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Joxean Agirre Agirre | Sociólogo

El increíble hombre menguante

La película que da título al artículo, y que sirve al autor para referirse a Joseba Egibar, invita al lector a zambullirse en la trayectoria histórica del político andoaindarra y en el análisis de las últimas decisiones y comportamientos del PNV de Gipuzkoa. Considera a Egibar un«kiliki» tras ser «gigante» que se dedica con demasiada ansiedad a combatir a Bildu. Denuncia que del «Batu Gaitezen» se ha pasado a la «batukada» del todo vale contra Bildu y finaliza haciendo un llamamiento a la reflexión, a la negociación sin exigencias y a abrir el camino de la confianza mutua.

Muchas veces hemos oído y repetido que no es conveniente ni estético personalizar las acusaciones y disputas políticas, por cuanto que las mismas son reflejo de la confrontación de proyectos e ideologías colectivas, y, no tanto, de la impronta personal de nadie. Generalmente, comparto este criterio, pero en lo que al pensamiento y praxis del PNV en Gipuzkoa se refiere, Joseba Egibar siempre ha sido una excepción con la que los analistas políticos corroboran la regla.

Egibar asumió la presidencia guipuzcoana del partido en 1987, después de que la ruptura interna de la que nació Eusko Alkartasuna dejase barrido y fregado el patio de la organización local jelkide. Desde entonces, con el paréntesis del cuatrienio 2000-2004, el político de Andoain ha sido presidente del GBB, simultaneando su responsabilidad con otras, no de menor rango, como parlamentario y portavoz del PNV en el Parlamento de Gasteiz, o miembro del Euskadi Buru Batzar desde 1987. Un cuarto de siglo en responsabilidades de tal calado le ha reportado grandes dosis de referencialidad en el partido, y un aura de insustituible en Gipuzkoa, en donde todo lo que el PNV dice de relevante pasa por su mesa y sale de su boca.

Convertido en el símbolo del sector jelkide más comprometido con la causa nacional vasca, se llegó a perfilar como contrincante perfecto para descabalgar de la presidencia nacional del partido al lobby tecnócrata que sucedió a Xabier Arzalluz en 2004, pero su estrella ha menguado con el paso de los años. A estas alturas, se conforma con permanecer en el EBB y reivindicar como propio el legado simbólico de Juan José Ibarretxe, el hombre gris que supo brillar y retirarse sin ver comprometida su independencia.

Joseba Egibar, transformado en «kiliki» tras ser «gigante», se bate el cobre en Gipuzkoa a dos bandas: cuestionado por la línea oficial y bizkaitarra del partido, encaja como buen fajador los directos a la mandíbula de Urkullu y Ortuzar, y, sin tiempo para recuperar el resuello en su rincón, combate la hegemonía electoral e institucional de Bildu con gestos de ansiedad. El antaño ingenioso y buen contertulio Egibar, asoma por los platós y titulares de prensa con la zafia imaginación de los Iturgaiz, Corcuera o Basagoiti. Sus últimas chanzas acerca del desapego de la izquierda abertzale por los contenedores, o la «estrategia político-militar» de gestión de residuos de Gipuzkoa, son propias de un cómico abocado a la ruta hotelera del mediterráneo.

En menos de un año, Egibar y la ejecutiva jelkide de Gipuzkoa han pasado del Batu Gaitezen a la «batukada» interminable contra la gestión, las propuestas y la invitación al diálogo de Bildu. Todavía no han llegado a la brillantez de los guionistas de Urkullu y Erkoreka, acuñadores del apelativo marxista-leninista-maoísta en relación con EH Bildu, pero en ausencia de otros recursos hasta la tele-basura vale.

