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La alpinista que se olvidó de la brújula publica «El hilo gris»

Eider Elizegi ama la montaña con pausa y sin prisa. El año pasado su libro «Mi Montaña» fue galardonada con el Premio de Literatura Desnivel y recientemente ha publicado su segunda experiencia titulada «El hilo gris». Un libro repleto de reflexiones y diálogos con la montaña, que incluye una gran cantidad de material fotográfico, la cual tendrá su prolongación en la exposición fotográfica que será inaugurada en breve en Madrid.

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Koldo LANDALUZE | DONOSTIA

Dirigió la mirada a izquierda y derecha para descubrir que, simplemente, su camino se bifurcaba. No quiso tomar ninguna de las rutas que lo obvio le proponía. Su meta era avanzar hacia adelante y sin utilizar desvío alguno, pero un obstáculo de piedra le impedía prolongar su camino. Observó con detalle el gigante de roca que le cerraba el paso y descubrió que, lejos de ser un obstáculo, se mostraba como una nueva etapa. Comprobó que la superficie rugosa del gigante albergaba pequeñas hendiduras y se aferró a ellas para continuar un camino que ahora se tornaba en vertical.

Desde ese instante, Eider Elizegi acaricia las rocas y hunde en ellas sus dedos para continuar una ruta que no requiere ni de reloj ni de brújula. Tal y como se describe la propia alpinista y escritora, nació con los ojos abiertos una noche huracanada de diciembre de 1978, en la localidad de Lasarte-Oria. Se licenció en Biología y en 2010 renunció a su trabajo fijo, dejó su casa y se transformó en vagamontañas para viajar a los Andes y recorrer los Pirineos escalando y relatando montañas.

Durante el periplo de uno de sus capítulos vitales, Elizegi vivió cuatro meses en el refugio de Goûter en el Mont Blanc y en ese espacio enclavado a 3.800 metros de altura, se dejó llevar por las musas que también saben escalar montañas, plasmando sus vivencias en «Mi Montaña», un libro que fue reconocido con el Premio de Literatura Desnivel el pasado año. «Aquel libro -relata la autora-, fue fruto de todo lo que viví en aquel refugio. No fueron unos días muy fáciles. Nuestra jornada laboral era de 24 horas y la iniciábamos a las 8 de la mañana preparando y sirviendo los desayunos. Preparábamos las cenas, limpiábamos las habitaciones... rellenábamos con té una infinidad de termos de los montañeros. Era obligado hacer turnos para levantarnos a las 2 de la madrugada para atender a los alpinistas que se dirigían a la cumbre. Entre pausa y pausa, creció este libro y el premio que recibió me dio mucho ánimo».

Pinacoteca natural

Para quienes observamos a la montaña de reojo, con recelo y siempre desde prudente distancia, no resulta fácil comprender los encantos de la ruta vertical. Elizegi revela las emociones que le susurra la montaña cada vez que se acerca a ella. «En cierta manera, la montaña tiende a desnudarte, te coloca ante ti misma y te obliga a desligarte de las máscaras que siempre resultan prescindibles. Adquieres una nueva dimensión de la vida, sientes cercana la muerte y los diálogos que se establecen con nuestra realidad no virtual, resultan muy sinceros. Físicamente, para mí, la montaña es muy atractiva, hermosa. Mientras la escalo o camino por ella, tiendo a dejarme llevar y en mi mente cobra forma una nueva relación entre yo y lo otro. La montaña no necesita ser consciente de que existe porque es algo inerte, un ser que maneja unos parámetros temporales y espaciales muy pronunciados y esa perspectiva me ayuda a relativizar todo aquello que me rodea y siento. Ella siempre está ahí.... nunca juzga a nadie y permanece inalterable».

Aguijoneada por el encanto de las letras, Elizegi ha prolongado su ruta literaria con un nuevo libro titulado «El hilo gris». Una obra muy cuidada y publicada por Desnivel que incluye todas aquellas impresiones que nuestra vagamontañas acumula mientras asciende las muy diversas rocas que salpican su viaje vertical.

Cada una de estas impresiones viene acompañada por una fotografía tomada por la propia autora. La principal curiosidad de estas fotos radica en que están tomadas a un palmo de distancia de la roca, atrapan una ranura, un color. «Esa era mi intención -dice-. No quería grandes instantáneas porque la intención del libro es otra. No se trata de explicar cómo se debe escalar una montaña o definirla mediante metros o grados de dificultad. Existe una amplia oferta de este tipo de material. Lo que yo he pretendido es mostrar las sensaciones que me suscita una roca en un momento determinado. La montaña es una inmensa pinacoteca repleta de mínimos detalles que, en muchas ocasiones, escapan de nuestra atención. El ritmo de este libro va acorde con mi modelo de escalada porque no tengo excesiva simpatía hacia ese estilo de alpinismo que se limita a batir récords. Yo lo respeto, pero no lo practico». Como una lógica prolongación a este comentario, encontramos un fragmento de «El hilo gris».

«Escalar es inventarse escaleras y regalarse un paseo ascendente por un museo vertical de frescos pintados sobre roca. Pinacoteca de óleos sin marco, sin límites ni contornos, en la que texturas, consistencias y colores se solapan los unos con los otros. Acuarelas esculpidas por el agua con una intención estética disimulada. Bocetos impresos por el viento, la herrumbre y los seres vivos que habitan la roca. Silenciosos, desnudos, rotundos cuadros de piedra que se exponen con discreción y sin publicidad, ni título, ni firma».

