Será cosa de la edad, pero me parece que las campañas electorales se asemejan cada vez más a la semana futbolística. Kilos y kilos de declaraciones insulsas y reiterativas a la espera de que llegue la hora del escrutinio o del partido, que es donde se concentra la expectación.

Donde unos dicen «vamos a darlo todo por la afición», otros aseguran que «vamos a gobernar pensando en la ciudadanía». Eso de que «no hay rival pequeño» vale para ambos ámbitos, y también lo de que «hasta que no pita el árbitro, o no acaba el recuento, no se puede dar por seguro el resultado». Al menos en esta ocasión, el árbitro no ha excluido a ningún equipo, si bien sigue habiendo jugadores sancionados por el Comité de Competición. O más bien por la cláusula esa que impide a ciertos jugadores disputar ciertos partidos, como Joseba Llorente contra la Real o Mikel Balenziaga contra el Athletic. La «cláusula del canguelo», le llaman, y en virtud de la misma te encierran y amordazan en el vestuario del Logroñés.

En lo que no se parecen ambos ámbitos es en el forofismo de sus respectivas aficiones. En el mundillo del fútbol se discute al presidente del equipo de los amores cuando se considera que ha tomado malas decisiones. Tampoco se libran el entrenador y los jugadores, sujetos a las filias y a las fobias de cada cual.

En la campaña ese espíritu crítico brilla por su escasez, cuando no por su ausencia. Un ejemplo de ello se vivió durante el debate del pasado miércoles en ETB-2, con cada familia política ensalzando a su favorito o favorita hasta el empalago. La perfección se hizo candidato. ¡Cuánto almíbar, por favor! En algunos casos parecía que se estaban mendigando puestos en un futuro gobierno o cogiendo posiciones para no verse afectado ante una posible debacle. No aguanté más de cinco minutos en Twitter. Y eso que soy consciente de que esto también es aplicable a los periodistas. Lo que no encontré son flores para Gorka Maneiro, el de UPyD. Tendré que revisar la lista de a quiénes sigo en esa red social.