Raimundo Fitero
Perdón
Indicando una vez más que esas comparecencias meramente declaratorias crean una malísima imagen para quien así abusa de los medios, sorprende por la cantidad de personas que la rodeaban. Familiares, amigos, implicados de diferente orden, políticos, lo que viene a ser un acto de asunción de culpabilidades compartidas. He escuchado con detenimiento todas sus alegaciones, en algunos pasajes me ha provocado conmiseración, pero su relato, que podría ser suscrito por decenas o centenares de deportistas profesionales, jóvenes que convirtieron una diversión, una actividad lúdica en una profesión, en donde se les exigía unos rendimientos por encima de lo normal, que acabaron utilizando productos que les ayudan a mejorar sus prestaciones a costa de su propia salud. Medicaciones prohibidas, socialmente estigmatizadas, pero que siguen funcionando, que se siguen utilizando, proporcionando. Y en el caso de esta mujer, usarla para la que ella calificaba su última carrera, su despedida, es todavía más incomprensible.
Como diría el rey del asunto, Lance Armstrong, «hay que ser muy idiota para meterse EPO ahora». Es cierto, los controles son exhaustivos, los laboratorios han alcanzado una fiabilidad muy alta y solamente escapan de sus estudios los nuevos y sofisticados productos, las nuevas combinaciones. Pero seguirán cayendo deportistas en los controles, seguirán negando, acabarán algunos confesando y pidiendo perdón. Y seguiremos algunos dudando sobre si estamos ante unos tramposos o unos adictos. Al producto o al éxito.