No nos imaginamos la vida de Eider Elizegi antes de su afición por la escalada. «En realidad yo era una persona muy feliz. Mi relación con la montaña se puede decir que resultó bastante tardía. Renegaba del ejercicio físico y no me gustaban los deportes. Cuando tenía 20 años me aficioné a las carreras de fondo y, de esta manera, contacté con los Pirineos. Finalmente, mi hermano Arkaitz me enseñó a escalar en roca. Al final este modelo de vida lindante a la montaña me atrapó lentamente y fue acaparando etapas de mi vida que se fueron dilatando con el tiempo. Ahora, me considero una escaladora feliz».

Sensaciones de cumbre

Un breve vistazo a lo que contiene «El hilo gris» nos descubre que no estamos ante un libro típico que se limita a centrar su interés en la montaña. Entre sus páginas adquiere una especial relevancia la conexión entre la montaña y quien asciende por ella: «Ese agujero esconde un buen agarre. Cógelo con la mano derecha, sube el pie izquierdo al hueco que tienes a la altura de la rodilla, equilíbrate y ponte de pie sobre esa pierna. Si desde ahí te estiras podrás llegar al cazo de arriba con la mano izquierda... Mientras escalo, desde abajo me aseguras y me hablas. No sé qué hacer con mi cuerpo, no doy con la manera de moverme por la vía. Pero tú me descubres los secretos de la roca que yo no alcanzo a descifrar y me explicas la manera en la que debo adaptar mis movimientos para subir por ella. Y subo. O subes a través de mis manos. O subo a través de tus ojos, tus ánimos y tu lectura de la roca. Subimos».

Al contrario de muchos alpinistas, Elizegi no tiende a obsesionarse con la cumbre. Su interés radica en el camino y no en la meta. «Cuando me hablan de la cima yo siempre respondo que no es más que uno de los múltiples lugares que componen la montaña. Es cierto que alcanzarla aporta mucha satisfacción y que el espectáculo que se abre ante ti cuando te sientas en ella es fascinante, pero en mi memoria siempre permanecen vivas las jornadas que nunca me han llevado a la cima. Creo que se da excesiva importancia al hecho de domar las montañas como si fuera un simple reto de superación personal y se olvidan las satisfacciones que te aporta cada uno de los pasos que te permiten alcanzarla. No siento un interés especial por ascender un ochomil... a pesar de que, si me lo propusieran, no me negaría. Soy curiosa por naturaleza y me gustaría experimentar lo que se siente a esas alturas y lo que se observa desde ellas. Estoy convencida de que las sensaciones que alberga la ascensión de una de estas cumbres deben ser impresionantes, pero te aseguro que muchas de esas sensaciones son perfectamente perceptibles a menor altura. Además, yo soy una persona tranquila y que aprecia mucho la soledad y en los ochomiles siempre hay multitud de gente proveniente de todas las partes del planeta».

En la mochila de Eider Elizegi no encontramos ni relojes ni brújula. Hace varios años decidió prescindir de su casa para viajar con su furgoneta y vivir cerca de la montaña. Soy una persona que desconfía del futuro y, por ello, me gusta vivir intensamente el presente. Vivimos es una especie de mundo virtual parecido al de «Matrix» en el que predomina el consumismo voraz y las prisas. Ahora mi vida se guía por el tiempo atmosférico. Nunca hago planes de futuro, no sé lo que haré al día siguiente pero, no por ello, dejo de trabajar. Estoy ultimando varios proyectos que van cobrando forma poco a poco. Me gusta dejarme llevar, me gusta que la vida me sorprenda al doblar la esquina o mientras asciendo por una roca».

Mientras avanzamos hacia el final de esta ruta vertical, nos dejamos llevar por las impresiones de una vagamontañas llamada Eider Elizegi. «Reímos hilos de amistad que cosen nuestras carcajadas entre sí. Ponemos en común sensaciones. Pies descalzos. Nos compartimos. Bromeamos. Nos abrazamos, jugamos. Hacemos el amor. Respiramos la calma. Nos bañamos en ríos y pozas. Dormimos revueltos y acurrucados en un campamento furgonetero improvisado en cualquier cuneta. Y todo eso también sigue siendo escalar».

DESNUDO

«La montaña tiende a desnudarte -dice Eider Elizegi-. Te coloca ante ti misma y te obliga a desligarte de las máscaras que siempre resultan prescindibles».

Glosario de cacharros y cháchara alpina

La relación de Eider Elizegi con la montaña adquiere una especial relevancia cuando nos guía a través de todo aquello que incluye su mochila o topa en las rocas que aguardan sus escaladas y que cobran forma en el glosario incluido en «El hilo gris».

«Grado de dificultad»: compendio complicado de diversas formas de diversas escalas métricas que clasifican de forma dudosamente objetiva la dificultad, la exposición, el compromiso y otras características de una vía de escalada. Muchas veces se acaba convirtiendo en una escalera mental con la que el escalador se pelea para lograr aumentar su autoestima. «Magnesio»: polvitos blancos sin efectos sicotrópicos que se utilizan para secar la humedad de las manos y mejorar así la adherencia de la piel a la roca. «Pies de gato»: zapatitos apretados que se calzan los escaladores para disponer de una piel sensible y adherente de goma cocida en los dedos de los pies. Tortura china para dedos y huesos. «Friend»: lagartija metálica que se esconde rápidamente en los agujeros y fisuras de la roca. Su cabeza tiene cuatro levas que adaptan su forma a la anchura del agujero para aferrarse con fuerzas laterales al hueco con el fin de no ser arrancado en caso de caída del escalador. K.L.

OLVIDAR CADA PASO

«Creo que se da excesiva importancia al hecho de domar las montañas como si fuera un simple reto de superación personal y se olvidan las satisfacciones que te aporta cada uno de los pasos que te permiten alcanzarla», opina Elizegi.

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