No han tenido que pasar más que unas horas para que toda la exposición que Mariano Rajoy hizo el miércoles en el Congreso se viniera abajo. No hacía falta mucho, pero las previsiones de la Comisión Europea son contundentes: la economía española no está en la senda de la recuperación, desde luego no va a empezar a crear empleo este año, y los ajustes del Ejecutivo no han servido para reducir el déficit. Al contrario, este se sitúa por encima del 10% por la ayuda pública al sector bancario -en torno al 7% sin tener en cuenta el rescate bancario-. Además, el PIB caerá un 1,4% este ejercicio, frente al 0,5% previsto por Madrid, y la tasa de desempleo llegará al 27%. Datos demoledores que vuelven a situar el debate sobre la situación del Estado en sus justos términos, después del esperpento vivido en el «Debate sobre el estado de la Nación».

El informe de Bruselas llega como un mazazo para quienes aún dudan de la insolvencia de la economía española. Porque lo peor no es la radiografía que los analistas europeos hacen de la situación actual, sino las perspectivas de futuro. O la falta de ellas, al menos para una parte importante de la población. Sin poder crear puestos de trabajo al menos en dos años, pasará mucho tiempo hasta que la tasa de paro alcance cifras homologables con su entorno, y mientras tanto, el número de familias sin ingresos crecerá de forma exponencial, al agotarse las prestaciones por desempleo.

Este es el panorama que se le presenta a un Estado cuyos medios parecen más interesados en determinar quién «ganó» el debate que en analizar por qué han llegado a esta situación. En cualquier caso, aunque el Ejecutivo comunitario haya sacado los colores al español, ambos comparten su apuesta por hacer más recortes, en una frenética carrera hacia el desastre, de modo que lo único que queda por ver es si unos y otros acabarán por colmar la paciencia de la sociedad, que todavía se debate entre la indignación y la resignación.