha de ayer no fue de frustración como preveía López, sino un enfado enfocado a responder serena y positivamente. Los mensajes en positivo transmitidos por Otegi una y otra vez durante los últimos años -desde la apuesta por «construir una estrategia eficaz» hasta el «a todos y todas, por encima de todo, sonreír, vamos a luchar y vamos a ganar»-, deben haber calado hondo en el ánimo de la gente, que sin quitar gravedad a lo ocurrido, ha entendido este nuevo golpe contra el independentismo vasco como una muestra de debilidad de un Estado con grave síntomas de agotamiento estructural. «Lo jodido es que estamos ganando», resumía uno de los participantes.

Uno de los síntomas más evidentes de que el fenómeno Bildu no es un hecho coyuntural aventado por una política represiva poco reflexiva es la efervescencia política que se vive en Euskal Herria. Y es que el fenómeno no se reduce a quienes apoyan a Bildu, ni a quienes defienden los derechos de los presos políticos, sino que tiene que ver el momento político -también con el económico y social-. La sociedad vasca es cada vez más consciente de que, esta vez sí, se está viviendo un momento histórico y que la situación resultante tiene que ver con lo que cada cual aporte. Y en esos términos valorará también lo que hagan sus representantes políticos.

El liderazgo ejercido por estos cinco y otros muchos militantes de la izquierda abertzale ha establecido un nuevo ritmo político que se puede entorpecer pero que no se puede parar. En la Euskal Herria que están construyendo no hay sitio para más barrotes.

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