No voy a decir que Egibar y su ejecutiva hayan dado por enterrado Batu Gaitezen, en tanto que iniciativa de personas comprometidas con el respeto a todos los derechos humanos y el impulso del derecho a decidir de la sociedad vasca. Es compatible la defensa de esos principios con las diferencias insalvables en materias como la fiscalidad, las normas subsidiarias de los municipios o las políticas de impulso económico o de desarrollo de infraestructuras. Nuestras diferencias ideológicas son notables, y ello tiene su reflejo en múltiples direcciones. También en las instituciones.

Sin embargo, es desalentadora su pereza y retroceso en cuestiones relacionadas con la construcción y vertebración nacional de Euskal Herria, la definitiva superación del conflicto político o el desarrollo de la hoja de ruta de la «Declaración de Aiete». Hace tiempo que no escuchamos al Egibar disonante que alegraba los rincones de los batzokis y que despertaba la eterna polémica acerca de las «dos almas» de la familia jelkide. Reales o ficticias, la suma de fuerzas en clave nacional, la esperanza de construir una alternativa global al constitucionalismo español más rampante, se sustentaban en una posición con peso político en el PNV de Gipuzkoa.

Desde el verano pasado, Egibar y su equipo han menguado en perspectiva y dignidad política. Hay medios y argumentos lícitos en la lucha política, y nadie es dueño de una verdad absoluta, previa y otorgada, desde la que gobernar sin críticas u oposición. Pero mientras Egibar asegura que las fuerzas soberanistas en el gobierno foral se valen «de la posición estratégica del PNV de no participar en ningún frente anti-Bildu», sus concejales y junteros acumulan horas de trabajo compartidas con sus homólogos del PSE-EE y PP a la búsqueda del pretexto perfecto contra Bildu. Hoy es la gestión de residuos, Juan Karlos Alduntzin o el Puerto Exterior de Pasaia, pero a menudo se suman gustosos al acoso político orquestado por quienes se dedican en exclusiva a intentar bloquear y sabotear el proceso integral de soluciones que demanda Euskal Herria.

Hay pruebas especialmente hirientes, como la del ayuntamiento de Donostia, en donde Eneko Goia (PNV) ha cargado contra el alcalde y el equipo de gobierno por cuestiones como izar la bandera republicana el 14 de abril, subvencionar una película que aborda el tema de los presos políticos vascos o no perseguir a quienes ponen carteles políticos en la vía pública. Para colmo, lo hace en sintonía con un responsable político del consistorio al que, hasta ayer, pretendían destruir políticamente con un informe reservado acerca de su persona, y que hoy permanece bajo llave en la redacción de un diario guipuzcoano. Probablemente, esos sean «los principios» que guían su actividad pública, y que Eneko Goia invocó en el último pleno donostiarra. Válidos hasta que la oportunidad política aconseje sacar el dossier del cajón.

La película que he elegido para titular el artículo, pone en el centro de su metáfora la inevitable pregunta que se hace toda persona frente a la adversidad: «Quién soy». ¿Lo sabe el PNV? ¿Lo sabe Joseba Egibar? Conall McDevitt, socio del PNV y representante del SDLP en la Asamblea de Irlanda del Norte afirmaba en unas recientes declaraciones al diario «Deia»: «Se necesitan líderes capaces de representar a su comunidad y de negociar entre ellos». Si el PNV de Gipuzkoa es capaz de implementar con honestidad los ocho compromisos que recogía el documento Batu Gaitezen, la viabilidad de los pactos que demandan se multiplicará, a sabiendas de que en algunos temas el pacto y el acuerdo no son factibles.

Sea como sea, hace mal Egibar en dar por descontado que Bildu ha tocado techo. Cada vez contempla desde más abajo el ascenso de la izquierda soberanista en Gipuzkoa, y ese plano contrapicado le distorsiona el tamaño real de cada cual y, sobre todo, la relación de fuerzas sobre la que, hoy por hoy, pueden sustentarse los acuerdos. Si demuestran capacidad para negociar sin imponer ni exigir como contrapartida previa la asunción de sus proyectos, el umbral de confianza al que apelan se abrirá camino.

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